Cuerpos docentes agotados, en defensa de las rutinas escolares

La crisis de la pandemia fue y sigue siendo una oportunidad para reinventar y para cuestionarnos lo que veníamos haciendo. Pero ese ejercicio sirvió, a su vez, para visibilizar la revalorización de las rutinas escolares como marcos constantes y seguros para crecer

Fue el primer ciclo lectivo tras los cierres y las intermitencias de la pandemia (Foto NA)

Llegamos al fin del ciclo lectivo, el primero en condiciones de regularidad luego de la interrupción de 2020 y de las intermitencias -aperturas y cierres- de 2021, generadas por las decisiones tomadas como consecuencia de la pandemia.

Quienes habitamos las escuelas todos los días sabemos del enorme esfuerzo que implicó volver a hacer girar la rueda del espacio escolar luego de dos años de haber perdido las rutinas que estructuraban la tarea cotidiana dentro y fuera de las aulas. Esfuerzo que dejó al descubierto el inmenso cansancio acumulado luego de años dificilísimos en los que los cuerpos de los docentes debieron sostener escuelas sin edificios primero y muy encorsetadas después, por las restricciones normativas.

En muchas escuelas, la crisis de la pandemia fue y sigue siendo, afortunadamente, una oportunidad para reinventar, para cuestionar y cuestionarnos lo que veníamos haciendo y para, en ese mismo acto, mandar al altillo aquello que hoy ya no vale. Pero ese ejercicio sirvió, a su vez, para visibilizar -con contundencia- la importancia de su aparente opuesto: la revalorización de las rutinas escolares como marcos constantes y seguros para crecer.

La rutina no goza de prestigio en nuestro tiempo. Vivimos en una época en la que nos aburrimos con facilidad y elegimos experiencias que nos proporcionen diversión y satisfacción inmediata. Cambio, movimiento, novedad, son palabras mucho más cercanas a nuestras búsquedas actuales.

Perdemos de vista con facilidad que las rutinas, muchas veces, lejos de limitarnos, nos introducen en un espacio de libertad. Un territorio seguro y tranquilizador que hace posible aquellas conversaciones que, como diría Rafael Echeverría, posibilitan la expansión de nuestro horizonte de posibilidades. Es decir, propician la creatividad.

Si sólo hay vértigo, si hay que estar inventando todo, todo el tiempo, es posible que solo podamos concentrarnos en pura coyuntura, en mero presente despojado de proyección y sin sueños de futuro. Quienes vivimos las escuelas durante los dos años de excepción pandémica sabemos que algo de eso pasó en las instituciones educativas y es posible que esta sea una de las razones por las cuales tantos docentes se sientan tan agotados.

La vuelta a la presencialidad nos devolvió la certeza de que las escuelas, aún cuando necesitan de muchísimos cambios para elevarse a la altura de las necesidades de hoy, siguen siendo esos espacios de vida privilegiados que, con sus rituales y reiteraciones, habilitan oportunidades -casi únicas- de encuentro intergeneracional y entre pares.

En ese sentido, las rutinas escolares nos recuerdan que la tarea social es un ejercicio de construcción compartido. Delimitan contornos firmes y necesarios en los que las jóvenes generaciones pueden vivenciar, bajo el cuidado y la mirada adulta, que conflicto y negociación son inherentes a la vida en sociedad. Y que el respeto, en el sentido de considerar, volver la mirada para aprender a responder, responderse y ser responsables, puede generar relaciones sustentadas en una ética del diálogo que abone a la construcción de un mejor porvenir.

A quienes demuestran, con su quehacer diario, que la tarea docente, más allá y más acá de la pandemia, es –esencialmente- un trabajo de reparación del mundo, les deseamos un muy merecido descanso. ¡Que tengan muy felices vacaciones queridos y queridas docentes!

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