“Muchachos, ahora nos volvimo’ a ilusionar, quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial, y el Diego, en el cielo lo podemos ver, con Don Diego y con la Tota, alentándolo a Lionel” (Muchachos, Fernando Romero)
Según la letra de la canción del Mundial Qatar 2022 se podría pensar que el campeonato es un “lugar” geográfico, físico o virtual y cultural propicio donde se revela Dios.
En la inmediatez del estadio y en la difusión televisiva en vivo los ojos de los pueblos se dan cita con una carga altísima de sentido patriótico, entusiasmo, fervor deportivo, pasión por el fútbol y comunicación de los diferentes sectores donde hay disfrute, ruego, arte, juego y fiesta. La letra de la canción de Romero transmite, para los argentinos, gran parte de esos sentimientos de amor a la azul y blanca, de fraternidad y veneración por Maradona y Messi. Y deja ver un plus de sentido al unir lo profano con lo sagrado. Plus de sentido que no está desvinculado sino al contrario de la fe popular ni de la de los propios jugadores (como cuando Messi se persigna en el comienzo del partido o cuando después de un gol levanta sus manos celebrando el éxito con su abuela Celia que está en el campo celestial). Acaso, gambeteando a lo Diego o Lionel el poeta busque hacer historia sorteando las contradicciones lejos de todo maniqueísmo en aras de la unidad pluriforme (EG 228).
Más acá de Jorge Bergoglio y más allá de las plateas repletas y de las pantallas gigantes de televisión, de las alternativas de los partidos, no podemos dejar de ver la realidad inmediata, el gran mundo económico y financiero que motiva el monumental negocio de los dirigentes y de las entidades que rigen el fútbol profesional como parte cada día más importante de la opulencia brutal de un mundo en el que el consumo perdulario se constituye en un altar casi religioso y paradojal. No desplaza sino al contrario estimula y desarrolla el juego y lo transforma en una herramienta que “usa” con fines utilitarios y de poder. Mientras a un costado de los estadios y en la gigantezca obra de construcción de los mismos, no podemos dejar de ver caída, malherida y crucificada, gran parte de la humanidad.
Este contraste intolerable para los tiempos actuales nos invita a reflexionar en vísperas de la fiesta universal de la Navidad.
<b>El campeonato mundial de fútbol y los crímenes de lesa humanidad de Qatar</b>
Los teólogos enseñan que Dios se hace presente en la historia en la Escritura, en la tradición y en el magisterio de la Iglesia y también y especialmente en el mundo físico, concreto, real de los pobres, de los que sufren. Dios nos habla desde la realidad humana y social y la realidad nos habla de Dios que no siendo la realidad está en ella. ¿De qué realidad nos habla este Dios en el campeonato mundial de Qatar 2022?
Cuando hablamos de la realidad de Qatar nos referimos al país gobernado por el régimen “de excepción-sempiterna”, que tiene a la familia árabe Al Thani como dueña desde mediados del siglo pasado, y durante un siglo antes, por la misma dinastía, sentada sobre los recursos naturales creados por Dios y por el “protectorado” de Inglaterra.
Cuando ahora observamos esa realidad concreta vemos el espectáculo maravilloso del fútbol pero no podemos dejar de ver al mismo tiempo el “trabajo esclavo” que en nombre del fútbol desde hace más de diez años a esta parte enterró a 6.500 almas de los 30.000 inmigrantes de países como la India, Nepal, Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka en la construcción de los ocho grandes estadios deportivos, la reparación de un noveno y la realización de otras obras de infraestructura, escándalo de corrupción internacional de la FIFA, en Estados Unidos mediante.
Realidad económica y social cuyos datos puestos en blanco y negro espantan a cualquier observador, y de la que da cuenta el informe que Infobae publicó ayer sábado 17 de diciembre de Sergio Serricchio, investigador y Director de la Escuela de Oficios de la Universidad Nacional de La Plata. La nota a la cual remitimos se titula “Los números del Mundial más caro de la historia: costos y sombras de Qatar 2022″ y nos exime de todo otro comentario.
<b>La fiesta y el “bien común”</b>
En la doctrina de la Iglesia el hombre es un “ser en relación”, nace, se desarrolla y vive en relación con el Otro desde su gestación en el seno materno. Asimismo se realiza en sociedad y tiene por misión procurar el bien común. Si la reunión de personas no tiene como fin el bien común será diversión, espectáculo, entretenimiento, juego, podrá tener condimentos como la alegría, la observación, la manifestación, el arte pero no puede llamarse propiamente fiesta.
Como dice el Concilio Vaticano II y recuerda el Padre Tello el bien común implica multiplicidad de acciones y realizaciones que son buenas en cuanto sirven a la perfección de todos los individuos; pero en cuanto son instrumento para que una élite se enriquezca, son malas. Y el mundo del fútbol se ha transformado en eso. Una élite que disputa el poder de los estados y acumulan un poder económico inconmensurable por parte de grupos particulares. Muy lejos y a veces, como hoy, en contra del bien común. Por otra parte, añade Tello “el bien común está en vivir con otros. Y en eso mismo está la perfección…Y eso es lo propio de la fiesta. Se vive junto con otros. Y en ese vivir junto con otros, se realiza el hombre, alcanza una plenitud de vida. Es un ser feliz.” (pag. 260). “La vida es celebrar la vida en común, lo cual tiene sentido en sí mismo…La fiesta es la celebración que mira al bien común tal como la Iglesia lo entendió siempre, al bien común pleno”. En cambio el fútbol del potrero abandonó la fiesta propiamente dicha para transformarse en una sofisticada maquinaria del mercado de consumo.
<b>La fiesta y el espectáculo</b>
Como venimos desarrollando según el Padre Tello la fiesta pone todo el ser en común. Vive con otros, es con otros. Se celebra la vida junto a otros. Alegrarse y festejar con otros el vivir junto con otros. En cambio el espectáculo es esto: un individuo, y otro individuo, y otro individuo, y otro, etc., que coinciden todos en unirse a algo a lo cual concurren para ver u oir (Tello, op. cit. pag. 261).
En la cancha para la gente de la tribuna popular el vivir es estar con los otros. En cambio en la platea están los de condiciones más acomodadas que tienen otro concepto de la vida; se vive para progresar individualmente…” (pág. 261). En el espectáculo hay una diversión, exaltación, alegría o tristeza, vivencia emocional plurindividual donde intersubjetivamente está ausente la comunión de los espíritus que sí podemos experimentar, en particular, en una procesión o marcha al Santuario de la Virgen de Luján u otras celebraciones donde la Iglesia aporta elementos estrictamente religiosos que se mezclan con otros profanos propios de la cultura popular.
Este “ser con otros”, elemento esencial de la fiesta, es lo que llamamos “ser en común” dice Tello citando a Pieper y a Mateos. En cambio en el mero juego, en la sóla diversión o simplemente en el ocio, en la deleitación de un espectáculo la unión es pasajera y no pasa de constituirse como la suma de individuos que pueden ser miles pero no son “en común” “con los otros” sino cada uno consigo mismo. En muchos casos, en el ensimismamiento de la participación plurindividual hay una tendencia moderna a huir de la vida y así muchos jóvenes “van a drogarse, para escapar de una vida aislada, sin sentido” porque ven el “absurdo de la sociedad” que no les ofrece alternativas. Y eso no es fiesta porque no “afirma la vida” sino que por el contrario pone la vida, el cuerpo, la emoción, la inteligencia contra sí misma, niega la vida (aut. cit. op. cit. pág. 264).
<b>La cultura cristiana de la fiesta como afirmación de la vida</b>
En relación a la cultura cristiana Tello distingue entre la cultura eclesial y la cultura de la vida. La primera centrada en el aspecto religioso pero que en muchos casos no mira a la vida sin comprender que “Cristo no vino sólo para un aspecto religioso, sino que vino para fomentar toda la vida” (Tello, pág. 264).
La fiesta es el ser humano en acción, es comunicación y encuentro participando en la preparación y en la celebración. En primer término Rafael Tello que se ocupó de enseñar este asunto siguiendo palabras de Juan Mateos, en su libro Cristianos en fiesta…Ed. Cristiandad, nos dice que la fiesta es siempre “un sí a la vida” (pág. 253 Tello), “es la afirmación de la vida”, “alegría”. “La alegría que se expresa en la exuberancia y a veces en el exceso”. Como cuando tomamos unas copitas de más.
En los días previos a la Navidad del 2020, así reflexionaba el Papa Francisco en preparación a la celebración. “En la Liturgia de la Noche resonará el anuncio del ángel a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,10-12).
Imitando a los pastores, también nosotros nos movemos espiritualmente hacia Belén, donde María ha dado a luz al Niño en un establo, «porque —dice San Lucas— no tenían sitio en el alojamiento» (2,7).
<b>¡A festejar y a no mundanizar la fiesta!</b>
“La Navidad se ha convertido en una fiesta universal, y también quien no cree percibe la fascinación de esta festividad.” (Francisco, Aud. Gral. 23/12/2020). Así que a festejar, aunque el Papa nos advierte que “no nos equivoquemos de fiesta… ¡no mundanicemos la Navidad!”. Y sigue diciendo el Santo Padre “… la Navidad no debe reducirse a fiesta solamente sentimental o consumista, rica de regalos y de felicitaciones pero pobre de fe cristiana, y pobre de humanidad. No olvidemos que «… la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14) (Aud. Gral. 19/12/2018). ¡Felíz cumpleaños Francisco! y ¡Felíz Navidad! para todos.
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