Sobre el Mundial, los estereotipos y el abuelazgo

Etiquetar a personas como Cristina o como Carlos de abuelos, esconde el principio de autonomía porque los reduce a un determinado rol

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 Carlos solo buscaba tranquilidad para ver el partido
Carlos solo buscaba tranquilidad para ver el partido

El Mundial, en Argentina, especialmente, es un momento de mucha emocionalidad. Las imágenes hablan por sí solas. En ello va la épica y nuestros valores más básicos, aquellos que se forman durante nuestra educación, se tiñen con los sentimientos y se expresan en forma de cultura. Es el camino que siguen conductas tan disimiles como la valoración y aceptación, también la discriminación.

El mundial nos dejó, entre todo ello, dos muestras de cómo operan los prejuicios que muchas veces encierran mensajes discriminatorios bajo un manto de ensalzamiento popular. El primero es el caso de la famosa “abuela la la la”. La Sra. Cristina, una vecina del Gran Buenos Aires de 76 años que se hizo popular por salir a festejar las victorias de la selección argentina de fútbol y que quedo eternizada con el famoso canto. Curioso es que la Sra. Ma Cristina, cuando se le preguntó sobre el tema, dijo: “Me lo dicen por el pelo y la edad, pero no soy abuela”.

Ser abuelo o abuela es un rol familiar, que solo tienen quienes lo son, no es el caso de Cristina. Este rol no posee derechos ni obligaciones tacitas, aunque puede ser periférico o central de acuerdo con el grado de participación en la crianza de los nietos. De hecho, existen abuelos y abuelas muy presentes y otros inexistentes. Es un vínculo que forma parte de los enlaces intergeneracionales y que se construyen según la forma de organización familiar. En todo caso y por lo visto en el caso de la “abuela la la la”, es un “tierno” gesto que en nada representa a la señora.

El segundo caso es el del Sr. Carlos Béjar, de 82 años, quien en búsqueda de tranquilidad y ante la falta de un sistema de cable en su casa, no tuvo mejor idea que, a la sombra del calor entrerriano, tomar su silla y plantarse ante la vidriera de un comercio local para ver el partido. El caso de este “otro abuelo” (porque no sabemos si tiene o no nietos) no pasó desapercibido en las redes sociales, que rápidamente encontraron eco hasta en el mismo comercio que, ante la supuesta falta de recursos y vulnerabilidad del Sr. Béjar, decidió obsequiarle una TV. Una vez más la presunción de vulnerabilidad, de visión piadosa y un espasmo de caridad que oculta la necesidad de justicia para las personas mayores. Justicia de reconocimiento como sujeto que puede decidir qué quiere hacer y cómo.

La abuelidad, comprobada o no, muestra de los estereotipos con las personas mayores. En Argentina cuanto menos lo que vemos es que son un grupo que en su mayoría gozan de buena salud y que el ser mayores (y por haber vivido otra Argentina) están más protegidos que el resto de las generaciones más jóvenes, no solo contra la pobreza, sino contra la falta de vivienda. Así lo muestra el último informe sobre las condiciones de vida de las personas mayores que publicó la Fundación Navarro Viola unos meses atrás.

Etiquetar a personas como Cristina o como Carlos de abuelos, esconde el principio de autonomía porque los reduce a un determinado rol. Les quita, a través de estos espasmos de solidaridad para consumo masivo, la posibilidad de decidir, como el caso de Carlos, que solo buscaba tranquilidad para ver el partido. De allí al abuelito o abuelita que además infantiliza, solo un paso.

Estos etiquetamientos son la base de los estereotipos que se conforman durante nuestra infancia por la educación que recibimos y el entorno en el que crecemos. Los sentimientos los transforman en prejuicios y así se construyen las conductas sociales que se traducen en discriminación. Para muchos quizás no sea o parezca algo relevante, pero les aseguro que para muchas personas mayores ser tratados de abuelos o abuelas sí lo es. Solo tienen que hablar con ellos, preguntarles y, lo que es más importante aún, escucharlos. Les puedo asegurar que se llevarán muchas sorpresas interesantes, entre ellas el hecho de que las personas mayores, en general, detestan que les digan abuelos o abuelas a menos que sean sus propios nietos, pero ello lo sabremos solo si los escuchamos, no solo como personas, sino como sociedad.

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