La democracia permanece estable, tristemente acompañada por pobreza y endeudamiento. Luego de la oscura dictadura, una respetable convicción del primer presidente constitucional, Raúl Alfonsín, asignaba a la democracia virtudes educativas y alimentarias pero no se convirtió en realidad. Aquel radicalismo parecía definitivo, sus cuadros gozaban de un prestigio y un poder que no aparentaba ser coyuntural, y en rigor, esa concepción de la política trastabilló en su concepción económica y al poco tiempo sufría la derrota en su segunda prueba electoral. La Coordinadora radical era un poder en sí mismo, tanto que engendró la Renovación peronista a su imagen y semejanza. Sin embargo fue una generación preparada para cambiar la sociedad que iba a desaparecer sin pena ni gloria. Para esos jóvenes que se acercaban enamorados a la Internacional Socialista, carecía de peso y futuro una figura como De la Rúa. Del otro lado, para la Renovación peronista, Carlos Menem no ocupaba el lugar de una promesa. Lo cierto es que aquel radicalismo desaparece sin herederos. Algunos intentarán denostarlo. Luego surgirán varias promesas: candidatos que parecían definitivos y fueron solo pasajeros. No es bueno dar nombres, eran muchos, demasiados. Nuestra sociedad terminó consumiendo sólo promesas políticas, aplastadas por el oportunismo y fue una seguidilla de sueños renovadores que culminaron en rotundos fracasos.
La historia realza el prestigio de Alfonsín con el paso del tiempo y termina devaluando la oscura etapa de Menem. En manos de la Alianza se disuelve una versión del sueño progresista que recuperaba cierta mística del primer gobierno radical. Macri vino a sustituir a los agotados Kirchner, al no lograrlo les devolvió vigencia dejando en duda su mismo proyecto. La izquierda sobreviviente de la guerrilla trataba de instalarse en cada resquicio del poder, más como excusa para ocupar cargos que impulsando ideales. Néstor Kirchner les otorga en principio un lugar formal que Cristina incrementará después.
Los cuarenta años son una serie de fracasos que se sucedieron aumentando la pobreza y la deuda de una manera desmesurada. La derecha, que instala la decadencia con el golpe, va a poner toda su voluntad en disimular esa fecha, por eso hablan de “setenta años” o más grotesco aún cuando se refieren a “estallido del Plan Gelbard”, un modo de no asumir sus responsabilidades.
La sociedad no logra hasta hoy recuperarse de los daños económicos gestados durante la dictadura. Hasta el tiempo de Videla y Martínez de Hoz no había un subsidiado, ni deuda externa, ni inseguridad. Ellos se abrazaron a la inflación, que será permanente, claro que los daños graves son otros.
Todos los gobiernos tuvieron un inicio esperanzador y un final agonizante. Lo esencial fue la destrucción del Estado quitando su capacidad productiva para convertirlo en gestor de una desmedida burocracia y en sostén de una exagerada pobreza. El peronismo quedó prisionero del kirchnerismo, una visión sesgada que reivindica a la guerrilla y el marxismo en contra de las políticas del Perón del retorno. El radicalismo, por su lado, queda prisionero del macrismo, con lo cual, las dos vertientes del movimiento nacional terminan degradadas y extraviadas en las visiones coloniales.
El economicismo, las encuestas y los “coaches” le fueron quitando las ideas al poder hasta convertirlo en un mero hecho administrativo. Ya no se habla de mejorar la sociedad sino tan solo de administrar su decadencia. La aparición de un candidato anarquista de derecha intenta cerrar todo debate sobre la integración social. Para ellos, aquella sociedad que fuimos, sin subsidiados, no tiene retorno, se la llevó “la modernidad”. Es que se destruyó la esencia de la estructura productiva y se incrementó el peso de las estructuras bancarias, casualmente eliminando el crédito. También se privatizó el Estado para dejarlo en manos de sectores improductivos que terminaron oprimiendo al resto de la sociedad. Se impuso una concepción materialista donde redujeron las virtudes humanas al trato con los animales y a la política de género. Por otro lado, los grupos económicos instalaron la idea de que hay una sola salida cualquiera sea el partido vencedor que está entre el progresismo sin solidaridad y el economicismo sin libertad. Ambos apuestan a una sociedad sin salida. La Fundación Mediterránea sería la contracara de “justicia legítima”, dos versiones del concepto “imposición de los intereses de las minorías sobre las necesidades de todos”.
La decadencia se marca en el triunfo de los duros, halcones o dogmáticos sobre el resto, y la imposible cobertura del espacio del centro. Nunca se quiso recuperar el espíritu de unidad nacional que impulsaba el General Perón. Alfonsín, que fue el mejor, solo depositó el encuentro en las instituciones, era demasiado formal. Menem lo llevó al espacio de los negocios y duró mientras hubo herencia que vender. Néstor Kirchner recuperó el resentimiento de la izquierda -en especial de la guerrilla- en el sentimiento de odio a los ricos y nos enfrentó unos a otros en el ocaso. Finalmente Macri, revivió el rencor del anti peronismo con los daños que están a la vista. Hoy tienen tanta vigencia los resentimientos que no logramos forjar una fuerza política patriótica y en consecuencia, no encontramos una salida. Se podría describir la existencia de dos posturas: unidad nacional con proyecto común y acentos sectoriales o bien, negocios al poder y pobreza en eterno crecimiento. Hay falta de grandeza, sobran parásitos del poder.
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