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¿Por qué buscás a Maradona en todos lados? ¿Por qué ese peso de la historia que ya fue? Porque tu cerebro te engaña para sobrevivir. Messi, Dios, el Topo Gigio y la construcción colectiva de la Selección

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Lionel Messi y Diego Maradona
Lionel Messi y Diego Maradona

Las comparaciones son siempre un problema. Por eso nos estremece el amor después del amor. Por eso vale tanto Messi después de Maradona. No es que todo tiempo pasado haya sido, necesariamente, mejor, pero el ser humano es un animal que añora para sobrevivir. Sesgo de la retrospección idílica: nuestro cerebro dulcifica recuerdos como un mecanismo de resistencia.

En el 86 tenía cinco años y mi madre vivía. El olor del quitaesmalte, el banquito naranja de la cocina, la calcomanía de Malvinas en alguna ventana. Si estuviera (mi madre, digo), sería abuela la la la la la de dos pibitos hermosos: Julián y Tomás. No, no se llama así por el mejor nueve que haya vestido la celeste y blanca después de Gabriel Omar Batistuta. Pero de esos julianes, los del pibe Álvarez, el desenfadado goleador (y primer defensor) moldeado por el enorme Marcelo Gallardo, de esos julianes, en los próximos años, vendrán miles. Cartelito de “lo siento, te he fallado” al escudo de Boca.

¿Cuánto tiempo le pedimos a Lionel que dejara de ser Lionel para ser el Diego? Que se hiciera capitán, que cantara el himno como un desquiciado, que se sacara las vísceras y las expusiera ahí en el medio de la cancha si de verdad sentía la camiseta. No se puede ser el mejor sin ganar un Mundial. Algunos lo siguen diciendo. Cagón. Pecho frío. Que juegue como en el Barça. El recuerdo del Diego, en cambio, es dulce incluso en las escenas más dolorosas. Hoy pensamos en la enfermera llevándoselo de la mano del campo de juego en el 94 y nos reímos.

En algún punto, siento que el Topo Gigio y el “¿qué mirás, bobo?” de Messi son para nosotros. No digo que él lo piense así, eh. Ni siquiera se lo achaco a su inconsciente. Pero haríamos bien en reflexionar sobre el modo en que, durante tanto tiempo, no nos alcanzó con que el mejor jugador de fútbol del planeta fuera, otra vez, argentino. No. Para ser merecedor de nuestra aprobación tenía que ser, además, igual que el anterior. Durante muchos años le pedimos a Messi que hiciera algo que no podía hacer, que fuera alguien que no podía ser.

Lionel Messi: "¿Qué mirás, bobo?"
Lionel Messi: "¿Qué mirás, bobo?"

Por suerte para Messi, Maradona se murió. Nadie se encuentra a sí mismo sin matar al padre (o a la madre). Y, por supuesto, es mucho más fácil matar a los padres si se mueren de verdad. Pero, paradójicamente, que se mueran de verdad también lo hace todo mucho más difícil. Yo al Diego lo extraño un montón. No puedo ver videos de él sin llorar. No puedo escucharlo sin llorar. No sabría decir qué me pasaría si escuchara a mi madre porque no la he traído en años, desde que dejé de llamarla para torturarme con su contestador automático.

También fue crucial para Messi la salida de Mascherano, en este caso, por suerte, solo del equipo, no de la existencia. Con todo lo maravilloso y generoso que fue, eh, para el equipo, para chiquito Romero, para mí, para vos y también para Messi. Pero es difícil ser capitán, de verdad ser capitán, digo, con Masche adentro de la cancha con la cara toda ensangrentada en plan acá ganamo’ o juremo’ con gloria morir. ¿Quién puede convertirse en héroe al lado de un héroe de verdad?

Pero, así y todo, este Messi huérfano, autónomo, liberado de sus padres futbolísticos, no logra evitar la comparación. Es que el espacio que ocupa el Diego entre los afectos vitales de quienes vivimos el fútbol cual religión es total, como el de un Dios. Es así para quienes lo amamos y también para quienes no. Dios no deja de ser una fuerza totalizadora para los ateos. Más bien lo contrario. Doy fe.

Antes porque no era el Diego. Ahora porque es un Messi maradoneano que juega su mejor fútbol en un Mundial y que se salió del libreto en su forma (pública) de ser. Rebelde y valiente para algunos. Vulgar y bocón para otros. Los primeros siempre lo quisimos maradoneano (o riquelmeano, diré). Los segundos nunca quisieron a Maradona (ni a Riquelme). Pero, para unos y otros, todo es Diego, Diego, Diego, incluso cuando todo es Messi, Messi, Messi.

“Necesito entender por qué buscás a Maradona en todos lados”, me dijo una amiga cuando tuiteé que en el amor que se declaran nuestros muchachos en redes sociales hay, también, algo muy maradoneano. ¿Por qué no podemos ver singularidad en cada existencia y disfrutarla como única e irrepetible?, me cuestionó. ¿Por qué ese peso de la historia que ya fue?

Diego Maradona
Diego Maradona

¿Por qué? Porque, como todo lo bueno, la Selección es una construcción colectiva que se extiende en el tiempo. Es Pizzuti, el nene Sanfilippo, Rattín llevándose el banderín inglés del córner en el Mundial 66, Kempes, Fillol, Passarella, Tarantini, Valdano, Ramón Díaz, Burruchaga, Sabella, Ruggeri, Pumpido, el negro Enrique, Claudio Paul, Pipo, Goyco, Simeone, el Bati, Ortega, Aimar, el Pupi, Sorín, los tres penales de Palermo, Tévez, Riquelme, Higuaín (claro que sí), el Kun. Mirá si no va a ser, también, Diego Armando Maradona.

En ese recorrido unos dejaron mojones que otros fueron tomando (o dejando). Messi eligió manifestarle su disgusto a Van Gaal con el Topo Gigio de Riquelme. Y sí. ¿Cómo no honrar a un tipo que dejó la albiceleste porque su madre sufría problemas de salud por las críticas? “Mi mamá es mi mamá y no se compara ni con la camiseta de la Selección ni con nada”, dijo en aquel momento el 10. Ni el asado es más argento que eso.

Por eso, no sufran. Messi es, seguramente, más él que nunca. Pero es inescindible de Maradona. No porque se parezcan ni porque deban parecerse. Nada de eso. Es por el carácter colectivo de la obra que protagonizan. Es porque hay un lugar en el que están pegados. Y ese lugar somos nosotros, nuestras madres, nuestros padres, abuelos, hermanas, tíos, amigas. Nuestros hijos.

Las construcciones colectivas se hacen con un ojo en el pasado. Pero también, claro, con otro en el futuro. Este será el último Mundial de Messi, de Di María, de Otamendi (te quiero mucho, Nicolás). Y será el primero de varios para Julián y Enzo (gracias de nuevo, Muñe) o para el crack de Alexis (volvé a Boquita, nene). Los mojones que se planten mañana tendrán impacto en 2026 y en 2030. Ojalá sea la Copa. Ojalá pueda dejarles a mis pibes el recuerdo genuinamente dulce, sin sesgos de retrospección, de festejar en el Obelisco que somos campeones del mundo.

Pero si no es, si no es, me gustaría que sepan que yo ya gané. Porque vi jugar al Diego. Porque veo jugar a Messi. Porque veo a mis hijos ver jugar a Messi. Quiero ganar hasta a la bolita, eh. Pero el proceso siempre es más que el resultado. Dejarlo todo. Jugar bien. ¿Ganar? ¿Perder? Eso depende mucho menos de nosotros. No, no es que lo importante sea competir. Pero disfrutar es obligatorio.

El Mensaje De Diego Maradona A Lionel Messi.

Lo sabía el Diego en 2013: “Leo, dejá que los demás hablen. Hoy divertite. Hoy seguí haciendo lo que estás haciendo”. Lo saben estos muchachos del bien y su cuerpo técnico cuando se ríen, cuando se aman, cuando lloran de emoción. Lo sabe Messi cuando no deja de repetir lo mucho que está disfrutando este Mundial, cuando agradece no haberle hecho caso al Messi que, después de perder la final de la Copa América contra Chile en 2016, dijo “se terminó para mí la selección”.

Y si no te alcanza con disfrutar, si sos un resultadista extremo, si todavía no aprendiste que en la vida se pierde más de lo que se gana y que la clave está en el proceso, tranqui. Tu cerebro es más vivo que vos. En unos años te va a alcanzar con haber estado acá.

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