En mi grupo de chat más feminista seguimos llorando con los videos de la Scaloneta y las fotos del Papu comiendo bondiola en la Costanera. Es así, no queremos soltar. Esta mañana nos emocionamos con las chancletas de la bandera que pidió Messi para él y Antonella, y ella besando la copa es nuestro sticker de cabecera. No quieran saber cuánto y con qué nivel de fanatismo consumimos el casamiento paqui de Nico Tagliafico.
A mí me encanta la palabra paqui. Como buena paqui, la aprendí recién hace unos años. La versión sobre su origen que más me gusta es que viene de paquidermo y que la inventaron las lesbianas para referirse de manera peyorativa a los heterosexuales que cogen (y se comportan, en general) pesado y aburrido, como los elefantes. Me hace tanta gracia que me olvido de la connotación negativa y lo siento casi cariñoso. Típico de paqui, supongo.
Dice un tuit que se viralizó en estos días que “los paquis no pueden disfrutar de ser campeones mundiales sin hacer que lo paqui sea el centro de todo”, que tenemos la vara muy baja si nos conmueve que los jugadores tengan hijitos y les den besos en público a sus mujeres. Dice la horda de indignados que le respondieron que, pese al campeonato del mundo, las feministas están enojadísimas. Que tampoco pueden disfrutar de nada y están al otro lado del teclado, sucias y peludas, acariciando a los pobres gatos que lograron agenciarse como compañía.
Dice una socióloga reconocida que el fin de la fiesta mundialista se selló con una “apología” de la familia: esas mismas fotos del seleccionado que nos emocionan a mis amigas y a mí, tan paquis nosotras. Apología, dice, como si fuera necesario defenderla, imponer una imagen que contraste con la de las más deseables y actuales familias diversas, omitiendo que la pareja heteronormativa con sus niños y sus perros labradores es una de las infinitas posibilidades entre esa diversidad de elecciones.
La verdad es que son comentarios marginales, pero la viralización funciona así: es el comentario que ofende el que salta el círculo y entonces parece que representara a todo el colectivo, aunque el colectivo no tenga representantes ni pretenda tenerlas. Como cuando en una marcha de miles de personas un grupo vandaliza la Catedral (o el Obelisco) y los medios y las redes registran sólo eso: la imagen recortada para reforzar estereotipos. La captura de pantalla para decir “Son esto, ¿vieron?”.
Es el juego circular del conservadurismo incentivado por un progresismo bobo –sí, bobo es mi nuevo insulto favorito– que reclama mandatos nuevos para deslegitimar los viejos. Un perro (labrador o adoptado en un refugio, según los usos modernos, el que más les guste) que se muerde la cola para seguir señalando. Se asustan porque vienen tiempos conservadores mientras instalan una supuesta forma correcta de vivir y vuelven a decirnos cómo hacerlo. No sé si hay algo más conservador que ese afán absurdo de seguir regulando las vidas ajenas.
¿Hace falta aclararlo? La familia tradicional, heterosexual, monogámica e instagrameable no tiene nada de malo para quien la elija, igual que no tiene nada de malo ninguna familia que se quiera y esté tan libre como sea posible de violencias. No conozco a ninguna feminista en sus cabales que esté realmente en contra de armar la red propia (¿no es eso la familia –la de sangre o la elegida–, la red que nos sostiene?) como cada quien pueda y se le cante. Ni conozco ya a tantas familias tradicionales, para ser honesta.
¿Es tradicional acaso dejar una casa pobre cuando sos adolescente y gastarte los botines para ayudar a tus viejos? ¿Es tradicional abrazar a la novia de la escuela o del barrio como única compañera en un viaje a lo desconocido, otro país, otro idioma, otras costumbres? ¿Es tradicional criar a tus hijos en otra tierra? No lo creo, y me resulta por lo menos clasista no poder verlo.
Con mis amigas más feministas también nos emocionamos esta semana con el posteo de Julia Silva, la mujer de Marcos Acuña, para el resto de las esposas de los futbolistas. “Nos bancamos las injusticias, las puteadas, parir solas, pasar fiestas y cumpleaños solas, las mudanzas, contener a los niños, explicarles que van a hacer amigos nuevos, secarles las lágrimas… son muchas las cosas que cargamos”, escribió en su cuenta de Instagram. De nuevo, no creo que sea tradicional eso aunque de afuera sólo se vea el privilegio de ser una “botinera”.
¿Tiene sentido oponer a la figura de Leo o de Di María pasando la Navidad en su ciudad y con sus amigos y sus hijos la del Maradona que no reconocía a los suyos, o su supuesta conducta impoluta frente a la de ese otro Diez díscolo y adicto? ¿Rescatar la popularidad carismática de Diego frente a la meritocracia prolija de estos chicos? No y no. Primero, porque, como dije, todos los recortes son mentirosos y, segundo, porque, aunque parezcan dioses, son tan humanos como nosotros –bueno, tal vez no tanto–. Es el problema de mirar las cosas desde el binarismo que juzga, de un lado y del otro, cuando la paleta es tanto más amplia y ningún Dios es tan perfecto, igual que no puede serlo ninguna familia.
Mañana los más afortunados nos vamos a sentar a la mesa de la nuestra, de la que hayamos armado, de la forma que sea, en un fin de año inesperadamente alegre gracias a nuestros campeones del mundo. Sería bueno que aceptemos de una vez y como única norma la libertad de querernos como se nos ocurra. Lo quiero decir de nuevo, las posibilidades son infinitas. Brindo por eso.
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