Qatar, el VAR y el Espíritu Santo

Con la intervención automática de la tecnología, la FIFA terminó siendo más inflexible que el emirato absolutista en el que se desarrolla el Mundial

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Natalia Volosin
Natalia Volosin

(Desde Doha) Vine a Qatar con dos creencias falsas: que si me ponía un short o una musculosa me iba a correr la policía en plan Homeland y que le íbamos a pintar la cara a Arabia Saudita.

Sobre lo primero: exagero. Ya algunas periodistas deportivas me habían advertido que no era tan serio. Como mucho puede que te miren mal. Si la musculosa es de tiras anchas no pasa nada. Con este calor seguro que van a estar todas las minas en cortos. Tampoco vas a andar en culo. No te va a pasar nada. Yo me cubro un poco por respeto. Es una cultura distinta.

Todo lo que me dijeron fue en esa línea. Y tenían razón. Salvo por la camiseta, fui a ver Argentina-Arabia Saudita con la misma ropa que podría usar en Buenos Aires para salir a correr. Y no pasó nada. No sentí nada extraño. Ni siquiera recuerdo haber estado atenta al tema o pensar “uy, cierto que estoy en short”.

Por lo demás, tuve intercambios amables con varones y mujeres de apariencia muy y nada religiosa. En un pasillo del estadio Lusail, frente a lo que parecía la entrada de un baño, vi una montaña de zapatillas custodiadas por un guardia de seguridad y un hombre vestido con thawb (túnica blanca hasta los tobillos). Les pregunté de qué se trataba. Creo que se sorprendieron de que les hablara, pero fueron cordiales y me explicaron que no era un baño, sino un lugar de rezo. También encontré otro para mujeres.

En las inmediaciones del estadio participé de un juego de fútbol con una pared interactiva. Quien conseguía mayor efectividad se sacaba una foto con los jugadores después del partido. Con el diario del lunes, menos mal que perdí, porque una foto con esas caripelas te la regalo. Pero a lo que voy: le pregunté a una de las organizadoras si no deberían haber armado un juego para mujeres y otro para varones. ¿Su look? Shayla (la tela que les cubre el pelo), pero no abaya (el vestido negro largo) y tampoco nicab (lo que cubre toda la cara salvo los ojos). Creo que estaba en jean. Me contestó algo así como “tal cual, amiga, pero si los separábamos se iban a quejar de eso”. Nos reímos juntas.

Por supuesto, son flexibles, pero no boludos. Y siguen siendo un emirato absolutista. En el partido inaugural, los guardias de seguridad del estadio detuvieron al periodista deportivo estadounidense Grant Wahl, le confiscaron el teléfono y le exigieron que se cambiara la remera (un arcoíris en apoyo a los derechos LGBTIQ+) porque era “política”. Al final vino otro más pulenta que le pidió disculpas y lo dejó pasar, pero igual. Y los locales ni te digo. Cualquier apertura es mínima y pasajera como el Mundial. Ser gay, trans o mujer en Qatar es vivir en riesgo.

Por eso digo: flexibles un poco. Yo solo me puse un short y fui a ver un partido de fútbol. Ah, y tomé cerveza. No adentro, porque la prohibieron y solo venden sin alcohol (meh). Pero sí en la zona de las carpas exteriores donde te dan de morfar antes y después del evento si tenés la “Hospitalidad”, léase VIP, preferencial o cosa por el estilo. Que, entre paréntesis, de hospitalidad tiene poco.

La fila de la entrada fue símil bombonera en un Boca-River, piel con piel, no empujen, hay chicos, dale loco abran las puertas y todo eso. Después te daban un llaverito, una pulsera y un cartelito muy cool de “pagué un huevo y medio para esto” con el que accedías a un metegol, un par de birras, tres porciones de pizza y varias estaciones de glitter para brishar con los colores de la Selección, como un falso Di María que me crucé y que resultó ser el conocido instructor de peluquería Federico Aguirre.

La FIFA, en cambio, no se puso glitter. Se puso la gorra y le dio la llave del fútbol a la tecnología. VAR semiautomático. Suena copado, pero la AK-47 también es semiautomática. El nuevo sistema del fútbol, de estreno en Qatar, reúne información de las cámaras y de un sensor que hay adentro de la pelota y reconstruye las posiciones de los jugadores para el fuera de juego con un nivel de precisión sobrehumano. Guau, qué genial, che.

Quiero ser clara: Argentina no perdió por el VAR. De los tres goles anulados por offside, solo uno (el del hombro de Lautaro Martínez) no fue evidente para el ojo humano. Bueno, de hecho, no solo no fue evidente, sino que directamente pareciera que ni siquiera fue offside porque el VAR midió al argentino contra el jugador Saud Abdulhamid, pero el último hombre en realidad era Yasir Al Shahrani y ese sí lo habilitaba. También hay que decir que el penal a favor difícilmente se habría cobrado sin VAR. Pero, de nuevo: no nos escondamos en las limitaciones de la tecnología. Lo que hay para decir o pensar sobre el juego de la selección es al margen del VAR.

Ahora bien, la versión AK-47 del VAR tiene problemas en sí misma, con o sin impacto positivo o negativo en la albiceleste o en el equipo que sea. ¿Por qué? Porque viola el espíritu del offside y lo transforma en una norma de imposible cumplimiento. Las reglas (todas, las morales, las religiosas, las jurídicas) tienen un sentido, una finalidad. Su aplicación e interpretación tiene que dirigirse a eso.

La imagen que subió @ArchivoVAR
La imagen que subió @ArchivoVAR que mostraría a Lautaro Martínez habilitado

Es que las normas no son buenas en sí misma, sino en la medida que persiguen determinados fines sociales. De hecho, no son más que entes abstractos, construcciones a las que les asignamos un valor. Solo son (en el mejor de los casos) manchas de tinta negra sobre un papel. Digo en el mejor de los casos porque muchas (incluso las jurídicas, que se supone que son más formales) ni siquiera son escritas.

Pues bien, ¿cuál es el espíritu de la regla del offside? Que los atacantes no le saquen ventaja a los defensores y los partidos sean equilibrados y divertidos. Todos los cambios que tuvo el fuera de juego a lo largo de la historia fueron en esa dirección.

Vamos al caso de Lautaro Martínez, más allá del posible error del VAR si es que en realidad lo habilitaba Al Shahrani. Aun suponiendo que no fuese así, aplicar la tecnología para un offside de hombro (por la Regla 11 de la IFAB no cuentan las manos ni los brazos y el brazo empieza en el punto inferior de la axila, por lo que el hombro es “cuerpo” y no “brazo”) tiene dos problemas.

Primero, trastoca el espíritu de la norma. ¿Cuál es la ventaja que saca el delantero con el hombro y que no saca con el brazo sin el hombro? Segundo, si el nivel de precisión del VAR es sobrehumano, ¿cómo hacen los jugadores para cumplir con la norma? ¿Cómo hace un delantero para saber, milimétricamente, que no ya su brazo sino su hombro está del otro lado de la línea?

No puede. No es un robot. Juega al borde, mira la línea imaginaria del offside y, si es apenas mejor que Wanchope, le sale bien más veces que las que le sale mal. Si no puede hacer eso, si tiene que anticiparse a que la inteligencia artificial de los genios de la FIFA le va a medir el borde inferior de la axila, va a tener que jugar de otra manera para ganarle la posición al defensor y romper la línea. Y si los delanteros tienen que jugar de otra manera, ya no estamos mejorando el sistema de cumplimiento de las normas. Estamos cambiando el juego para adaptarlo a nuestra obsesión por aplicarlas literalmente.

Así que me alegra que Gianni Infantino se autoperciba catarí, árabe, africano, gay, discapacitado y trabajador migrante. Muy lindo también poder ir en shortcito a la cancha sin que nos corra la policía. Bien ahí la cerveza afuera del estadio. Pero para la próxima, si no es mucho pedir, intenten no romper el fútbol.

El offside automático señaló que
El offside automático señaló que Lautaro Martínez estaba adelantado

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