Poder Ejecutivo y Poder Judicial: actualidad de una enseñanza antigua

La historia del conflicto entre la suprema corte de justicia, Shimón ben Shetaj y el rey Ianai, enseña los riesgos que implica no sólo la intromisión de un poder en otro, sino también los peligros ante la desobediencia

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Jueces de la Corte Suprema de Justicia
Jueces de la Corte Suprema de Justicia

El tratado talmúdico Sanhedrín 18a establece que la corte de justicia puede juzgar e imponer su autoridad sobre el Gran Sacerdote, manifestando el necesario contrapeso que debía haber entre los otrora poderes gubernamentales como el judicial, monárquico, profético y sacerdotal. Bajo este mismo espíritu Najmánides en el siglo XIII, critica severamente en su comentario al Génesis 49:10, a los otrora Jasmoneos, parte del sacerdocio, por haber en su tiempo asumido el rol monárquico o ejecutivo, dado que la suma del poder público disminuye los controles y equilibrios necesarios. Esto mismo es replicado por Nisim de Gerona en el siglo XIV, en su Drashot HaRán 11, donde analiza los controles y equilibrios entre el rey como poder ejecutivo y la corte de justicia como poder judicial.

Sin embargo, en el folio siguiente del tratado talmúdico citado se afirma que la corte no juzga a un rey, limitando esta regla a los reyes no davídicos, pero no a los de la casa de David. Maimónides, siglo XII, en sus leyes del Sanhedrín 2:5, explica que no se juzga a los reyes no davídicos, por cuanto no se someten a la autoridad de la Ley, y en sus leyes de reyes 3:7 aquel jurista especifica que aquellos reyes eran arrogantes, por lo cual tratar de imponerles la autoridad de la Ley causa problemas y pérdidas por sobre todo a la propia Ley y a la corte dado que es desoída cuando no asesinada por el poder monárquico.

El caso fundante de esta resolución fue un incidente durante el siglo I a.e.c., en el que un sirviente del rey Ianai mató a una persona. Shimón ben Shetaj, presidente del Sanhedrín o corte suprema de justicia, y a la vez cuñado de Ianai, se excusa de tomar parte en la corte por el conflicto de intereses que representa su vínculo familiar, pero ordena a los otros jueces que juzgaran el caso y eventualmente a Ianai.

Los jueces procedieron a convocar al monarca para comparecer ante la corte, tanto él como su sirviente, dado que del Éxodo 21:29 se deriva la demanda por la cual cuando se juzgue al siervo debe estar también presente su señor. Ianai, habiendo únicamente enviado en primera instancia a su sirviente, luego y ante el reiterado llamado de la corte se apersona. Al llegar, en lugar de ponerse de pie ante los jueces se sienta. En la tradición bíblica, estar de pie mientras la corte permanece sentada expresa aceptación de su autoridad, y el análisis del comentario Tosafot a la cita talmúdica indica que los litigantes debían levantarse durante la declaración de los respectivos testigos presentados, así como durante el pronunciamiento del fallo de la corte. Lo primero, expresando el compromiso por parte del litigante para presentar un testigo que declarará honestamente; mientras que lo segundo expresando el reconocimiento de la autoridad judicial y el compromiso de acatar el fallo. En consecuencia, se le ordena a Ianai que se pusiera de pie, tal como lo requiere el Deuteronomio 19:17 y se legisla en el tratado talmúdico Shevuot 30a, pero el monarca responde que se levantaría únicamente si los jueces, fuera de Shimón ben Shetaj, le pidieran que lo hiciera.

Los jueces no cumplieron con la ley y sometieron el poder judicial al ejecutivo, por miedo a las eventuales represalias de Ianai, sabiendo que este monarca ya había enviado a matar a cientos de sabios que no actuaron sumisamente ante él, tal como se narra en los tratados de Kidushín 66a, Brajot 48a y más precisamente según Flavio Josefo en sus Antigüedades Judías 13:14, Ianai asesinó a más de 800 sabios rabinos con sus esposas e hijos. Shimón ben Shetaj observando la situación y amonestando a los jueces por haberse dejado intimidar proclama que Dios los castigaría. El Talmud registra que fue el mismo ángel Gabriel quien inmediatamente mató a aquellos jueces. No obstante, y como resultado de este trágico incidente, al ver que la corte no tuvo el poder para obligar al ejecutivo a someterse a la Ley, se decretó que, para los reyes no davídicos, un rey al no poder ser juzgado tampoco juzga, no testifica ni testifican contra él, por la peligrosidad que representaban dichos monarcas.

El rey Ianai, quien también actuaba como Gran Sacerdote, siguiendo los pasos de su padre Hircano quien también ocupo la titularidad de ambos poderes, el sacerdotal y el monárquico, fue un partidario de los saduceos, y en desacuerdo con los sabios rabínicos condujo al pueblo a una guerra civil en la que muchos fueron asesinados. Utilizó su poder ejecutivo para subvertir procesos judiciales y desobedecer e intimidar a la corte suprema de justicia en función de la consecución de sus intereses políticos, por fuera de toda normativa o ley de la Torá a la cual él también debía someterse tal como todo miembro, rey o no, del pueblo de Israel.

Conclusión, más allá del debate respecto de si era mejor en dichas circunstancias evitar una confrontación entre jueces y reyes no davídicos, y más aún en el caso específico de Ianai, un despiadado tirano que asesinaba a todo quien se le oponía, en las actuales democracias dicha circunstancia es inexistente en estas dimensiones, y a fortiori en el dominio ciudadano y social frente al poder político, dado el actual derecho a la desobediencia civil y a la objeción de conciencia.

Pero el caso en cuestión nada tiene que ver con estos derechos que consagran el legítimo ejercicio de la autonomía, cívica e individual, para negarse de forma pacífica al cumplimiento de toda normativa que violente su conciencia o moral, o como forma de protesta contra injusticias o ejercicio abusivo del poder político. La historia del conflicto entre la suprema corte de justicia, Shimón ben Shetaj y el rey Ianai, enseña los riesgos que implica no sólo la intromisión o sumisión de un poder en otro, perdiendo el equilibrio e independencia entre ellos culminando en la reducción a uno sólo con la suma del poder público, sino también los peligros ante la desobediencia de un poder respecto de otro, en este caso el desacato del poder ejecutivo al poder judicial. En el caso bíblico-talmúdico durante uno de los reinados en la época del segundo Gran Templo de Jerusalem, quebrando la autoridad del sistema jurídico y judicial resultando en opresión, despotismo y guerra civil. En el presente y en nuestras latitudes, violando el Estado de derecho, la Constitución y rompiendo el contrato social desde la más altas esfera del poder político, que es el poder ejecutivo, a sabiendas que además posee balas dado que el presidente es el comandante en jefe de todas las fuerzas armadas; mientras que el poder judicial sólo tiene tinta y papel.

Quiera Dios que se aprendan estas antiguas lecciones de la historia, porque, así como antes, hoy también se cumple el dictum del historiador y político inglés del siglo XIX, John Dalberg Acton, cuando declaró que el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente.

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