Nadie pone en duda que el mejor jugador de la historia es un ídolo, una persona incuestionable, amada y admirada con exaltación. Pero Messi es mucho más que eso, es un modelo, un punto de referencia, alguiena quien imitar porque sus acciones transmiten valores.
El ídolo es un personaje que cuenta con gran admiración popular, goza de reconocimiento social, llama la atención por lo que realiza y por la moda que representa, y tiene una imagen que atrae, lo que hace idolatrarlos casi sin discernimiento, pero -en general- esa imagen es fugaz. Es un representante de las creencias de un determinado momento sociohistórico y suele ir en contra de las normas establecidas.
Los ídolos son personajes con “pies de barro”. Con esta expresión refiero a lo que cuenta el Antiguo Testamento, específicamente en el Libro de Daniel, en el que este profeta explica el episodio en el que el rey de Babilonia, Nabucodonosor, tuvo un sueño en el que aparecía una gigantesca estatua hecha con diversos elementos: la cabeza era de oro, el torso de plata, la cadera de bronce, las piernas de hierro y los pies eran de barro cocido.
Relata que una piedra cayó rodando hacia la escultura, chocó con los pies y la hizo desmoronarse debido a la fragilidad del elemento con la que se había hecho la base, por muy fuertes y sólidas que fueran las del resto del cuerpo.
Muchas veces son los medios de comunicación masiva lo que ayudan a la construcción de ídolos, esos gigantes no necesariamente buenos, pero sí impactantes.
Un claro ejemplo son los llamados “Influencer”, quienes dan a conocer sus contenidos y se contactan con su público por las redes sociales y, a su vez, algunos programas de radio o TV lo replican sin criticidad. Claro que puede haber influencers destacados, que sean mucho más que ídolos de pie de barro, quienes existen más allá del público que los aplaude.
Por otro lado, los modelos son personas que marcan un recorrido por su forma de vida, por sus aportes humanitarios, por los valores que encarnan y que intentan el cambio social. Estas vidas, cargadas de valores, son fundamentales en la infancia y en la adolescencia porque son quienes ayudan a construir identidad en un mundo complejo y contradictorio. Pueden ser los padres, las madres, tíos o abuelas, una maestra o un profesor, aquel adulto referente que no es perfecto, pero muestra coherencia entre el decir y el hacer, entre le sentir y el pensar.
Un modelo no es perfecto, ni ejemplar, ni una incitación a la imitación. Pero, según F. Onetto, recrea un valor de un modo único y personal, permitiendo la renovación de la vida. La diferencia entre el modelo y el ídolo está en que el primero remite al valor y el segundo no remite más allá de sí mismo; el primero inspira y entusiasma, despierta un comienzo, siembra direcciones y abre caminos; el segundo depende del aplauso y la imitación.
Messi como contenido transversal en la escuela
Messi se transformó poco a poco en un modelo, no solo para niños y adolescentes, sino para los adultos, para todos los argentinos cansados de ídolos de pies de barro; hartos de ver en redes o en los medios a personajes con vidas exitosas y aparentemente felices, cuya vida familiar pareciera fantástica. El deportista, desde su humilde lugar, se muestra sencillo y agradecido, como cualquier ciudadano común que lo único que desea es un mate con su mujer y unos días de descanso al sol en familia.
¿Por qué no tomarlo de ejemplo? ¿Por qué no destacar esa sencillez y convertirla en un contenido a enseñar?
Los valores deben estar presentes en todas las actividades de la escuela, fundamentalmente se deben potenciar los modelos sociales como alternativa al ídolo, pero para que haya descubrimiento de valores debe haber propuestas, espacios que permitan respuestas plurales y procesadas interiormente.
Messi podría convertirse en un contenido transversal en la escuela, donde sus enseñanzas puedan aprenderse en Educación física, pero también en Formación ética y ciudadana o en Lengua con su “andá pa ́ ́lla! o en cada una de las ciencias que conforman el sistema educativo; pero fundamentalmente nos tiene que ayudar a fomentar las habilidades sociales: empatía, solidaridad, respeto, tenacidad, y otras tantas; es quien con su coherencia entre el decir y el hacer, nos demuestra que se puede construir otra sociedad.
¿Por qué no reconocer – de una vez por todas- la necesidad de rescatar las emociones a la hora de enseñar? Si pudiéramos traer al aula cada estremecimiento o cada lágrima que el deportista nos provocó, seguramente los aprendizajes serán significativos.
Messi nos dio mucho más que una alegría al haber ganado el Mundial; nos enseña no sólo que su felicidad es similar a la mía, al disfrutar de una milanesa con papas fritas o de un asado con amigos, sino de valores, de la importancia del esfuerzo, del trabajo en equipo, que somos con otros y que nadie se salva solo. Él se iluminó desde su interior con una convicción, la de cambiar su propia vida e ir contra el destino cuando hizo falta.
En tiempos críticos y agónicos, que Messi sea un ejemplo para que, en situaciones de extrema presión o frente a las situaciones que nos agobian y angustian, entendamos de una vez por todas que el tesón y la perseverancia son nuestros aliados y que la victoria siempre es con otros.
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