Desde lo más profundo de mi humanidad acompaño a los padres de Fernando Báez Sosa. Como musulmán, doy hoy todo mi apoyo a estas personas en el momento del juicio por el asesinato de su hijo.
Cuando en el año 2020 vi por primera vez en las noticias a Graciela Sosa y Silvino Báez, compartí su dolor y aflicción, y al mismo tiempo admiré su fuerza y paciencia. Esta admiración se convirtió luego en una amistad cuando los conocí personalmente. Desde entonces, he tenido la posibilidad de realizar con ellos diferentes actividades solidarias en recuerdo de Fernando. El momento más emotivo para mí fue cuando los acompañé junto con otros representantes de diferentes credos en una oración interreligiosa que se realizó en el mismo lugar y el mismo día del crimen. Considero que nuestra amistad es también un ejemplo de fraternidad interreligiosa porque ellos son devotos católicos y yo soy musulmán.
Por sobre todas las cosas, pienso que es nuestro deber como sociedad solidarizarnos, tanto con ellos como con todos los familiares de cualquier víctima de violencia. El islam enseña que uno debe desear para el otro lo mismo que uno desea para sí. Esta pauta incluye sentir el dolor del otro como si fuera el propio. La pérdida de un hijo es una herida en la vida que nunca cesa de sangrar. Cuando un niño pierde a sus padres lo llamamos huérfano, cuando alguien pierde a su pareja lo llamamos viudo o viuda, pero ni siquiera tenemos una palabra para nombrar a la persona que pierde a su hijo. Por eso, dijo el fundador del islam, el profeta Muhammad (la paz sea con él), que cuando muere un hijo de alguien es como si tal persona hubiera perdido una parte de su corazón. Sin embargo, después de estas palabras, el profeta también dijo que si los padres, a pesar de una desgracia tan enorme, siguen manteniendo fuerza y fe en Dios, los esperará un estado muy elevado en el más allá. Esto significa que por el mérito de su perseverancia recibirán el amor y la piedad de Dios en esta vida y en la vida venidera.
Como expresión de amor al prójimo, debemos entregar todo nuestro apoyo y empatía hacia todos aquellos padres que han perdido una parte de su corazón para que mantengan la fe y la fuerza en los momentos más dolorosos de su vida.
Al mismo tiempo, debe ser nuestra obligación establecer la dignidad y la santidad de cada vida humana. El Sagrado Corán enseña que quien mata a una vida es como si hubiera matado a toda la humanidad. Por otro lado, señala también que quien salva a una vida es como si hubiera salvado a toda la humanidad.
Lamentablemente, no pudimos salvar la vida de Fernando, pero lo que todavía podemos hacer es evitar que haya más víctimas de violencia en nuestra sociedad. Por ello, es necesario que condenemos todas las formas de violencia y respetemos la vida de cada ser humano, sin distinción de religión, de etnia ni de bandera política.
En conclusión, es nuestro deber apoyar a todos aquellos que son víctimas de violencia y también es nuestro deber hoy pedir justicia con el fin de construir una sociedad cuyo lema principal sea “Amor para todos. Odio para nadie”. Tristemente, no podemos devolverles su único hijo a Graciela y a Silvino, pero podemos mantener vivo el recuerdo de Fernando a través de marcar un antes y un después de su asesinato.
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