Así no podemos seguir

Con más de lo mismo o cambios marginales no vamos a superar el estancamiento que condena a millones de argentinos a la pobreza y que nos ubica en el podio de inflación mundial. Pero no es un problema excluyente de una gestión de gobierno ni será un milagro instantáneo

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La inflación y la pobreza,
La inflación y la pobreza, los dramas de la Argentina (Franco Fafasuli)

Desde la recuperación de la democracia, la pobreza promedio fue 35% y la inflación 77% anual -excluyendo la híper-. No es un problema excluyente de una gestión de gobierno: con más de lo mismo -o con cambios marginales- no vamos a superar el estancamiento que condena a la pobreza a más de un tercio de los argentinos o que nos ubica en el podio de la inflación mundial.

Es un cambio de régimen, que excede al programa estrictamente económico; abarca -entre otras esferas- el funcionamiento de las instituciones políticas y hasta pautas culturales. Como predica Messi después de cada victoria: no será un milagro instantáneo. El desarrollo es parsimonioso: no nos vamos a dormir adolescentes y amanecemos adultos. Una clave es no resetear el sueño cada cuatro años.

Exigirá al menos dos condiciones políticas: consenso dirigencial y mandato popular de cambio. Las reformas sin consenso no son sostenibles y, por lo tanto, ineficaces: el sector privado no internaliza las eventuales mejoras y se vuelve adaptativamente miope en sus decisiones de inversión (exige retornos altos y rápidos para compensar el riesgo) y empleo (no contrata nuevos empleados si prevé que a los dos años puede venir una doble indemnización). En segundo lugar, si los argentinos no queremos dejar atrás una lógica de reparto de lo que no producimos y seguir haciéndonos los distraídos cuando pagamos la boleta de luz, el problema menor será del gobierno de turno; el mayor, una vez más, de los más pobres.

Si hubiera espacio solo para dos objetivos prioritarios: empleo y divisas. El empleo público o los planes sociales no sustituyen al empleo privado. Ambos se financian con impuestos, que no dan para más: no casualmente el producto está estancado desde que el gasto público superó el 40% del PBI, hace más de una década. No habrá sustentabilidad social si no logra generarse empleo privado en base a crecimiento con reglas laborales pro-empleo. De igual modo, no habrá estabilidad cambiaria sin crecimiento sostenido de las exportaciones. La restricción no es externa sino interna: no es que no tenemos capacidad de generar divisas, sino que somos incapaces de retenerlas voluntariamente, y últimamente, tampoco compulsivamente con cepos múltiples.

Tres criterios de implementación: audacia, consistencia, rapidez. No cambiaremos el rumbo de la Argentina bajo la resignación de “lo posible” sobre una estructura económica que acumula cinco décadas de estancamiento (el ingreso per cápita del último lustro es apenas 15% superior al de mediados de los ‘70, en igual lapso Chile lo triplicó) y ocho veces más de pobres (la pobreza pasó de 5% a 40%) con camuflajes ideológicos antagónicos, pero inconsistentes. Evitar la próxima crisis es el objetivo de primer orden de la política económica. Equilibrio fiscal, sin financiamiento monetario ni atrasos cambiarios, pilares de un régimen robusto. El mercado cambiario será la primera caja de resonancia de cualquier inconsistencia (y aborto temprano del programa). Eso no implica subestimar la importancia de las reformas microeconómicas: todo lo que no aumente la competitividad por las buenas lo hará el dólar por las malas. El salario en dólares solo crecerá con aumentos de productividad. En tercer lugar, sin crédito, el clásico dilema de shock vs. gradualismo se vuelve abstracto: no se podrá financiar la transición sin un cambio de régimen. En sentido contrario, con la implementación temprana de reformas estructurales reabrirá el acceso al crédito para impulsar el crecimiento. Claro, la secuencia importa: imposible una apertura rápida de la economía sin precios relativos alineados. En otras palabras: a mayor rigidez laboral o carga impositiva, mayor el tipo de cambio compensatorio (y menor el salario en dólares).

La estabilidad cambiaria, una deuda
La estabilidad cambiaria, una deuda que se relaciona con la falta de crecimiento sostenido de las exportaciones (Foto: Franco Fafasuli)

Tres pilares: integración al mundo, equilibrio fiscal y sin “maquinita de la felicidad”. Lo opuesto a “vivir con lo nuestro”, “más Estado a cualquier problema” o “la emisión no genera inflación”. No hay experiencias contemporáneas de países medianos que hayan podido desarrollarse con políticas de autarquía financiera o aislamiento comercial. Argentina es uno de los países más cerrados del mundo y necesita integrar su producción a las cadenas globales de valor. En segundo término, de los últimos 50 años Argentina tuvo 36 de déficit fiscal, que financiados exageradamente con crédito termina en deuda impagable; y con emisión, en inflación. Finalmente, la inflación es un fenómeno monetario: en una economía de trueque (sin dinero), no hay inflación. Ante un exceso de oferta de dinero (sea por aumento de emisión o caída de la demanda), baja el precio: como el valor facial de los billetes no puede bajar, sube todo lo demás.

No habrá plan de estabilización sin un Tesoro que deje de ser una aspiradora insaciable de pesos y dólares del Banco Central. Hará falta un equilibrio fiscal primario ya el primer año de la próxima gestión. Imposible financiar subsidios a quienes no sean pobres, confundir federalismo con “sálvese quien pueda” o no exigir cuentas a empresas públicas deficitarias que pagan los pobres para que usen los ricos. Un sistema previsional que tiene a más de la mitad de los jubilados en “regímenes especiales” o que reabre moratorias sin pensar cómo se pagarán esos haberes en pocos años. Un Estado que superpone estructuras y multiplica empleo público como si los recursos vinieran de Marte y no de los contribuyentes. El régimen monetario no es indiferente, pero sí subordinado a la consistencia fiscal. No hay espacio para atajos alquimistas ni para financiar un déficit persistente que infle los pasivos del Central (inflación) y horade los activos de reserva (devaluación).

La estabilidad es una condición necesaria pero no suficiente para volver a crecer. No habrá crecimiento sin aumento de la productividad. Exportar no es fácil. Requiere un esfuerzo privado sostenido: buscar mercados, ganarle a la competencia, erigirse en proveedores confiables. Requiere una agenda pública implacable: cumplimiento de requisitos de calidad, criterios de cuidado ambiental, innovación tecnológica. Desburocratización, simplificación impositiva, competencia interna, comercio exterior sin arbitrariedades, estabilidad de reglas de juego. Una agenda “hormiga” que no luce en el debate público, siempre pendiente del cepo o los controles de precios. Pero que no solo determina el valor de equilibrio del tipo de cambio, sino también los motores de crecimiento. Construcción, servicios de conocimiento, turismo, generadores de empleo; minería, energía, agroindustria, proveedores de divisas.

Párrafo aparte para la legislación laboral: con estas reglas, donde la contingencia puede multiplicar (imposible decir un número, y ese es el problema) los costos previstos, cualquier encuesta muestra que contratar un empleado nuevo es la última opción para un empresario. Bajo ley de contrato de trabajo solo trabaja el 28% de la fuerza laboral privada. La flexibilización ocurre por las malas. Nuevas modalidades para trabajadores con poco historial de empleabilidad, menor litigiosidad al proceso de desvinculación. Formalizar empresas, eliminar trabas, obstáculos y la sobre-regulación de las actividades privadas.

En su intimidad, levante la mano el lector que no goce de algún privilegio financiado por el Estado. Un subsidio a la luz en Recoleta o Caballito, al gas en zonas frías de ciudades con palmeras, un crédito a tasa real negativa que se distrae en comprar dólar blue o a un pasaje de avión subsidiado a Iguazú o Roma. Una exención impositiva arbitraria, una licencia remunerada en algún puesto público, un plan social a quien tributa bienes personales o una pensión diferencial sin aportes que duplique beneficios. Cuando la mayor parte de la sala pueda permanecer con las manos bajas, habremos cambiado la Argentina. Y por fin podremos prometer a nuestros hijos una inflación que no nos agobie y una pobreza que no nos avergüence.

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