Era el mes de febrero de 2013 y un ex alumno del entonces cardenal Jorge Bergoglio -de los tiempos en que enseñaba Literatura y Psicología en el Instituto de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, en Argentina- lo había llamado por teléfono para cancelar una cita que su antiguo profesor y entonces arzobispo de Buenos Aires le había dado. Jorge Milia, el ex alumno, no podía acudir por motivos personales.
Milia me había mencionado aquel contratiempo cuando estábamos acordando una serie de artículos que le había pedido que escribiera sobre la jerga de aquel profesor que había tenido en los años 1964 y 1965, y que al momento de la conversación era Papa. Como el ya famoso “primerear”, que apareció por primera vez durante el viaje a Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud, en julio de 2013, o “balconear”, “hagan lío”, “ningunear”, “misericordiando” y otras expresiones que pasaron a ser características del lenguaje del actual pontífice. Pero aquel episodio sobre el encuentro que no se pudo concretar y las palabras que intercambiaron me parecieron significativos y dignos de ser fijados en el tiempo.
Así que le pedí que escribiera un artículo para el sitio web Tierras de América que acababa de empezar.
Milia lo hizo. “Habíamos quedado en vernos once días después, pero yo no podía ir y, por supuesto, en ese momento no se me ocurrió pensar que él tampoco”. Se había sentido obligado a advertirle “para que pudiera disponer del tiempo que me había prometido, pero tampoco podía dejar de mencionar la noticia que acababa de escuchar, apenas diez minutos antes de llamarlo”.
La noticia, tras haber sido transcripta por una incrédula periodista de la agencia Ansa, ya se había difundido por todas las redes del mundo e iba creciendo como una avalancha segundo a segundo: la renuncia de Benedicto XVI. Era algo tan inesperado e inédito que no podía dejar de convertirse en una pregunta que Milia, periodista y escritor a su vez, tenía en la punta de la lengua: qué pasaría a partir de esa renuncia. “Él [Bergoglio] me contestó: ‘No sé. Todo ocurre en tiempo real. Para tí y para mí. Yo también acabo de saberlo’. No tendría entonces ninguna primicia periodística. Después me preguntó: ‘¿Vas a escribir sobre eso?’ ‘No tengo opción’, respondí. ‘Entonces debes partir de la idea de que para tomar una decisión como esa hay que tener un coraje enorme y una humildad infinita. Partiendo de allí no te vas a equivocar’”.
Estas palabras, este consejo que le dio a un colega, volvieron a mi mente junto con otros recuerdos de mi relación con Joseph Ratzinger, teólogo y también Papa, que comenzaron a agolparse ante la noticia de su muerte.
Naturalmente la cita entre el ex profesor y el ex alumno quedó aplazada hasta una fecha a convenir. La renuncia de Benedicto XVI, en efecto, significaba la apertura de un cónclave para elegir a su sucesor y el cardenal Bergoglio también debía participar en la elección. Este último apenas tuvo tiempo de preparar la valija y partir, a su vez, para un viaje del que todavía no ha vuelto a la Argentina y del que quizás nunca vuelva.
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