“Porque no hay un cambio real y duradero si no se produce desde adentro y desde abajo” (Francisco)
I. El pasado 7 de agosto comenzó la peregrinación nacional de los Hogares de Cristo, que concatena “lugares de compasión”, encabezada por el sacerdote Pepe Di Paola bajo la consigna “Ni un pibe menos por la droga”. Este domingo, a las 18 hs, estará en el Monumento de la Bandera, en Rosario. La pergrinación culminará el próximo 13 de marzo, fecha en la que se cumplirán 15 años desde que el entonces obispo Bergoglio lavara los pies de los adictos un Jueves Santo, denunciando que en la Argentina hay esclavos: los sojuzgados por la droga.
El cuadro de situación argentino en materia de drogas yuxtapone planos morales, sanitarios, culturales, educativos, jurídicos, geopolíticos, ontológicos, etc. Un elemento común lo vincula, en lo fundamental, al problema del poder: la pérdida de soberanía, tanto de la persona, como de un pueblo. Es literalmente insostenible afirmar una Nación, en un mundo en guerra por los recursos, sobre los pies de barro de hombres intrínsecamente rotos. No ha sido siempre así: un 20 de noviembre de 1845, criollos munidos de armas y de una sólida verdad lograron interrumpir la avanzada de las escuadras más poderosas del globo. Atravesando cadenas desde las barrancas del Paraná, impidieron la invasión del río. Hoy, la opulencia políticamente correcta del relato global, pretende, ceñida a la droga como parte de un complejo dispositivo de borramiento de las identidades, instaurar una nueva esclavitud disfrazada en la “libre” circulación de las mercancías. Hoy como entonces, de lo que se trata es de albergar en la feroz utopía de la libre circulación, que cada uno tenga el derecho individual de abrazar cualquier destino, incluso la morbilidad propia.
II. Una peregrinación federal contra la esclavitud de la droga nos remite a una primera reflexión histórica sobre una Iglesia que es fuente y por los hombres que en particular se erigen en puentes, entre la Virgen de Luján y las realidades a través de las cuales las comunidades encuentran caminos para ser artífices de su sanación. Hombres que conducen procesos en comunidades organizadas de madres de adictos, de presos, de deportistas, de clubes de barrios, de empresarios solidarios, de cooperativas de trabajo de adictos recuperados. En el medio de una crisis flagrante de la democracia electoral-partidaria, la diferenciación de lugares de democracia social, intensa y directa, donde la Fe es fuente en la creación de un orden en el que todos los ciudadanos pueden participar.
Héroes criollos se des-ocultan. Cual carta robada de Poe, en medio de la obnubilante guerra ideológica, surgen esos hombres capaces de conectar la corriente de poder participado desde la base, abrochando cada emplazamiento con un mensaje común. Hoy, acaso como aquel 20 de noviembre, retorna desde lo soterrado una cierta relación particular del héroe con la pregunta sobre aquello que da constitución real a un pueblo en su desencadenamiento. La pregunta acerca de si la historia es una sumatoria de caprichos individuales, tras el velo de un poder que vende la supuesta comodidad de una “libertad de navegar como de consumir”; o si la historia es la historia del hombre como un encarnado que se realiza en la integralidad de un orden de comunidades que se realizan.
La modernidad del norte promovió como contenido de los complejos de su conciencia un héroe trágico. Enancado en odiseas de la Grecia antigua, devenido en novedad por Shakespeare y proyectado en las oleadas de violencia de las luchas del siglo XX, el tiempo de ese tipo de héroe contiene en sí “la hora señalada”, su destino aparece cerrado de manera prefigurada. Es una modernidad que amedrenta bajo el signo de la sangre, en cuanto la participación en cualquier intento de transformación proactiva de los hechos, tiene como costo lógico la propia muerte prematura. Ser vanguardia en este marco es entregarse a la muerte, con la vida propia como precio. En segundo lugar, de lo que se trata en ese héroe, es de un itinerario que es sin pueblo. En un universo dualista, la acción del héroe no va aparejada con la organización participativa de los pueblos. Éstos no aparecen con algún tipo de dignidad, doctrina y organización que los sustancie en persona social. El pueblo como tercero excluido. En tercer lugar, en la estructura intima de la realidad, estando el conflicto como principio superior, la humanidad se ve compelida inexorablemente bajo el signo del dualismo anglosajón del “angelismo” purista y el “bestialismo” hiper-corrupto. De ahí la proliferación de la denuncia, el escrache, la caza de brujas, para buscar “la paja en el ojo” de cualquier liderazgo emergente que pueda significar la puesta en jaque de ese status de universo oligárquico cerrado.
III. Nuestros héroes criollos transitan por las décadas en un derrotero vitalísimo. Quizás facón o espada en mano, pero prefiriendo mansamente el tiempo a la sangre. Navegan ríos de pruebas, se exilian a veces amenazados, peregrinan y retornan. Portadores de un mensaje más sabio y pacificador: San Martín, Martín Fierro, los que han vuelto encarnando eso de Job: “Milita est vita hominis super terram” (“La vida del hombre sobre la tierra es lucha”). El conductor es intérprete objetivo de una identidad subyacente que se suscita, vinculada con un sentido de la vida, que para ser heroico no necesita suicidarse.
En segundo lugar, su conducción es servicio y su autoridad crece en la medida en que su poder es repartido a un actor nuevo que se actualiza subiendo a escena: la comunidad, que existía antes solo como potencia. Esta conducción remite a hacer aparecer en las páginas de la historia a muchedumbres que se elevan y perfeccionan, saliendo del populismo amorfo. Aprenden a adquirir una configuración, una estirpe, un modo de hacer comunidad.
En tercer lugar, en nuestras latitudes, en nuestra modernidad del Sur, cada hombre es susceptible de caerse, arrepentirse, ser perdonado, perdonar, salvarse. Hay una comunidad política posible, de hombres con defectos posibles y virtudes posibles. El esquema reductivo de oposición ángel – bestia no funciona para dar cuenta de la relación con el sentido y la naturaleza contenida en las normas.
IV. La segunda reflexión a partir de las realidades que se desocultan con la peregrinación, es una crítica desde una epistemología realista, a la ya insostenible nocividad del modelo relativista que impone esta globalización del nuevo siglo. En su discurso en Ratisbona en 2006, Benedicto XVI refiere a algunas corrientes culturales actuantes que, renegando de la herencia del pensamiento racional griego, no reconociéndolo como una parte que sin dudas está integrada a los valores de culturas cristianas que lo han asimilado. A saber, por ejemplo, en nuestra cultura iberoamericana, mayoritariamente entreverada de valores cristianos, el aporte greco-romano significa la incorporación de una lógica racional insustituible. Esta corriente de “deshelenización” del cristianismo, entre otras que arrecian en la posmodernidad, procede según explica Benedicto, a una búsqueda de un supuesto “mensaje puro del Nuevo Testamento”, para volcarlo en la matriz cultural propia de cada lugar. Su forma es la forma del multiculturalismo neoliberal, podríamos agregar, que va a contramano de la afirmación de las naciones y los estados soberanos.
Es decir, desvinculado artificialmente del modo en que en nuestras tierras, el mestizaje se compone de una mixtura, un nuevo ser, continente de herencias originarias, grecolatinas, hispánicas, árabes, judías y así con las sucesivas oleadas. Pero en el criollaje en el cual sin dudas la conquista de un núcleo de pensamiento racional proviene de la mentalidad griega asumida como propia. El Papa recoge, integrándolas, las aportaciones positivas de esas corrientes que valorizan lo más telúrico, pero señala el peligro de bifurcación que tales posiciones conllevan respecto de la relación de Dios con el Logos, es decir, con un componente de racionalidad aún más imprescindible en el desarrollo teológico. Cuando por su parte Francisco (Fratelli Tutti) refiere al relativismo afirma la desventaja que supone para los débiles la negación de la racionalidad, de una objetividad: “Envuelto detrás de una supuesta tolerancia, termina facilitando que los valores morales sean interpretados por los poderosos según las conveniencias del momento.”
Este horizonte de comprensión ilumina algunas situaciones -como el consumo de drogas en niños y jóvenes fundamentalmente- sobre el cual los argentinos no podemos ya ser líquidos ni difusos, en función de defender cualquier uso y costumbre individualista, fundados tal vez en el hecho de dichas costumbres sean estadísticamente generalizadas en el campo social. Los sacrificios humanos para venerar dioses, así se difundan profusamente, no son racionales, contradicen una racionalidad captable por cualquiera.
La Nación Argentina en un modo de ser y hacer, no tiene nada que ver con millones de niños y adolescentes drogándose, en este sentido, la pérdida de razón y de objetividad en la valoración de una situación que daña en la integralidad del ser conforma una desnacionalización. Colocado en el marco de la cultura amplia, la afirmación relativizadora de cualquier cambio social como valor positivo, afecta a todos los campos del poliedro real: lenguaje, artes, estética, fisonomías, códigos comunicativos, rutinas.
El aporte de las 3 C –Club, Colegio, Capilla- sintetiza en realidad un modo de hacer comunidad que es específico de una matriz cultural nacional con raíces históricas que, por ser objetivo, se diferencia de cualquier modo de pobrismo demagógico. Se afirma en la autoridad propia del tipo de instituciones partícipes de un mismo microproceso y se ejecuta en el cumplimiento de funciones naturales de las mismas instituciones sobre cuerpo, mente y espíritu.
El analfabetismo es racionalmente nocivo. El sedentarismo es racionalmente nocivo. El vacío de sentido de la vida es racionalmente nocivo. En estas instituciones, cuando van en encuentro y al unísono, una maestra, un sacerdote o un entrenador son eso que se espera de ellos. Esto es, no se disfrazan de “ONG” o de dirigente social, para parecer más “populares” o accesibles. La comunidad organizada no es cualquier cosa: es un planteo objetivo que en su abrazar el padecer y recibir la vida como viene, no recae en normalizar lo enajenante de la situación de las drogas y la indigencia, que es a todas luces involutiva en lo educativo, en lo sanitario, en lo consuetudinario.
V. Bajo estas claves, es importante rescatar el apremio de volver a producir y suscitar cultura desde aquello que se denominaba, como tarea de un gobierno hacia una sociedad, “la elevación cultural de la nación”. Un ejemplo simple en una viñeta institucional: en 1946, tres meses después de haber asumido la primera presidencia, el gobierno de Perón inauguraba el primer curso de Elevación Cultural Superior para los egresados obreros que iban a agregarse en las Embajadas en el Exterior. Se destacaba la necesidad de “afirmar su contenido filosófico a fin de propender a la elevación cultural de la clase obrera, la dignificación del trabajo y la humanización del capital”. Obreros a la altura de las tareas de embajadores. Hoy, los preconceptos de la democracia liberal dejan afuera a los que poseen menos herramientas culturales. Es imperioso oponerle al régimen cultural de “una economía que mata”, como denuncia Francisco, una mostración del descarte y visualización de la exclusión para transformar la situación, pero jamás para cristalizarla en algún tipo de romantización de la indigencia. El hombre porta valores en la pobreza, pero la indigencia es un desorden. Compartir los bienes materiales y simbólicos que una cultura nacional produce, con una óptica de auténtico progreso objetivo, distributivo de la grandeza y la felicidad. Eso es progresismo: hombres y mujeres que efectivamente accedan a una formación y a un estudio que los cultive e inserte en un mundo productivo, forjando un carácter que los habilite a sostener sus disciplinas intrínsecas a la cultura laboral. Que puedan tener una propiedad donde hacer familia, desde su vocación libre y ligar a ésta a una corriente filiatoria, proyectándose al siglo XXI, hundiendo sus raíces en una herencia personal y nacional. Toda política sanitarista empieza en una vivienda correcta y propia y en el deporte. No parece ser este el modelo provisto para Latinoamérica por las grandes cadenas globales de producción cultural y audiovisual, atestado de letras violentas, misóginas, apologéticas de la marihuana y el uso de armas, romantizados por el arma del relativismo culturalista. Este tipo de propuesta disfrazada de no-propuesta es más bien la antítesis antropológica del conjunto de virtudes criollas que constituyeron al obrero industrial, el cual estuvo en el centro del proyecto socio-productivo, abortado violentamente a mediados de los 70 en la Argentina. Se está a tiempo.
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