La idea era empezar la campaña en marzo. Lo decía Mauricio Macri, lo decía Patricia Bullrich y también lo repetía Horacio Rodríguez Larreta. Pero el fallo de la Corte Suprema que le devolvió los fondos a la Ciudad y la decisión del peronismo de resistir la medida siguiendo las instrucciones de Cristina Kirchner, adelantaron los planes. Esta semana se lanzó, y de manera impactante, la campaña electoral para llegar a la Casa Rosada.
Obligado por la presión del Gobierno, Rodríguez Larreta dejó de lado su naturaleza híper prudente y puso en marcha su plan que hubiera preferido anunciar para el fin del verano. El Jefe del Gobierno porteño avanzó con tres iniciativas fuertes con las que intenta adelantarse a sus adversarios de la coalición opositora.
1. Denunció a Alberto Fernández y a Sergio Massa pese al intento del Gobierno de pagarle con bonos los fondos que le quitaron en septiembre de 2020. Deberá esperar a la feria judicial de enero para lograr que le devuelvan el 2,95% de la Coparticipación. La amenaza peronista de desacatar el fallo de la Corte y la marcha atrás que debieron dar para no quedar a tiro de una condena judicial, le ofreció en bandeja a Rodríguez Larreta un primer plano impensado. Algo similar a lo que había ocurrido durante la pandemia cuando el kirchnerismo cometió el suicidio político de cerrar las escuelas en toda la Argentina. Rompió el récord de dar dos conferencias de prensa en 48 horas.
2. Incorporó al gabinete a Martín Redrado, a Silvia Lospennato y a Waldo Wolff. Es una jugada que Rodríguez Larreta venía planificando hacía mucho tiempo y que también prefirió adelantar. El ingreso de Redrado es una señal al establishment económico y financiero; a los organismos de crédito en EEUU y a la necesidad de mostrar estrategia económica, más allá del equipo de economistas que encabeza el ex ministro Hernán Lacunza, y de los contactos con Carlos Melconian y su team de la Fundación Mediterránea. Es la incorporación más fuerte.
Silvia Lospennato es una diputada respetada por todos los sectores políticos, que se formó junto a Emilio Monzó. Fue una de las referentes que llevaron adelante el proyecto de ley de aborto que impulsó Mauricio Macri en el Congreso, y que terminó en una incomprensible derrota política frente al kirchnerismo. En esa extraña pasión por contentar a todos, Rodríguez Larreta intenta llevar también a sus equipos a Cynthia Hotton, la candidata bonaerense que le sacó casi el 3% de los votos a Diego Santilli el año pasado, y que se opone al aborto con el ímpetu de los cruzados.
El ingreso de Waldo Wolff, en tanto, es una señal indisimulable a los sectores más duros del voto opositor que la leyenda política caracterizó con la figura de los halcones. Creció cerca de Patricia Bullrich, pero no consiguió en ese territorio el protagonismo que deseaba. Rodríguez Larreta lo ve como un potencial comunicador y defensor de sus políticas. No cuenta con muchos ni eficaces de esos escuderos mediáticos. Tiene la misión de evitar que se escapen los votos a los que podría seducir Javier Milei.
Las tres incorporaciones de Rodríguez Larreta al gabinete parecen imágenes pensadas para cerrar la construcción del proyecto presidencial más que para ir en busca de votos seguros. Patricia Bullrich, como lo viene haciendo en las últimas semanas con cada circunstancia de Rodríguez Larreta, salió rápido a criticar a los nuevos funcionarios con la acusación del aumento del gasto público. Es una estocada sensible para los votantes más liberales que objetan los postulados desarrollistas del Jefe de Gobierno. Milei, cuando su discurso se sumerge en las aguas del humorismo, lo define a Rodríguez Larreta como “socialista”. Si lo hubiera escuchado “el Gordo” Simón Lázara.
3. Pero la secuencia más novedosa del plan Rodríguez Larreta está en la explicación que ha comenzado a desplegar en las charlas con sus potenciales aliados electorales. Al contrario de lo que pregonaba hasta hace poco, el Jefe de Gobierno porteño les jura a gobernadores, intendentes y legisladores que su propuesta económica no tendrá ni una pizca de gradualismo. Pondría, de entrada, “toda la carne al asador”.
“Hay que hacer todos los cambios en los primeros 15 días. Y cuando digo todo es todo: enviar las leyes económicas, lanzar los cambios sociales y laborales, racionalizar los planes y los subsidios. Hay que cambiar el escenario mientras dure el impacto del triunfo electoral”, explica Rodríguez Larreta ante sus muchos interlocutores.
La consulta que recibe a continuación es siempre la misma. “¿Y qué va a pasar en el país? ¿Qué van a hacer los kirchneristas, los gremios, los piqueteros?”, le preguntan. Ante ese interrogante, Rodríguez Larreta utilizó la misma imagen en varias ocasiones. “Nos van a incendiar todo, pero vamos a tener que aguantar”, advirtió enigmático. Quienes lo visitan o lo reciben, se quedan pensando.
El planteo de Rodríguez Larreta consolida una estrategia que Mauricio Macri y Patricia Bullrich ya han deslizado en sus apariciones públicas. El gradualismo, aquel puñado de cambios paulatinos que el macrismo intentó poner en marcha en el gobierno de 2015, está descartado por sus principales protagonistas. Todos sus posibles candidatos confluyen hacia el mismo camino: liderar terapias de shock en cada una de las áreas de gobierno. ¿Podrán hacerlo?
No hay menciones benévolas para el gradualismo entre los economistas que acompañan a Patricia Bullrich. En cada definición pública, el diputado santafecino Luciano Laspina o la cordobesa Diana Mondino son contundentes en cuanto a la necesidad de cambiar rápidamente las expectativas económicas si la ex ministra de Seguridad llega a la Presidencia. “El shock es lo único que va a generar que la Argentina pueda tener una salida más rápida de la crisis; el gradualismo es una muerte lenta”, es la frase preferida de Bullrich cada vez que le preguntan sobre la cuestión.
En su libro reciente, “Para Qué”, y en cada exposición pública, Mauricio Macri ha intentado dejar en claro que el gradualismo que él mismo ensayó en 2015 ya no tendrá espacio ni oportunidad en el gobierno próximo.
“No hay más lugar para el famoso gradualismo, que fue una forma elegante de ocultar nuestra debilidad política. A aquel que está debajo de la línea de pobreza, que es la mitad de la población, no le podemos decir que tiene que esperar décadas para un buen empleo. Ellos tienen que ver que las medidas que tomemos tienen que ser potentes, de cambios en serio”, es una idea que Macri repite en cada encuentro con empresarios o con dirigentes políticos.
En 2015, cuando Rodríguez Larreta estuvo a punto de perder las elecciones en la Ciudad frente al gradualista Martín Lousteau, Macri decidió moderar sus propuestas de campaña presidencial. En pleno festejo porteño, anunció que no iba a privatizar Aerolíneas Argentinas como había prometido y que mantendría los millones de planes sociales que el kirchnerismo había derramado con financiamiento estatal y sin ninguna contraprestación laboral.
Tan gradualista fue luego en su gestión presidencial, que con Macri hasta el Centro Cultural Néstor Kirchner mantuvo su nombre. La sigla CCK apenas ocultó que los cambios habían sido otra versión argentina de “El Gatopardo”, aquella novela de Giuseppe Di Lampedusa que inmortalizó el “que cambie todo para que nada cambie”.
En sus enigmáticas consultas a economistas, Macri deja en claro en estos días que será un objetor incansable del gradualismo ante quien llegue a la Casa Rosada. Lo que no deja en claro es si él participará o no de la interna por la candidatura presidencial. “Las preguntas que me hizo no eran de un dirigente dispuesto a acompañar; eran las de alguien que cree que puede volver a ser presidente”, se sorprendió un economista residente en el exterior.
Esas son las dudas que los principales dirigentes del PRO deben empezar a despejar. Este viernes, Rodríguez Larreta visitará a Macri en el chalet que el ex presidente tiene en el Country Cumelén, muy cerca de Villa La Angostura. En enero pasará por allí Patricia Bullrich. Y también hay conversaciones con María Eugenia Vidal, quien sigue recorriendo las provincias con la idea de ser candidata.
De allí saldrá una negociación general para repartir candidaturas o la fecha para una interna presidencial con el padrón partidario del PRO, para luego enfrentarse en las PASO con el candidato de la UCR, que hoy tiene a Gerardo Morales y a Facundo Manes como principales postulantes.
Algo empieza a quedar claro en quienes suelen transitar los caminos del poder. De acuerdo a como resuelvan la ecuación de sus candidaturas para 2023, Juntos por el Cambio puede ser el responsable de su regreso a la Casa Rosada o el responsable de su derrota. Su acierto o su equivocación tendrá probablemente más influencia que las decisiones que tomen al respecto en el Frente de Todos.
Es que el peronismo, dominado y estrangulado desde hace dos décadas por el kirchnerismo, está mucho más preocupado en este fin de año en encontrar algún refugio de poder para el caso de que las elecciones presidenciales terminen con una derrota. Ese es el escenario que hoy le marcan la mayoría de las encuestas ajenas y propias.
El mejor ejemplo fue la aparición de Cristina Kirchner, esta semana en Avellaneda, tratando de disfrazar con el concepto de proscripción la orfandad de propuestas y la desconexión de sus dirigentes con las urgencias de una sociedad castigada por el dólar, la inflación y la pobreza.
El último recurso del kirchnerismo es forzar, una vez más, a Alberto Fernández para que invente un nuevo impuesto que le transfiera más fondos a la paupérrima gestión de Axel Kicillof con vistas al año electoral. Por eso, el ministro Sergio Massa evalúa la posibilidad de cobrarle un tributo a los bancos y al juego para compensar el dinero que la Provincia había recibido en 2020 cuando el Presidente le quitó una parte de la Coparticipación a la Ciudad. Es la plata que ahora la Corte Suprema ordenó que se le restituya.
Hay que reconocerle al Presidente su creatividad. El fallo de la Corte Suprema y la discusión por el federalismo le ha dado oportunidad de descubrir argumentos insólitos. “Acá no se discute como se amplía el subte; acá discutimos quien tiene agua”, explicó Alberto esta semana en Santiago del Estero, como si se tratara de un mérito. Estaba en una de las provincias más pobres del país, con el 70% de sus habitantes sin cloacas ni gas natural, y gobernadas por dos familias del peronismo durante casi cuatro décadas.
En marzo de 2021, cuando la pandemia todavía llevaba a la muerte a miles de argentinos, Alberto Fernández y Gerardo Zamora inauguraron el estadio Madre de Ciudades, una cancha de fútbol de última generación y estilo europeo, que costó más de 2.000 millones de pesos, con 23 palcos VIP y uno especialísimo de doscientos metros cuadrados para uso exclusivo del Gobernador y de sus invitados.
Todo a metros de un asentamiento rodeado de basurales. Esas son las prioridades de una de las provincias en las que el Presidente afirma que se discute sobre el agua. Toda una metáfora del país que tambalea desde hace demasiado tiempo sin darse cuenta que está al borde del abismo.
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