Somos seres sociales y debemos relacionarnos con otros. ¿Qué pasaría si nadie se hiciera responsable de sus compromisos u obligaciones? Los niños no nacen “responsables”. Es un hábito que debemos enseñar y cuanto antes los chicos aprendan, mejor. No se trata de retarlos o de convertir la casa en un campo de batalla, sino de enseñarles a ser responsables y para ello, en vez de manejarnos con castigos y gritos, debemos manejarnos con consecuencias, y por sobre todas las cosas... enseñarles.
Pero para enseñarles a hacerse responsables, el adulto debe “estar presente”, debe poder “ver” a los chicos. Cuando una persona está tan absorta en sí misma, deja de prestar atención. Cuantas veces vemos en un restaurant, por ejemplo, chicos correteando a los gritos, y los padres no hacen nada. Es como si no los vieran. El “estar” y “verlos” es clave para poder enseñarles.
Enseñando responsabilidad
Muchas de las responsabilidades que les enseñamos a los chicos son “aburridas” para ellos. Es entendible que prefieran ir a jugar y no tener que ayudar en casa, por ejemplo. Pero crear una cultura de responsabilidad en nuestros hogares es parte de nuestra tarea como adultos.
La responsabilidad se enseña también modelando, como, tal vez, cuando los chicos ven que debemos ir a trabajar o hacer las compras, y lo hacemos aunque no tengamos ganas. O que pedimos disculpas cuando nos equivocamos. Es decir, enseñamos a través de nuestras acciones. Somos modelos de referencia para nuestros hijos. Los chicos aprenden mucho observándonos.
Responsabilidad y emociones
Para que nuestros hijos crezcan emocionalmente seguros y confiados, necesitan que los padres sean cálidos pero firmes, cuando la situación así lo amerita. Como padres debemos ser amables, gentiles y cercanos con nuestros hijos, pero también debemos desplegar una firmeza “tranquila” cuando la necesitemos.
El mensaje final será siempre “te quiero y estoy aquí”, pero también deberán entender qué se espera de ellos. Son dos caras de la misma moneda: incondicionalidad en el amor, pero espera del mejor despliegue. ¿Qué sería de los chicos si nada se esperara de ellos? Es también un acto de amor pedir que cada uno dé lo mejor de sí.
¿A partir de cuándo se enseña a ser responsable?
Desde los 4 años, por lo general, y a través del juego, podemos ayudar a nuestros hijos a ser más autónomos. Desde el “guardamos los juguetes después de jugar,” a lavarse los dientes, todas son oportunidades de aprendizaje. No buscamos la perfección, lo que buscamos que comiencen a internalizar los hábitos y rutinas. Es por eso que no debemos salir al rescate de la situación rápido y hacer las cosas por ellos, porque de esta forma no les estaríamos enseñando. Si son chiquitos, y no pueden solos, lo hacemos con ellos, pero no por ellos. Por ejemplo, juntos, guardamos los juguetes.
Aprender acerca de la responsabilidad también significa que podemos cometer errores pero que debemos hacernos cargo. Si a tu hijo se le cae el agua en la mesa, y ya tiene una edad para hacerlo, puede limpiarlo o lo ayudamos a limpiar. Le estamos enseñando que no pasa nada si se le cae algo, pero que también es normal limpiarlo. Somos todos miembros de la familia y colaboramos entre todos.
Si un niño se enoja con un amigo, podemos preguntarle qué pasó, si hubo alguna razón para que su amigo se enojara. Lo podemos ayudar a pensar en cómo se sintió su amigo, y si corresponde, alentarlo a pedir disculpas.
También es importante ayudarlos a aceptar las consecuencias de sus decisiones. Conversar con ellos y ayudarlos a pensar en lo que hicieron, y ayudarlos a resolverlo, los va a ayudar a aprender por su propia satisfacción, no por miedo a que los reten.
Cuando un niño se comporta de manera incorrecta, necesita saber que siempre están los brazos de sus padres donde poder desahogarse o llorar. Esta seguridad es crucial para que pueda aprender a manejar sus emociones. Debemos trabajar la conexión con nuestros hijos. Si no, perdemos la influencia y dejan de respetarnos. Ahí surge el “no me hace caso”, “nunca hace lo que le pido” y la constante pelea. Para que los niños respondan, deben sentir una gran conexión con el adulto.
El problema del castigo
El castigo raramente enseña. Lo que genera es resentimiento e ira, y empeora el comportamiento. Siempre que puedas, evitá el castigo. No, no estoy diciendo que no debemos hacer nada. Estoy diciendo que podemos hacer algo más efectivo.
El castigo:
» Envía a los niños un mensaje de que son malos y por eso deben ser castigados.
» No los ayuda a reconocer sus errores y a hacerse responsables por ellos.
» Los hace enfocarse en el castigo, y no en lo que han hecho.
» Los enoja, ya que sienten que los lastimamos conscientemente.
» Resquebraja la relación con sus padres.
» Pone al padre en una desigualdad de poderes.
Al gritar, podrán conseguir la atención de un niño, sin duda, pero no es una estrategia efectiva para enseñarle la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Los ayuda a descargarse a ustedes, pero no ayuda a su hijo. El castigo no es terapéutico para el adulto ni pedagógico para el niño.
Practicando la responsabilidad
Todos los padres saben pedirles a sus hijos que sean ordenados, que hagan los deberes, o que se vayan a bañar. Lo que muchos padres no saben es qué hacer cuando los chicos no lo hacen. Si lo que buscamos es desarrollar la auto-regulación y la responsabilidad en nuestros hijos, debemos enfocarnos más en las consecuencias que en los premios y castigos, que solamente refuerzan la motivación extrínseca. Los castigos generan culpa, ira o resentimiento, y lo que produce esto es que los niños actúen por miedo y no por satisfacción personal.
Debemos establecer consecuencias claras y lógicas para cuando los chicos no cumplan con sus responsabilidades. De lo contrario, ¿por qué cambiarían su conducta?
Veamos este ejemplo:
“Podés salir a jugar cuando tu habitación esté ordenada” es mejor que “no salís hasta que no ordenes tu habitación”. La diferencia puede ser sutil, pero creeme, no lo es…
Las tareas
Estamos de vacaciones, pero al regreso, será de vital importancia acompañar a los chicos a desarrollar hábitos de estudio y alentar el desarrollo de la responsabilidad. Podemos ayudarlos a buscar un lugar adecuado y a organizar sus tiempos. Si nos tomamos este trabajo con seriedad y somos consistentes, podemos lograr que los chicos asocien el hacer los deberes con algo positivo, y no una obligación. Permitámosles tomar decisiones, pero si estas decisiones no funcionan tendremos que intervenir sin controlar. Por ejemplo, “están bajando tus notas, y es mi trabajo ayudarte a mejorar, vamos a armar juntos un plan y yo voy a ir chequeando que lo cumplas”. Lo que buscamos es que se adueñe de la situación, y que esto lo lleve a preocuparse más. Acá nace la responsabilidad.
Si un niño no puede completar su tarea a tiempo, por ejemplo, en vez de culpar al docente porque le da mucha tarea, acompañémoslo, veamos por qué no pudo terminar, pensemos juntos a las causas y posibles soluciones, enseñémosle a hacer cambios o a mejorar sus hábitos de estudio, en vez de culpar a otro. Enseñémosle a hablar con su docente y explicarle qué pasó. Al hacerlo, le estamos enseñando a hacerse responsable de sus acciones y a corregir lo que deba para aprender de la situación y poder lograrlo la próxima vez.
Pero cuidado, una cosa es ayudar, pero otra es hacer por ellos lo que pueden hacer por sí mismos. Cuando sobreprotegemos a nuestros hijos, aun con las mejores intenciones, creyendo que ellos no pueden por sí mismos, los despojamos del poder de decidir, de utilizar su razonamiento, de poder tomar decisiones.
Cuando hacemos por nuestros hijos lo que ellos pueden hacer por ellos mismos, el mensaje que enviamos es “como no confío en vos, debo hacerlo yo”. En vez de ayudarlos a crecer, los hacemos más chiquitos, y los niños terminan con más inseguridades, miedos, angustias, e incapaces de avanzar por sí solos. Resolverles la vida a nuestros hijos no es ayudarlos, es incapacitarlos. Es no permitirles convertirse en ellos mismos.
Los chicos aprenden más del amor que del castigo. Si lo que desean es que puedan autorregular sus conductas, deben enseñarles a reconocer sus errores, a aceptar su responsabilidad y a corregir el mal causado.
Al enseñarles de una manera positiva, reforzamos nuestra influencia sobre ellos, nos conectamos mejor, los hacemos sentir más seguros y confiados, les damos herramientas para autorregular sus emociones, les enseñamos empatía y generamos un hogar con más armonía.
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