Un gol en el Vaticano

Esta semana el papa Fracisco recibió en la Santa Sede a los líderes de más de 100 comunidades judías del mundo

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El Papa recibió en el
El Papa recibió en el Vaticano a los líderes de más de 100 comunidades judías del mundo

Nadie puede saber de antemano qué acontecimientos quedarán en la historia. Esta semana en el Vaticano, sin embargo, algo muy especial tuvo lugar: el Papa Francisco fue anfitrión de las y los líderes de más de 100 comunidades judías del mundo, ente las paredes de su hogar, donde por primera vez tuvo lugar la reunión del Comité Ejecutivo del Congreso Judío Mundial (CJM).

“Queridos amigos, les agradezco de todo corazón esta visita, que testimonia y fortalece los lazos de amistad que nos unen”. saludó Francisco a sus invitados el martes en un amplio salón del Palacio Apostólico, y la emoción de todos los presentes estalló en un aplauso conmovedor. Y eso que al mismo tiempo estaba debutando Argentina en Qatar. Era la primera vez en la historia que una organización judía internacional sesionaba en el Vaticano, y el clima épico se sentía en el aire espeso de una mañana lluviosa en Roma.

El motivo del encuentro fue el lanzamiento de la iniciativa “Kishreinu” (en hebreo significa “nuestro vínculo”), un proceso colaborativo promovido por el Congreso Judío Mundial con el cual las comunidades judías del mundo, unidas, dan un giro en el modo en el que se vinculan y relacionan con las comunidades católicas en cada pueblo y ciudad donde ambas conviven.

¡Queremos estudiar juntos! ¡Queremos más proyectos de cooperación! ¡Con estos valores queremos que crezcan las próximas generaciones! El espíritu de kishreinu es de apertura y amistad, con la ilusión de que los valores compartidos se incorporen poco a poco en las tradiciones y la vida cotidiana de cada judío y cristiano en el mundo y cimenten así las bases de la convivencia en cada rincón.

No es casual que este evento haya tenido lugar por primera vez en la historia ahora, con un Papa que tiene la fraternidad entre las prioridades de su agenda, un Papa que trabaja activamente por la paz, y particularmente, un Papa latinoamericano. El clima de convivencia interreligiosa que experimentamos cotidianamente en América Latina, y que construimos con dedicación y convicción todos los días, es lamentablemente una excepción en relación con lo que ocurre en el resto del mundo. Con este acto, sin embargo, logramos llevar al nivel global lo que venimos realizando desde hace décadas en nuestra región, desde que Francisco era el obispo Jorge Bergoglio y celebrábamos juntos las fiestas judías y católicas, hasta esta semana que estrechamos nuestras manos en el Palacio Apostólico, como si el tiempo no hubiese pasado.

“Kishreinu va a consolidar los lazos entre nuestros dos pueblos, pero al mismo tiempo servirá como una guía sobre cómo vivir en paz entre diferentes religiones”, aseguró Ronald Lauder, Presidente del Congreso Judio Mundial, en su discurso inaugural ante Francisco, que culminó con un “Dios bendiga a la selección argentina de fútbol” justo en el mismo momento en el que Messi celebró su primer gol.

El simbolismo del encuentro de esta semana tiene el potencial de inspirar paz, fraternidad y amistad a todos los creyentes y no creyentes alrededor del mundo. Sin embargo, ya lo dijimos, nadie puede saber in situ qué acontecimientos quedarán inscriptos en la historia. En 1965 la declaración “Nostra Aetate” del Concilio Vaticano II sentó las bases para iniciar un nuevo camino de diálogo entre la Iglesia Católica y las otras confesiones. Pero más allá del papel, fue gracias a aquellos líderes que se apropiaron de la impronta y comenzaron a recorrer el camino de la fraternidad que dicho documento se instituyó como un hito en la historia.

Hoy las bases están sentadas. Kishreinu es la respuesta judía a Nostra Aetate, un proceso con el potencial de dar inicio a un nuevo capítulo en las relaciones judeo cristianas. Depende de nosotros, líderes de las comunidades judías del mundo, que esto se haga realidad. No por nosotros, sino por nuestros hijos y nietos, con la convicción de probar que las barreras asentadas desde hace siglos pueden derribarse con la magia del encuentro fraterno.

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