Hacía 8 años desde que un pequeño grupo de revolucionarios, de la mano de Lenin y Trotsky, se había hecho del poder en medio de la decadencia, la derrota en la guerra y la represión del zar. En 1925 Lord Keynes, el famoso economista, y su reciente esposa, la bailarina rusa Lidia Lopokova, partieron a la patria de ella. Los comentarios de Keynes sobre la Rusia soviética dejarían atónito a un argentino de nuestros días. Cualquier parecido con el presente no parece casual.
“Como otras nuevas religiones -decía-, el leninismo obtiene su poder no de la multitud sino de una pequeña minoría de conversos entusiastas, quienes tienen la fuerza de cien indiferentes gracias al fervor y la intolerancia. Como otras nuevas religiones, es dirigido por políticos que poseen el grado de cinismo necesario para saber cuándo hay que sonreír y cuándo fruncir el entrecejo, liberados por esa religión del compromiso con la verdad y la misericordia, pero no ciegos ante los hechos y el interés propio. Como otras nuevas religiones persigue sin justicia ni piedad a quienes resisten activamente.”
“Su economía -sigue Keynes, supongo que para preocupación de Kicillof- es afortunadamente tan contraria a la naturaleza humana que seguramente no pueda financiar ni misioneros ni ejércitos y termine en un fracaso. La situación de favorecimiento de los sectores urbanos e industriales se cubre con la explotación del campesinado. El método oficial para explotar a los campesinos se basa más en la política de precios que en los impuestos. Las autoridades compran al campesino su trigo a un valor muy inferior al del resto del mundo y le venden productos textiles y otras manufacturas muy por encima de los precios mundiales. Con la diferencia obtienen unos fondos con los que financiar los altos gastos generales y la ineficiencia generalizada de la industria y la distribución. El monopolio estatal de la importación y la exportación permite el divorcio entre los precios nacionales y los mundiales”.
Explica Keynes que esa política generó una gran migración a las ciudades, que no podían generar empleo suficiente, por lo que el desempleo llegaba al 25% de los trabajadores industriales. “Así pues, la renta real del campesino ruso es la mitad de lo que solía ser, mientras que el trabajador industrial sufre las consecuencias de la superpoblación y el desempleo como nunca antes. No percibo que el comunismo ruso haya hecho ninguna contribución de interés intelectual o valor científico para la solución de nuestros problemas. Si el comunismo logra cierto éxito, no lo hará como una técnica económica mejorada sino como una religión.”
Cuando salió de aquella Rusia, Keynes repitió a otros viajeros occidentales: “Experimenté la sensación de que me quitaban un gran peso que me había estado oprimiendo. Había sentido ese peso a medida que pasaban los días. La sensación de libertad desapareció gradualmente; uno sentía una presencia opresora que lo impregnaba todo”.
Argentinos, digo yo, han pasado demasiados años como para que no nos demos cuenta. Es hora de abandonar la superstición de los ingenieros sociales que -como aquellos comunistas- inventan que van a cambiar al género humano y que van a transformarlo utilizando la mentira, la violencia, el odio, la envidia y la maldad para, por medio de ese curioso método, llegar a la amistad universal, la solidaridad y el amor. No se llega al altruismo por medio del odio. El relato extraordinario de la superación de las necesidades humanas sin esfuerzo y sin trabajo, sólo esconde por un rato y para algunos, la realidad. Con el relato, como lo estamos experimentando en estos días, no se come.
El gran secreto, es el de siempre. Tener instituciones que generen previsibilidad y largo plazo; lograr que el no consumo de algunos (su ahorro) se transforme en recursos que efectivamente vayan a financiar una mayor producción y a una mayor creación de empleo; permitir la libertad para satisfacer las necesidades ajenas con una competencia leal que frene el abuso y se base en la innovación y la creatividad, dentro de la ley, con buen precio y calidad; tener educación para que todos estén capacitados para los trabajos del futuro; tener jueces de la ley y no jueces del poder. Esfuerzo, estado de derecho, propiedad y superación personal, subsidiariedad del estado, austeridad gubernamental y decencia. Ese es el camino. Puede haber versos y verseros, pero no hay perro con dos colas.
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