Pobre Dibu Martínez: nos salvó el Mundial en el último segundo y ahora, por un gesto intempestivo, recibe el ataque de los tiquismisquis locales. Los tisquismisquis nacionales, los hay en todo el mundo, son una plaga encargada de buscar, y hallar, la quinta pata del gato y el pelo en la leche. Es gente, muy activa en las redes sociales, que ante un logro, grande o chico, les da igual, enarbolan el tradicional: “Sí, pero faltó…” O: “Hubiese sido mejor si…”. Ojo que es una enfermedad contagiosa.
¿Qué hizo el Dibu que mereció la repulsa del tisquimiscado patriota? Ya campeón del mundo de fútbol Qatar 2022, recibió su trofeo como mejor arquero del mundial. Era una mano enguantada, dorada y reluciente, que se alzaba sobre una base circular. Martínez la tomó con amor y colocó la base del trofeo una cuarta por debajo de su ombligo, Bah, las cosas por su nombre: la apoyó sobre sus genitales. Fue fotografiado hasta el hastío y la imagen que se difundió a todo el mundo muestra la alegórica posición de la mano enguantada, recortada en el oscuro cielo catarí y ante la mirada entre extraña y acaso fascinada del jeque Jassim bin Hamad Al Than.
Después, todo ocurrió en segundos, el arquero de la Selección Nacional hizo un movimiento hacia adelante con la pelvis y allí terminó todo. Lo mismo hacía Elvis Presley y provocaba gritos de admiración, vendía millones de disco y está considerado el rey del rock. Ah, pero al Dibu lo mandamos al paredón.
Lo mismo hicimos con Messi y su ya legendario “¿Qué mirá, bobo. Andá pa´llá…”, que es ya himno y frase del año, destinado a Wout Weghorst, delantero del equipo holandés, que insistía en hablarle para decirle quién sabe qué, después de un partido chivísimo en el que el delantero neerlandés no se había portado como un egresado de La Sorbonne, más bien todo lo contrario. Emparedamos a Messi. ¿Qué pretendía el tisquimiscado incesante? ¿Qué Messi respondiera: “Estimado colega Weghorst, le rogaría intentar reiniciar nuestro diálogo calmada ya nuestras pulsaciones y serenados los ánimos. Tendré, entonces, mucho gusto en intercambiar con usted”? No, eso no pasa en un vestuario caliente ni a los cinco o diez minutos de terminado un partido. Andá pa’llá, bobo.
Tal vez habría que revisar el hábito de entrevistar a los protagonistas de un partido de fútbol, que es pura pasión, ni bien termina. Y si mantenemos el hábito, voto por eso, no deberíamos juzgar lo que esos atletas dicen cuando todavía no se les ha pasado la calentura. Tenés un juez que te bombeó, te inclinó la cancha en contra, decidió agregar diez minutos más de juego a ver si el rival te goleaba, es una suposición, esto nunca pasó, y pese a todo salís victorioso de la cancha y alguien te pone un micrófono delante y te pregunta: “¿Qué opinás del árbitro?” ¿Qué esperamos que conteste el gladiador sudoroso? ¿”Me voy a tomar el atrevimiento de no coincidir con algunos de los fallos del señor juez”? No, eso no pasa. Va a mentar a la mamá y a los antepasados del señor juez y será sancionado por reaccionar como un ser humano en estado de pasión. No tiene lógica.
Volvamos al Dibu. Es un tipo temperamental. Hace y dice lo que le sale del alma. Admite sin reparos que consulta a un psicólogo, intenta quebrar el orden mental de los rivales, y a veces lo logra; lo mismo intentan sus rivales con otros métodos, y es híper crítico consigo. No se tiene piedad. Casi le ataja a Mbappé el primer penal de los que decidían la Copa, y dijo después: “Me tiré mal”. No habló del penal que atajó y que abrió la puerta al título. Dijo “Otra vez me patearon tres veces y me hicieron tres goles”. No era verdad. Le patearon cuatro veces, le hicieron tres goles y salvó el campeonato mundial para Argentina con la rodilla izquierda y en el último minuto. Pero el tipo se pega con un hacha.
Con esa franqueza desbordada, con esa aparente sencillez que esconde un espíritu esforzado y valiente, el Dibu tomó su trofeo y envió su mensaje a sus rivales, con quienes había mantenido un duelo a todo o nada. Puede que haya sido un mensaje duro, pero o estuvo exento de cierta ternura.
El tiquismiscado nacional y popular, lo destrozó por no respetar las reglas de la etiqueta palaciega que no dicta nadie; entre sus diatribas y escarnios varios, calificaron la actitud de Martínez como “obscena” cuando ya se sabe que, en estos casos y en otros, la obscenidad está en quien mira: hay quienes ven obsceno al David de Miguel Ángel, imaginate con el Dibu.
Nuestros tisquismisquis no son justos, sobre todo porque no dijeron nada acerca de la conducta anti deportiva de Kylian Mbappé, la joya de Francia, que recibió su merecido premio como goleador del torneo mundial. Subió a recibirlo con un gesto de menosprecio y desdén impropio de un profesional. Perdiste la final del Mundial, Kylian: no te vamos a pedir una sonrisa. Podés estar triste y sufrir una pequeña tragedia interior: así es el deporte. Pero no podés, o no deberías, mostrarte arrogante, altivo, desconsiderado, grosero o altanero. Y así siguió hasta después de su llegada a París, cuando se supone que los ánimos estaban más serenos.
Sin palabras, sin actitudes clamorosas, sin hacer con su premio otra cosa más que tomarlo con la mano y hacerlo descender junto a su ánimo hasta sus rodillas, Mbappé demostró que, como siempre, es mucho más difícil saber perder que saber ganar. Pero el tisquismismo local destroza al Dibu por sus afanes desbocados y calla cuando el espíritu del deporte es lastimado por el orgullo tonto.
Albert Camus decía que la estupidez insiste siempre. Razón llevaba el gran escritor franco-argelino. No se la demos a cada rato.
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