Convivimos con la pregunta. Con una duda interior. ¿Qué somos? ¿Cómo explicamos o qué es nuestro alma? ¿Qué es eso que habita dentro nuestro, si acaso existe, que dice quiénes somos? Eso a lo que llamamos “YO”, ¿qué es en realidad? Acaso mi “YO” es una chispa divina o sólo una creación de la naturaleza? ¿Somos los seres humanos lo mismo que cualquier otro ser vivo? ¿Somos una porción de polvo de la tierra que simplemente regresa a la tierra, o la chispa de una presencia más elevada?
Dentro nuestro habita esa contradicción. ¿Somos apenas una casualidad genética, un engranaje de la naturaleza, o portamos un alma que trae un sentido para la vida? A veces nos sentimos parte de la naturaleza. El mundo decide por nosotros. Los años nos llevan, la realidad nos empuja, el tiempo pasa y la vida también. Como los capullos que florecen en la primavera, como hojas que caen en el otoño, nos sentimos parte del ciclo inevitable de la naturaleza, de la vida y la muerte. Pero de pronto, a veces a la vuelta de algún instante, encontramos el sentido escondido a todo. Y en un arrebato de felicidad y de alma llena, nos sentimos parte de un misterio. Un mensajero de siglos. Un ángel. A veces hasta más que un ángel.
Cuando creemos que nuestra alma es una partícula de lo divino, entonces es más posible ingresar en la ruta que llama a lo eterno. Cuando nos vemos apenas como una porción de lo amoral de las leyes del cosmos, el tiempo se hace tan tirano como final.
La pregunta es si soy un “MASHEHU” un “algo”, o un “MISHEHU” un “alguien”.
En el libro del Génesis aparece este debate en un cuento. El patriarca Abraham cavaba pozos en el desierto para encontrar agua y les ponía nombres a cada uno. Es la imagen de aquél que busca la fuente de la vida en medio del desierto de la vida. Y que le da nombre a cada cosa. Nombre en hebreo se escribe: “SHEM”, que significa a la vez, “sentido”. Sentido de búsqueda. Pero más tarde vienen unas personas que tapan los pozos. Tapar en hebreo figura como “STAM”. “STAM” quiere decir también: “nada”. Se suele utilizar en el ‘slang’ hebreo como aquello que “da lo mismo”. Como solemos decir ahora sobre algo que no importa mucho: “nada”, eso es “Stam”. Ese es el debate. Si somos buscadores de sentido en la fuente eterna de la vida, o si acaso apenas como dicen las frases hechas, no somos nada. ¿Alguien o algo?
Lo natural en el mundo es la oscuridad. Así comienza todo, en lo oscuro. Y a eso tiende todo lo que conocemos. Al caos, al quiebre, a la oscuridad y la muerte. La naturaleza es cruel, estricta, carece de Jesed, empatía o consideración. Ser apenas un trozo de naturaleza es ser parte de una historia que inevitablemente acaba en la oscuridad. Por eso encender una luz es lo anti-natural. Ese es el más hermoso mensaje que nos trae la fiesta de Januká. Lo que va en contra de lo lógico, encender luces es definirnos como aquellos que dominamos lo que nos viene naturalmente dado.
Las luces de Januká nos recuerdan que debemos mantener una llama eterna. Esa es la llama que los Macabeos hace 22 siglos volvieron a encender en el Gran Templo de Jerusalén cuando lograron reinaugurarlo. Cuando lo limpiaron de la ideología griega para volver a encender la llama de lo eterno. Una luz que se mantuvo encendida hasta hoy. Encender luces es dejar de habitar en la oscuridad de lo natural.
Para los griegos el mundo se regía y era dominado por la naturaleza. La diferencia es que para el pueblo de Israel, el mundo se rige por la ética. Esa diferencia, es el mismo antiguo debate. Si acaso es la Naturaleza la que domina mi vida y mi muerte, o es la ética la que gobierna la naturaleza y el sentido de mi vida y de mi muerte. Es decidir si el mundo condiciona mi existencia, o si soy yo el que decide qué hace con el mundo. Es resolver si somos las cosas que nos pasan, o si lo que nos define es lo que hacemos con las cosas que nos pasan. Si acaso permitiremos que esta noche caiga sobre nosotros, o si vamos a ser parte de la revolución encendiendo cada noche más luces.
Amigos queridos. Amigos todos.
Llega Januká para el pueblo judio, junto a las Navidades para nuestros hermanos cristianos. Tiempos de decidir reinaugurarnos, para renacer.
Tiempos para preguntarnos si somos algo, o si seremos alguien.
Encender luces cada noche desde esta noche nos hace ser respuesta.
Encender luces junto a la ventana, nos hace ser emisarios al mundo de un mensaje de esperanza.
En un tiempo tan oscuro, ser quienes portamos almas con luz.
Luminarias que hablan de lo eterno.