Cuando se consulta a las familias acerca de la escuela que eligieron para sus hijos, en general, consideran que la selección se basó en aquellas instituciones que tenían distintos tipos de propuestas, tales como idiomas o artes, entre otras, y que les ofrece oportunidades a futuro.
En una encuesta publicada recientemente, cuando se indaga en los sectores más vulnerables, 9 de cada 10 familias creen que la escuela cumplirá con el mandato fundacional, el ascenso social, y que sus hijos, una vez egresados, encontrarán empleo. Y cuando se les consulta qué creen que le falta a la escuela, señalan la ausencia de idiomas, enseñanza de oficios, arte, deporte y educación sexual; incluso – señalan- faltan actividades relacionadas con el mundo del trabajo. Los consultados sostienen que la infraestructura es regular y que se necesitan más aulas, más mantenimiento, más espacios de recreación y, obviamente, acceso a internet.
Sin embargo, ningún adulto plantea el fortalecimiento de la lectoescritura, dan por hecho que los niños aprenden a leer y escribir en la escuela. No obstante, se necesita trabajar fuertemente en las cuatro grandes macro habilidades, no solo la lectura y la escritura, sino también el hablar y el escuchar. En nuestras sociedades, con serios problemas de convivencia, se requiere educar en las habilidades sociales, las cuales suponen más solidaridad, más empatía, una escucha respetuosa y una mirada amorosa.
Empero, no se puede esperar todo de la escuela, hay que entender que es una institución de construcción cotidiana donde interactúan otros actores, como las familias, más allá de los docentes y los directivos, y cada escuela en particular tendrá su versión local, diferente a otra que se encuentre a 3 cuadras. En este sentido, la familia –ese espacio social donde el niño se cría y se transmite en la cultura- trabajará articuladamente con otras instituciones sociales, no solo la escolar, sino con clubes, bibliotecas barriales, iglesias, ludotecas (cuando hay) y otros referentes para garantizar realmente el derecho a la educación.
Es sabido que la institución escolar ayuda a mejorar las condiciones de vida de quienes la transitan; sin embargo, en Latinoamérica, lamentablemente, no alcanza para que los niños emerjan y superen la pobreza. Aquellas familias que tienen menos posibilidades económicas tendrán menos posibilidad de financiar la educación de sus hijos, sumado a que, como sugieren las investigaciones, tendrán mejores resultados si en su casa hay libros, si sus padres leen, si acceden a bienes culturales y si sus madres son universitarias, ya que, según investigaciones, estas son quienes se ocupan –generalmente- de ayudar a sus hijos con las tareas escolares. Por lo tanto, la escuela, lejos de igualar y de garantizar la democratización de saberes, perpetúa las desigualdades de origen.
Mejorar la infraestructura, capacitar a docentes en sus disciplinas y en la didáctica específica, entramar la escuela con el mundo del trabajo y con la Universidad son acciones vitales para que los jóvenes egresen y tengan posibilidades de vida. Para esto se necesita un cambio urgente estructural de la escuela, pero fundamentalmente, con la imbricación de otras políticas públicas que promuevan la integración y la inclusión de todos los niños, niñas y adolescentes. Es un desafío para los gobernantes de turno, hoy preocupados más por los cargos del 2023 que por la mejora de la educación y de las otras áreas. Este camino solo lleva a un fracaso del Estado que deja a sus ciudadanos librados al azar.
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