La inesperada derrota de la Selección Argentina frente a Arabia Saudita en el primer partido que disputó en el Mundial de Qatar 2022 generó mucho bronca y angustia, y en las redes sociales esos sentimientos se amplificaron a tal punto de empezar a buscar culpables externos en lugar de responsabilizar al equipo que lidera Lionel Scaloni.
Lejos de criticar la performance de los jugadores, los hinchas cargaron contra la presencia de distintas personalidades para justificar el mal resultado. Varios influencer fueron duramente criticados hasta convertirse en tendencia en Twitter.
El más mencionado por los haters fue el Chapu Martínez, quien se había hecho conocido en su momento por el hit “Traeme la copa, Messi”, en 2018. La periodista Nati Jota, el streamer conocido como “Coscu”, la cantante Tini Stoessel y hasta el expresidente Mauricio Macri fueron otros de los mencionados, con tal de exculpar a los verdaderos responsables.
Es inevitable avanzar contra una corriente popular cuando te ponen en ese lugar incómodo. Y más con la preponderancia que cobraron las redes sociales en este último tiempo. El hecho de señalar a determinadas personas para presentarlos como los generadores de nuestros males es una práctica que tiene años de ejercicios.
Gente que emana mala suerte, mala onda, mala vibra, o como queramos llamarle, hubo siempre en todas las civilizaciones. Es muy claro el caso entre los romanos, donde se empleaban amuletos para alejar la mala suerte, por ejemplo, en collares. Allí surgieron los cuernos como elementos que hoy llamaríamos “antimufa”. No un par, sino uno solo. En cambio, en la calle, se empleaba el par y se lo hacía colocando las manos en la espalda y con una se hacía el gesto de los cuernos, evitando ser visto para no ofender a la persona.
Esta práctica se veía de manera muy notable en Nápoles. Lo contó el escritor francés Alejandro Dumas en 1845, durante un viaje a la ciudad italiana. Observaba muchas personas que, en diálogos callejeros con un interlocutor, ponían las manos atrás para hacer el cuerno. También le llamó la atención que, al ingresar a las casas, lo primero que se advertía en la ornamentación era algún tipo de cuerno. Cuando consultó a qué se debía, le dijeron que era para alejar los malos espíritus.
Los napolitanos hablaban de “jettatura”, la acción de emanar (eyectar, de ahí: jeta y yeta) mala suerte. Mientras que el sujeto era llamado “jettatore”.
En nuestra historia, lo primero que hubo fueron situaciones planteadas como malos presagios y hay dos ejemplos conocidos. Uno ocurrió el 24 de septiembre de 1812, al iniciarse la batalla de Tucumán. Manuel Belgrano montaba un rosillo, que se asustó por un estruendo y, al corcovear, hizo caer a Belgrano. Los paisanos del Ejército del Norte consideraron que era una señal de que se perdería la batalla, algo que felizmente no ocurrió.
En cambio, en el caso de Facundo Quiroga, en 1829, enfrentando al general José María Paz en la batalla de La Tablada, el final fue otro. El caudillo no pudo montar su caballo moro porque se lo habían robado. Luego de la feroz derrota, algunos oficiales manifestaron que se perdió específicamente por culpa de que Facundo no había montado al moro. El propio Quiroga se lamentó, en carta a sus amigos, por la falta de su animal predilecto y ofreció recompensas a quien lo recuperara.
Por lo tanto, nuestros abuelos supersticiosos del 1800 apuntaban más a los amuletos y a situaciones específicas, que a personas que dieran mala suerte. Sí existía desear el mal, y de allí tenemos el verbo ojear, que era mirar a una persona y provocarle un “mal de ojo”.
Todo cambió con la llegada de la numerosa población napolitana. Comenzó a prestarse mucha atención a los posibles “fúlmines” o “mufas”. Pero, sobre todo, fue la obra teatral “Jettatore”, escrita en 1904 por el dramaturgo argentino Gregorio Laferrere, la que popularizó el término. Fue un éxito desde el primer día —al estreno asistió el presidente Julio A. Roca— y se mantuvo en cartelera más de un año. Narraba la historia de un hombre que siempre estaba cerca de hechos nefastos. Sus amigos lo esquivaban y nadie quería saber nada con él porque atraía malas vibras.
La popularidad del personaje hizo que comenzara a buscarse yetas en la vida real. La primera víctima fue el presidente José Figueroa Alcorta (1906-1910). Algunos medios periodísticos —el diario La Vanguardia, las revista Caras y Caretas o PBT— promulgaban que era un verdadero Jettatore, amparados en que durante su presidencia murieron cuatro presidentes y un gobernador, por eso se decía que generaba mala energía. Esto se debió principalmente a que durante su gobierno murieron cinco ex presidentes. Además de Quintana, que fue a quien sucedió, partieron Bartolomé Mitre, Miguel Juárez Celman, Carlos Pellegrini y Luis Sáenz Peña; también nos dejó el ex gobernador bonaerense Bernardo de Irigoyen. Y algunas publicaciones repetían con insistencia maléfica que adonde Figueroa Alcorta fuera, surgían los problemas, los accidentes y las tragedias.
El diario La Vanguardia o la revista Caras y Caretas o Pebete se encargaban de destacar cada hecho nefasto y vincularlo con Figueroa Alcorta. La creencia aumentaba. Vale la pena rescatar un aviso publicado en el primer ejemplar del año 1910, de la revista PBT: “Se vende medalla contra la Jetta, es la medalla Strega, sólo se consigue en la joyería La Porteña, de Miguel Pineda, en Santa Fe 2276, entre Andes y Azcuénaga”. El eslogan del aviso era: “Todos deberían poseerla para 1910″. La imagen era la de una mujer haciendo los cuernitos antimufa. Costaba $15 la común y $80 la dorada.
Era una época en que la mala suerte estaba muy vinculada con el hipismo. Se señalaban caballos que daban mala suerte y también jockeys; y en el mundo de las carreras eso era sentenciarlos y que nadie los quisiera correr o que apostara por ellos. Y así, esta mala suerte fue pasando a otras actividades deportivas como el fútbol, la navegación y el atletismo.
En 1919, el diario Crítica generó una campaña para instalar que el presidente Hipólito Yrigoyen era yeta y hay títulos de este diario de esa época que en lugar de mencionarlo por su nombre, decían “Jettatore hizo tal cosa....”, como si fuera su apodo. Esto se extendió hasta 1920.
Luego esa costumbre se fue perdiendo y volvió con Carlos Menem, a quienes muchos llamaban “el innombrable” tratando de instalar esa idea de que pertenecía a un mundo de gente que generaba mala suerte.
También hubo músicos argentinos que fueron atacados por ese tema, pero eso más por folclore y no por diferencias políticas, como ocurrió en los casos que mencionamos anteriormente.
Recién en este mundial que se celebra en Qatar, donde las redes sociales tienen tanto peso, se marca mucho como mufa a algunos de los argentinos que asisten al evento. En otros mundiales se recuerda lo sucedido con el cantante Mick Jagger, en 2010, en Sudáfrica. Luego de que concurriera a partidos en los que Inglaterra fue derrotada, quedó estigmatizado, al punto de que comenzaron a hacerse photoshops para que luciera la camiseta del equipo que uno quisiera que perdiera.
Así como existen los amuletos también se dio el caso del maestro Osvaldo Pugliese, a quien señalaron como imán de la mala suerte en tiempos del peronismo (partido con el que el maestro no comulgaba). Pero luego se revirtió esa situación y lo transformaron en un arma antimufa. Se cuenta que fue Charly García quien lo invocó antes de un recital, en el que fallaba el sonido, y que una vez que gritó su nombre, todo comenzó a funcionar bien. Ahí se convirtió en costumbre mencionar a Pugliese para alejar los malos espíritus.
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