Argentina: de la cima del fútbol, al descenso en economía

Nuestra economía sería tan de primer mundo como el fútbol si estuviera sujeta a las mismas reglas de mérito, competencia y desregulación

(Crédito: Nicolas Stulberg)

Argentina brilló y estuvo en la vidriera mundial durante la Copa del Mundo de fútbol de Qatar y sus jugadores son internacionalmente reconocidos. Dos de ellos, Maradona y Messi son considerados los mejores de la historia de este deporte. Como resultado de esta exposición, muchos se preguntan cómo puede ser que nos vaya tan bien en un deporte tan competitivo como el fútbol, superando a las potencias mundiales, y tan mal con la economía del país. Las razones de esta discrepancia están en la diferente forma en que se organiza cada una de estas actividades.

El fútbol es una actividad esencialmente libre donde los jugadores buscan destacarse para poder negociar mejor sus contratos y elegir el club en el cual tienen más probabilidades de progresar, sobresalir y lograr campeonatos. A su vez, los clubes compiten por lograr el talento que mejor le sirva al equipo. En general, no hay reglas que restrinjan esta interacción.

Al contrario, la economía argentina está llena de regulaciones, trabas y trabajos inútiles (o aún peor, que restan valor) que impiden que cada persona logre su mayor potencial. Algunos dicen que son necesarias para compensar ciertos males crónicos de la economía argentina, por ejemplo, la inflación o el alto costo del crédito. Otros dicen con más razón que estos problemas son, justamente, consecuencia del intervencionismo.

Repasemos algunos ejemplos que muestran las diferencias entre ambas actividades.

Polifuncionalidad: Existen innumerables reglas que impiden el movimiento de empleados entre diferentes funciones. Estas a veces son producto de la presión de los sindicatos y, en otros casos, surgen de la legislación. En el fútbol sería el equivalente a prohibir que un marcador de punta pase a jugar de ocho cuando el técnico considere que las circunstancias del partido lo requieren. La consecuencia, en el caso de la economía, es que las empresas pierden mercados y ganan menos dinero, o directamente pierden, con la consiguiente generación de menos puestos de trabajo y menores salarios. De ser este el caso en el fútbol, nos hubiéramos perdido el primer gol, de Nahuel Molina (defensor), frente a Países Bajos.

Restricción de importaciones: Si se prohibiera que jugadores de otras nacionalidades jugaran en los clubes de Argentina habría que olvidarse de ganar nuevamente la copa Libertadores y los jugadores locales tendrían menos roce competitivo y no podrían desarrollar sus habilidades. Además, nos habríamos perdido, por ejemplo, poder disfrutar de la calidad de Enzo Francescoli o de la garra de los colombianos de Boca. Exactamente esto ocurre en el mercado de los electrónicos y los autos. Al limitar su importación, tenemos autos y celulares más caros y de peor calidad. El beneficio es de unos pocos y se perjudica el conjunto de la sociedad.

Cupos a las exportaciones: Si se prohibiera a los jugadores emigrar hacia clubes del exterior nuestro semillero sería mucho más pobre y, por lo tanto, la “producción” de nuevos futbolistas mucho más escasa. Por no hablar de la indiscutible falta de libertad que implicaría. Algo similar ocurre en el mercado del trigo donde el estado establece la cantidad máxima que se puede exportar. Resultado obvio, Argentina produce mucho menos trigo del que podría producir de acuerdo a su potencial. Y en el caso del fútbol ni Messi, ni Di Maria, ni casi toda la selección hubiera alcanzado el nivel que tienen gracias a tener que competir contra los mejores.

Obligación de contratar: Imaginemos que existen políticos a los cuales les gustaría jugar al fútbol profesionalmente pero no tienen la habilidad suficiente como para que algún club los contrate. Para ellos no es un problema resolver este tema en el ámbito económico. Desde el estado pueden obligar a la gente a realizar trámites y pagos sin importar si son necesarios o la calidad de los mismos. Un ejemplo es el de los registros automotor, plagados de amigos y parientes de la política, que fuerzan a la gente a trámites onerosos y complicados por temas que en otros países son mucho más simples y baratos. Es como si estuviéramos obligados a ir, de tanto en tanto, a ver un partido de pataduras desconocidos (eso sí, amigos de la dirigencia del club), ¡pagando entrada! Impensable en el fútbol, no así en la política.

Cambio de reglas: El fútbol tiene reglas estables, que rara vez se modifican y sólo luego de pruebas para ver si funcionan. El futbolista sabe que siempre va a tener que jugar en equipo, dentro del campo de juego, sin tocar la pelota con las manos y tratando de meter gol en el arco contrario. Se entrena y esfuerza para ser el mejor en eso. El árbitro de la economía argentina ha cambiado las reglas a su antojo y provecho a lo largo de las últimas décadas hasta el extremo, en sentido figurado, de achicar el arco propio y agrandar el del contrario.

¿Quién querría jugar en estas condiciones?

La economía argentina sería tan de primer mundo como el fútbol si estuviera sujeta a las mismas reglas de mérito, competencia y desregulación. Nos tienen que dejar a los jugadores / ciudadanos hacer los que mejor sabemos hacer sin interferir ni esquilmarnos. Con esta única regla, en poco tiempo, podríamos ser campeones en la economía en vez de estar sufriendo con la tabla del descenso. Así sea.

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