Y otra vez nos salvó el Messías

Los dirigentes políticos están creídos que nos anestesian con el Mundial por unos días. Es momento de exigirles que cumplan lo que prometieron y dejar de pedirle a ese muchacho que celebra cada gol como si fuera responsable de los problemas que le son ajenos

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Simpatizantes de la selección argentina de fútbol celebran en el centro de Buenos Aires el triunfo frente a Australia (REUTERS/Agustin Marcarian)
Simpatizantes de la selección argentina de fútbol celebran en el centro de Buenos Aires el triunfo frente a Australia (REUTERS/Agustin Marcarian)

Desde hace tiempo venimos pidiéndole al fútbol, especialmente a los jugadores, que nos cumplan el anhelo de pertenecer, que nos posicionen en el mundo. En definitiva, que nos permitan vivir la gran ilusión de ser parte.

En medio de tanta pobreza, de fragmentación social y de vínculos sociales rotos, el fútbol nos permite creer que, una vez más, los argentinos podemos cumplir un sueño.

En un país de dirigentes políticos despreocupados por algunos temas fundamentales, creídos que nos anestesian con el Mundial por unos días, no ayudan a que los argentinos vivamos mejor.

Si bien es cierto que durante un par de horas – y los días previos- estamos impacientes por el resultado del partido, al finalizar el día, nuestros desvelos son otros. Los ciudadanos “nos suspendemos” por un rato para disfrutar de un buen espectáculo. Sin embargo, somos conscientes de los problemas angustiantes que atravesamos, unos más que otros. Un 50% de niños y niñas pobres, 1 solo de cada 16 adolescentes que terminan la escuela en tiempo y forma, extrema pobreza y exclusión, sumados a los problemas de violencia, atraviesan nuestra vida cotidiana.

Una semana atrás, en la ciudad de Rosario, asesinaron a dos adolescentes de 14 y 15 años a menos de 100 metros de la escuela a la que asistían. Hace unos días, un niño fue baleado dentro de su casa, cuya familia había sido amenazada. Son sólo dos casos, entre tantos, en el año más violento de la última década. Los vecinos tienen miedo, furia y bronca. Y no es para menos.

La pregunta es qué hace el Estado para proteger las infancias y las adolescencias, qué políticas públicas abarcan a esta población tan vulnerable e indefensa que es el presente de una sociedad. Me cuestiono qué hacemos las organizaciones sociales y el resto de los ciudadanos que no les exigimos a nuestros funcionarios –a quienes nos representan- que respeten los derechos de los niños y niñas y no se vulneren en este contexto tan violento. ¿Es que la vida de las infancias no le preocupa a nadie?

¿Cómo hacer para que los actos de gobierno los abarque, los incluya y los abrace? ¿Cómo hacer para que no sólo aparezcan en los discursos o en las campañas electorales? ¿Cómo hacer para que los niños, niñas y adolescentes coman cuatro veces al día, vayan a la escuela diariamente, tengan una casa digna y puedan soñar con proyectos de vida auténticos y no sean privados de ello por el sólo hecho de ser pobres?

Podríamos esperar las respuestas de un mesías, pero ya le pedimos bastante a ese muchacho que celebra cada gol como si fuera responsable de los problemas que le son ajenos. Pidamos a cada uno lo que corresponde, exijamos a los dirigentes políticos que cumplan lo que prometieron y que se ocupen de los niños y niñas, quienes no son culpables de su lugar de nacimiento y quienes tienen que tener las mismas posibilidades de vida que otros niños. Es su deber, es lo mínimo que pueden hacer en el año de gestión que les queda, es lo que les corresponde.

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