Parece que fue hace mucho tiempo, pero apenas han pasado tres años. La decadencia extiende la sensación del tiempo. Alberto Fernández presentaba a su gabinete y gritaba eufórico que se acababa la era de los CEOS para inaugurar lo que bautizó como “un gobierno de científicos”. Se iban los empresarios que acompañaron a Mauricio Macri y llegaban para salvar a la Argentina los militantes peronistas surgidos de las universidades.
Ya casi queda nada de toda aquella epopeya de celofán. La abogada Marcela Losardo se rindió a la primera estocada de Cristina. El sanitarista Ginés González García debió irse cuando descubrieron las oficinas VIP donde los funcionarios y amigos se vacunaban contra el Covid que mataba a miles de argentinos. Y el economista Martín Guzmán huyó acosado por la inflación, por la suba del dólar y por el kirchnerismo, que se olvidó del Nobel de Joseph Stiglitz para condenarlo por ser un empleado del FMI.
Sin dudas, la mayor sorpresa del comienzo del año es que Alberto Fernández haya contratado a un CEO para mejorar aunque sea un poco la imagen barranca debajo de su gobierno.
Quizás la euforia por la obtención del Mundial de Fútbol de Qatar le haya sacado algo de brillo al anuncio del ingreso del empresario Antonio Aracre como Jefe de Asesores de la Casa Rosada. El ex CEO de Syngenta pasó de la soja con glifosato a un lugar impensado en la gestión tambaleante del Frente de Todos.
“Ayer Campeones del Mundo con la Selección de futbol y hoy Desayuno en Olivos, con el Presidente Alberto Fernández. ¿Podrán empezar la semana mejor que yo?”, publicó contento el empresario en su cuenta de Twitter junto a una selfie con el Jefe de Estado. La noticia no causó gran efecto ante una sociedad obnubilada por la celebración de la victoria ante Francia y la bienvenida que tendría al día siguiente el equipo de Lionel Messi.
Aracre y Alberto Fernández comprendieron entonces que no había ánimo ni espacio para atender las novedades de su ingreso al gabinete. Postergaron la asunción del empresario para el 6 de febrero y dejaron pasar una semana hasta que los goles de Messi y Angel De María empezaran a abandonar las pantallas de TV.
Entonces sí, el ejecutivo de 56 años que había dejado su cargo de más de una década como CEO de Syngenta hizo sus primeras declaraciones a la radio Futurock. ¿Lo primero? Desterrar la idea de que venía a inocular en el gobierno un germen del macrismo. Había que defender las banderas de los científicos. Aún en tiempos de retroceso. Amague y recule, diría Cristina.
“No creo que el gobierno de Alberto Fernández se convierta en un gobierno de CEOs con mi presencia, sino que intentaré complementar la experiencia y el conocimiento de mis demás colegas en el gabinete con una visión desde el sector privado”, se atajó Aracre, con prudencia de principiante. De todos modos, todavía no tiene aprendido el ejercicio discursivo del albertismo, que siempre habla con las palabras que quiere escuchar Cristina.
“Creo que no es bueno solamente un gobierno de CEOs ni un gobierno solamente de científicos, o de filósofos. Como en todas las cosas, la diversidad de pensamientos y experiencias nutren las posibles soluciones”, arriesgó luego. Aracre ha logrado sobrevivir en el competitivo mundo empresario defendiendo el concepto de diversidad. En 2013, salió del closet y les reveló a sus hijos y a su jefe corporativo su condición de homosexual.
“Admito que soy un bicho raro”, le dijo tiempo después a la revista Forbes, que lo retrató en su portada con un título sugerente para una sociedad todavía en proceso de deconstrucción machista. “Hoy es más fácil ser gay y CEO”, explicaba Aracre. Para entonces, ya había comenzado a transitar el camino del mundo empresario al más sinuoso de la política.
En julio de 2019, Aracre sorprendió apareciendo en la Facultad de Agronomía junto al candidato Alberto Fernández y a quien sería el primer ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo. Allí presentó un “Plan contra el Hambre”, basado en la utilización de los alimentos surgidos del sector agropecuario para atacar uno de los mayores problemas que tiene el país al que hace apenas un siglo Leopoldo Lugones le escribía el poema del loor al trigo.
Con Alberto Fernández en la presidencia, Antonio Aracre se convirtió en uno de los empresarios de contacto asiduo con el poder. A medida que se fue extinguiendo la pandemia, el empresario comenzó a describir la parábola de su salida como CEO latinoamericano de Syngenta para explorar el territorio hostil de la función pública. “El tenía ganas de dar el salto desde hacía mucho tiempo”, explica un dirigente que lo conoce bien.
Antes de aceptar la oferta de Alberto Fernández, habló con algunos amigos empresarios y con otros economistas. Incluso cambió ideas con el secretario de la Producción, José “El Vasco” De Mendiguren, quien viene también de la experiencia empresaria. Fue una forma, además, de acercarse al ministro de Economía, Sergio Massa, quien maneja sin consultas todos los resortes económicos de esta etapa terminal del Gobierno. “El plomero del Titanic”, como al mismo Massa le gusta definirse.
En sus primeras declaraciones como funcionario futuro, Aracre ha dicho que quiere convertirse en un nexo del Gobierno con la oposición, con los empresarios y con los sindicatos. Un propósito que suena a utopía ahora que el Presidente ha decidido aferrarse a la deriva de Cristina y pedir el juicio político de Horacio Rosatti y del resto de los jueces de la Corte Suprema. ¿Hay opositores que quieran participar del diálogo en estas circunstancias?
“Por supuesto que la seguridad jurídica es muy importante pero no es lo único, a veces exageramos ese punto y olvidamos que lo primero que mira la inversión es la oportunidad de negocio y en la Argentina tenemos enorme cantidad de cosas para crecer”, es otra de las definiciones con las que Aracre se ha diferenciado de la línea que sostienen la mayoría de los empresarios argentinos.
Luego del fallo con el que la Corte Suprema restituyó a la Ciudad de Buenos Aires el 2,95% de la Coparticipación que le había quitado Alberto Fernández, decisión que precipitó la furia de Cristina Kirchner, la Unión Industrial Argentina y la AmChan (La Cámara de Empresas de origen estadounidense), emitieron sendos comunicados reclamándole al Gobierno que cumpla con la medida judicial. Aracre tendrá que revisar su mirada sobre la seguridad jurídica en el país si es que aspira a convertirse en un referente del diálogo. No parece que la cosa vaya a mejorar para cuando el ex CEO asuma en el horizonte lejano de febrero.
El clima político con el que arrancó el año supura confrontación extrema por todos los poros. El gobierno de Alberto Fernández ataca a la Corte Suprema y a Juntos por el Cambio con el argumento de los chats supuestamente sospechosos, y la oposición va a la Justicia por la utilización de esos mensajes obtenidos presuntamente por métodos ilegales de espionaje.
“Que el kirchnerismo reconozca que no les gusta la democracia”, fue la frase que el miércoles le dedicó al Gobierno Horacio Rodríguez Larreta, en una conferencia de prensa en la que le respondió al Gobierno luego de haber aceptado el pedido de licencia por tres meses de su ministro de Justicia y Seguridad, Marcelo D’Alessandro, protagonista de los chats de la polémica.
Es en este escenario de múltiples enfrentamientos donde Aracre debe estrenar sus desconocidas habilidades de componedor. El ex CEO le ha explicado al Presidente que le gustaría arrancar con el intercambio de opiniones en torno a tres cuestiones centrales: la búsqueda de un Estado más eficiente y menos burocrático; el consenso para una amplia reforma tributaria y explorar un gran acuerdo para un shock anti inflacionario. Cuando lo escuchan, sus futuros compañeros de gabinete lo miran con piedad.
Los empresarios y dirigentes que lo conocen coinciden en que la misión que le han encomendado a Aracre es la de ser el vocero de buenas noticias económicas en el contexto del año electoral. Allí tendrá un problema de cartel. Porque si llega a haber una buena noticia económica que comunicar, es Massa quien se va a reservar ese lugar. Para eso asumió en el ministerio de Economía cuando Alberto y Cristina debieron aceptar que era la única alternativa al naufragio financiero y el riesgo de hiperinflación.
No han sido fructíferas las experiencias de los empresarios como funcionarios de los distintos gobiernos en cuatro décadas de democracia. En el comienzo de la gestión de Carlos Menem, ni Miguel Angel Roig (fallecido) ni luego Néstor Rapanelli pudieron resolver la crisis económica con el respaldo del grupo Bunge & Born, por lo que debieron dejarle el lugar a Erman Gonzalez, y finalmente al plan de Convertibilidad de Domingo Cavallo.
Tampoco terminó bien la experiencia que, durante el gobierno de Mauricio Macri, tuvieron como ministros coordinadores (del entonces Jefe de Gabinete, Marcos Peña) los ex CEOS Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. También se fue desautorizado y sin completar su plan de ajuste de tarifas energéticas el ex CEO de Shell, el empresario Juan José Aranguren. Fueron parte de un proceso de declive que llevó al macrismo a la derrota electoral en 2019, y a la clausura de la posibilidad de la reelección.
Claro que ahora es mucho más desafiante y complicado el panorama que le espera a Antonio Aracre en un gobierno que se va despedazando día tras día, y que muestra ya sin pudores la debilidad del Presidente. Queda un mes todavía para que el nuevo Jefe de Asesores asuma y conozca de cerca el precipicio.
Quizás ya lo sepa, quizás no. Le están pidiendo a Aracre una misión imposible. No hay CEOS, no hay científicos ni hay filósofos que puedan encontrar las respuestas que hace cuarenta años busca, y no encuentra, el país de los objetivos perdidos.
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