Todos contra todos

Las luchas por mantener los liderazgos ya afectan a los principales actores globales en todos los campos

Guardar
El presidente de Estados Unidos,
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, junto al Primer Ministro de la India, Narendra Modi en el G20

India, que inicia la presidencia del G20, pronto será el país más poblado del mundo; 86.000 niños nacen allí a diario. China quedará desplazada al segundo lugar, mientras la población mundial ya llegó a 8.000 M de habitantes. Estos cambios tienen gran importancia geopolítica. Una India nacionalista, auténtica representante de una posición independiente y equilibrada en el panorama global, pese a sus desigualdades extremas, es un país nuclear, con dominio de tecnologías modernas, y admirado y coqueteado tanto por EEUU y por Rusia. Algo menos por China, con la cual tiene disputas varias, pero neutralizadas hoy por la mediación de Rusia. Sin duda, al igual que lo efectuado por China, India empujará una política de desarrollo intensivo, sustentado en la magnitud de su gran mercado interno, y mantendrá abierta sus relaciones con el mundo occidental por sus posibles inversiones y con Rusia para seguir recibiendo energía a precios competitivos; un modelo de desarrollo propio con reminiscencias del modelo alemán (hoy fulminado por la OTAN) y del chino. India es la quinta economía más grande del mundo y seguirá creciendo.

Mientras tanto las naciones del G7, a iniciativa de EEUU, pretenden establecer un precio fijo tope para el petróleo ruso que aún compra Europa. Lo insólito de esa propuesta es que choca con la teoría; que el mercado es el que establece los precios de las mercaderías. Las sanciones geopolíticas pueden establecer bloqueos o reducción de volúmenes, pero resulta novedoso el “fijar” precios de una commodity global. El G7 también prohíbe a las empresas europeas proporcionar servicios de seguros, trading y financiamiento para exportaciones rusas a terceros países. La agencia Bloomberg informó que se esperaba que el G7 establezca un valor de 65-70 USD/barril, menor que la cotización del Brent, de unos 90. No sería un precio demasiado malo para Moscú, lo que indicaría que nadie quiere que se corte totalmente el suministro ruso. Actualmente India recibe petróleo ruso con un descuento de un 25% sobre el Brent, es decir a 65-70 y está aumentando constantemente los volúmenes de compra. Si el precio del Brent llegara a 80, India estaría comprando a 60, menos que el precio que establecería el G7. Es decir, el precio del G7 se acomodará a los precios que Rusia está vendiendo en Asia. Lo importantes es que el petróleo ruso siga fluyendo a Europa, ya que las sanciones se han vuelto contra los europeos y el mantenimiento de la unidad de la UE es siempre un difícil equilibrio. Nadie ignora que simultáneamente existen transferencias de barco a barco, un comercio ilícito de petroleros, y mezcla de crudos; es un mercado manejada por “gente creativa para encontrar soluciones rápidas que permitan buenos negocios”. Occidente sabe bien que el precio del petróleo es un factor que ofrece ventajas competitivas en la lucha económica mundial y que India está en carrera; por eso el G7 ha eximido a varios países europeos y a Japón del embargo del 5 de diciembre sobre el petróleo ruso.

Porque de eso se tratan siempre las guerras: la competencia entre las grandes potencias. Entre los principales factores está la tecnología y la energía. El enfoque estratégico de EEUU para seguir esa competencia sigue esos lineamientos. Tienen claro que deben preservar su fortaleza económica y tecnológica, debilitando a sus competidores. “Make USA great again”. Eso requiere solidez económica, liderar las industrias claves y mantener la vanguardia de la innovación tecnológica. Similarmente en el campo militar, sus amenazas dependen de las nuevas doctrinas de guerra (irrestricta o híbrida), basadas en las nuevas tecnologías y de la protección de las redes y sistemas cibernéticos. Como la competencia con China y Rusia involucra múltiples intereses militares, económicos y geopolíticos, el orden internacional está en el centro del debate. Las alianzas se entrecruzan y se modifican. Las normas y las instituciones internacionales están cruzadas por el juego de los intereses nacionales de cada parte.

Un capítulo particular es el de la Cibergeopolítica. EEUU sabe que la disputa entra en una fase más encarnizada y por eso está interesado en que las reglas y las regulaciones del ciberespacio sean manejadas por los gobiernos (EEUU y sus aliados), disminuyendo el de las grandes empresas (Google, Meta, Amazon), aunque éstas representan actualmente los intereses de EEUU y del capital financiero. El resto de los competidores (China, Rusia, India, Arabia y otros) lo rechazan, aludiendo a que la soberanía del ciberespacio debe estar regulado exclusivamente por las respectivas legislaciones nacionales. En debate está el “Manual de Tallín para el ciberespacio”, recomendaciones no reconocidas como normas internacionales, y que aborda aspectos tales cómo se debe aplicar el derecho internacional a una guerra cibernética. Trata sobre el uso de mercenarios cibernéticos, hasta ataques a los sistemas informáticos de unidades médicas, hospitales, represas y centrales nucleares, DDHH y otros. Pero no todos los países lo aceptan, entre ellas otras grandes potencias. Esta guerra irrestricta lleva a nuevas alianzas como la creación del Consejo de Comercio y Tecnología, entre EEUU y la UE en junio 2021. Objetivos: “Liderar la transformación digital global coordinando enfoques sobre cuestiones comerciales, económicas y tecnológicas claves a nivel mundial y para profundizar el comercio transatlántico y las relaciones económicas basadas en valores democráticos compartidos”. Buscan tener bajo su propio control los estándares sobre nuevas tecnologías (inteligencia artificial, computación cuántica y biotecnología), hacer que las cadenas de suministro sean más resistentes y menos dependientes de China, realizar reformas en la OMC, y coordinar la regulación de las plataformas tecnológicas.

Dos temas están haciendo bastante ruido en Europa

El primero es la iniciativa de EEUU de concentrar el desarrollo de la industria del auto eléctrico en su propio territorio, a través de un masivo financiamiento, lo cual trae problemas adicionales a Alemania, cuyas empresas, vista la situación actual de falta de competitividad, estarían pensando en trasladar sus plantas a EEUU. Recordemos que Elon Musk tienen la fábrica más grande de baterías eléctricas para automóviles en Alemania y por esta iniciativa también quiere trasladarla a EEUU. Según algunos analistas, EEUU necesita que el capital fluya desde Europa hacia ellos para su fortalecimiento económico.

La seria preocupación europea se origina en la Ley de Reducción de la Inflación de EEUU, que otorga subsidios y exenciones fiscales por valor de 360.000 M USD para apoyar la radicación de empresas “verdes” en EEUU, y que entrará en vigor el 1 de enero próximo. La iniciativa se dirige a impulsar el vehículo eléctrico, facilitando créditos fiscales a los compradores de los automóviles eléctricos, pero sólo a los fabricados localmente, discriminando a los productores extranjeros. También subsidia el combustible de aviación sostenible, la producción de hidrógeno limpio, la producción manufacturera avanzada y los vehículos impulsados por energía limpia. Esta iniciativa alentará a las empresas a transferir inversiones fuera de Europa y a los clientes a comprar productos estadounidenses, afectando principalmente a Francia y a Alemania. Si esto se mantiene así, podría transformarse en una guerra comercial entre EEUU y la UE, ya que ésta acusa a EEUU de discriminación inaceptable y pide igualar a las condiciones que tienen México y Canadá.

El otro problema es entre Francia y Alemania. Si bien Macron discurre sobre la “autonomía estratégica” europea, la realidad es que es la OTAN quien tiene el liderazgo y el control de la seguridad europea y eso es EEUU. Esta situación está llevando a Alemania a mejorar las relaciones con Washington, para disgusto de París. Las iniciativas unilaterales de Alemania sin consultar a Francia, como el repentino viaje del canciller Scholz a Beijing, han representado una afrenta y un desaire para Macron. Pero el problema de fondo es la compra alemana de aviones de combate F-35 norteamericanos y no los Rafals franceses, lo cual ha producido un profundo malestar en París. El viaje a China manifiesta también los problemas que tiene Alemania con ese mercado, del cual es uno de sus principales proveedores de productos de alta tecnología. Si este desequilibrio momentáneo entre Francia y Alemania se mantiene en el tiempo, la unidad de la UE comenzará a resquebrajarse por ser ambos los actores principales y originales de esa unión.

La UE era el segundo gigante económico detrás de EEUU, pero de poco peso político global. Actualmente y por lo que se vislumbra en el futuro cercano, tampoco será una fuerza económica competitiva. Si la “agenda verde” realmente funciona, la brecha solo crecerá. Por eso EEUU concentra sus esfuerzos en su propio territorio. La actual globalización restringida consiste en la conformación de varias “macrozonas” autosuficientes, necesarias para la implementación de la seguridad y la coordinación interna. Será difícil para los europeos crear su propia macrozona, por lo que deberán acoplarse a la que controla EEUU. Por algo los británicos abandonaron la UE con anticipación y se volcaron decididamente en su alianza con EEUU, siendo ahora socios de EEUU, mientras los europeos siguen siendo sólo aliados. Esa ha sido la estrategia anglosajona con relación a la tácita alianza entre Moscú y a Berlín: impedir la estabilización de una macrozona independiente, con base en la cultura romano germánica, instalada en el oeste de la isla euroasiática.

Las luchas por mantener los liderazgos ya afectan a los principales actores en todos los campos. Un “todos contra todos” parece ser un escenario habitual, dentro del umbral de una guerra irrestricta enmarcada dentro de una globalización restringida, de naturaleza inestable por las cambiantes alianzas y modificaciones de reglas de juego que caracterizan esta etapa de la civilización. Se está gestando un nuevo orden mundial, sin que podamos predefinirlo claramente en su esquema de funcionamiento.

Guardar