Feminista en falta: el relativismo mundialista, el brazalete arcoiris y los botines de Tini

Los argentinos teníamos la oportunidad de retribuir al mundo por no haber callado ante el sportwashing del Mundial 78. Pero mientras los iraníes arriesgan literalmente sus vidas en la cancha, nosotros parecemos jugar en otra liga: la de la misoginia naturalizada y el silencio cómplice o –¡peor!–, la justificación de las violaciones a los derechos humanos

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El gesto valiente de los jugadores del seleccionado iraní, que antes de la derrota ante Inglaterra permanecieron en silencio mientras sonaba el himno de su país (Photo by FADEL SENNA / AFP)
El gesto valiente de los jugadores del seleccionado iraní, que antes de la derrota ante Inglaterra permanecieron en silencio mientras sonaba el himno de su país (Photo by FADEL SENNA / AFP)

El lunes pasado, el mundo enmudeció frente a las pantallas que transmitían desde Qatar el gesto valiente de los jugadores del seleccionado iraní, que antes de la derrota ante Inglaterra permanecieron en silencio mientras sonaba el himno de su país. Era un símbolo de su apoyo al movimiento contra la tiranía del islam que se desató en septiembre último tras el asesinato de la joven Mahsa Amini, una chica de 22 años detenida y torturada por las patrullas de la moral por ponerse mal el velo obligatorio.

Era evidente entonces lo que sabemos ahora con certeza: los futbolistas iraníes estaban trascendiendo lo simbólico; el régimen sanguinario del ayatollah Khamenei no iba a perdonarles la osadía de exponerlo en uno de los eventos deportivos más vistos del planeta. Al día siguiente del partido, el jefe de gobierno de Teherán advirtió: “No permitiremos que nadie insulte a nuestro himno y nuestra bandera”. Una amenaza concreta contra los deportistas y sus familias mientras miembros del partido conservador en el poder siguen llamando a reemplazar al equipo completo por uno de “hombres leales”.

No fue el único acto de valor en un Mundial disputado en Qatar, una monarquía absolutista en la que, según Amnistía Internacional, las restricciones a la libertad de expresión y la discriminación contra las mujeres y las personas LGBTIQ+ aumentaron aún más en el periodo previo a la Copa, y –de acuerdo con una investigación de The Guardian– miles de trabajadores migrantes murieron durante la construcción de los imponentes estadios climatizados.

De hecho, durante el mismo partido del lunes, los jugadores ingleses se arrodillaron en la cancha en señal de protesta porque la FIFA anticipó que habría sanciones deportivas si el capitán llevaba el brazalete “One Love” que planeaban usar seis equipos europeos en protesta por las violaciones sistemáticas a los derechos de la comunidad homosexual en el país anfitrión. En lugar de eso, Harry Kane tuvo que conformarse con ponerse en el brazo izquierdo una cinta negra con la inscripción “No a la discriminación”. Es que los dirigentes europeos estaban dispuestos a pagar multas, pero no a perder puntos en nombre del altruismo. Al fin de cuentas, la crisis económica es internacional, y nadie puede darse el lujo de renunciar al circo ni al pan árabe.

los jugadores ingleses se arrodillaron en la cancha en señal de protesta porque la FIFA anticipó que habría sanciones deportivas si el capitán llevaba el brazalete “One Love” (Photo by Julian Finney/Getty Images)
los jugadores ingleses se arrodillaron en la cancha en señal de protesta porque la FIFA anticipó que habría sanciones deportivas si el capitán llevaba el brazalete “One Love” (Photo by Julian Finney/Getty Images)

Sin embargo, la relatora de la BBC y ex defensora del seleccionado británico de fútbol femenino Alex Scott, desafió el punitivismo cómplice de la FIFA luciendo el brazalete del arcoiris durante toda su cobertura. Es una de las mujeres que eligió convertir en denuncia su presencia en un país donde sus congéneres son tuteladas por los varones, es decir que son sus padres, hermanos, abuelos o maridos quienes toman por ellas decisiones vitales como casarse, estudiar, trabajar, viajar al extranjero y acceder a la salud reproductiva.

El caso de la antropóloga mexicana Paola Schietekat es apenas un ejemplo del horror cotidiano que se pretende tapar con goles, en una práctica conocida como sportswashing, que los argentinos sufrimos tristemente en carne propia durante el Mundial del 78. Schietekat trabajaba para el Comité Organizador del Mundial cuando fue abusada sexualmente mientras dormía por un hombre al que conocía. Cuando quiso denunciarlo, fue acusada de “Zina”, esto es, de mantener “una relación extramarital” con su agresor, un delito castigado por la Sharia con 100 latigazos y hasta 10 años de cárcel. Sólo la intervención mexicana la salvó de sufrir más vejaciones.

La valentía de Alex Scott fue seguida por varios de sus colegas, como el danés Jon Pagh que se negó a cumplir la orden oficial de quitarse el brazalete arcoiris para la transmisión del partido en el que Dinamarca enfrentó a Túnez. Tuvo más suerte que su compañero Rasmus Tantholdt, forzado a salir del aire por agentes de seguridad qataríes que lo amenazaron con destruir sus cámaras.

Pero en un país como el nuestro, que debería entender como ningún otro el alcance siniestro del sportwashing, asistimos a un relato amable y edulcorado sobre el Mundial de Qatar, con enviados del canal oficial que en el mejor de los casos no opinan, o directamente relativizan el alcance de las violaciones de derechos humanos. En estos días leímos y escuchamos a corresponsales varones y mujeres –cuya voz podría ser histórica– decir que hay que “dejar de lado lo que aprendimos como obvio y dar lugar a mundos nuevos”, maravillarse mientras comentaban al pie de la letra el show de apertura y reprochar “tanta búsqueda de hablar de los derechos humanos, si a pesar de las diferencias este es un evento para unirnos”, y hasta preguntar sin ponerse colorados si los qataríes realmente están “interesados en tener democracia”.

Somos los que nos pasamos un día atacando en las redes a Tini porque Rodrigo De Paul se escribió su nombre en los botines. Somos eso: ruines y básicos, ¿por qué otro motivo culparíamos a una mujer por perder un partido jugado por once tipos?
Somos los que nos pasamos un día atacando en las redes a Tini porque Rodrigo De Paul se escribió su nombre en los botines. Somos eso: ruines y básicos, ¿por qué otro motivo culparíamos a una mujer por perder un partido jugado por once tipos?

Nosotros, justo nosotros, los que todavía llevamos marcada a fuego aquella propaganda nacida del cinismo que decía que los argentinos éramos “derechos y humanos”, elegimos mirar para otro lado. La ex senadora Norma Morandini lo dice muy claro en una columna que publicó El País de Madrid el viernes último: nosotros, “los que recibimos muestras de compasión como las de la radio portuguesa –que en 1978 repetía cada media hora “Que los gritos de gol no tapen el grito de dolor de los torturados”–, o los diarios españoles que estrenaron su libertad democrática hablando por nuestras mordazas, tenemos una oportunidad de retribución”. A esta altura del partido, pareciera que vamos a desaprovecharla.

Entre los 40 mil hinchas argentinos en Qatar hay ex mandatarios, conductores, sindicalistas, empresarios y estrellas de todos los colores. Ninguno hace declaraciones sobre los derechos violados, ni siquiera los que no son adscriptos a la cobarde corriente “es más complejo”. Tampoco parecen importar mucho para los que lo miramos desde acá, demasiado concentrados en encontrar culpables mágicos para el invicto perdido de la Selección. Se sabe: no hay nada más ruín (ni más básico) que tildar de “mufa” a alguien por un resultado deportivo.

Frente a ese silencio que tanto dice en los jugadores iraníes, poniéndole el cuerpo a la masiva movilización de sus hermanas contra el velo que oprime, nosotros elegimos jugar chiquito, somos otra liga. No los jugadores ni el cuerpo técnico, sino los comentaristas y los hinchas. Somos los que nos pasamos un día atacando en las redes a Tini porque Rodrigo De Paul se escribió su nombre en los botines. Somos eso: ruines y básicos, ¿por qué otro motivo culparíamos a una mujer por perder un partido jugado por once tipos?

Si lo pensamos un poco, es mucho más triste que la posibilidad de quedar fuera de la Copa. Y es que de esa derrota moral, la de la misoginia naturalizada y el relativismo, ni Messi puede salvarnos.

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