Más respeto que es Gasalla

No vendría mal un poco de discreción, de distancia. Este actor de tan enmarañado y valioso estilo, de tal talento y brillo, lo merece

Antonio Gasalla

Es que al pobre Antonio Gasalla, de 81 años, nacido en una estricta familia en Ramos Mejía, eligió para sus días de saber qué hacer, la carrera de odontología.

Gasalla dejó los dientes y las encías para entrar al Conservatorio Nacional de Arte Dramático, donde conoció a Carlos Perciavalle. La amistad se convirtió en dúo de estrellas de Café- Concert. Todo a partir de la gracia rupturista, desmadrada, y de la vertiginosa creatividad de cada minuto que significó “Help Valentino”. Producida por Inés Quesada y actuaciones de Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle, Edda Díaz y Norah Blay, con escenografía de Antonio Berni, Edgardo Giménez -también autor del afiche que buscan los coleccionistas de la época-, Dalila Puzzovio y Carlos Squirru. Todo se montó en un conventillo de La Recoleta como una caleidoscópica sucesión de sketches ejercitados por aprendizaje y diversión plena en el Conservatorio, alrededor de Rodolfo Valentino, el actor que encarnó al latin lover durante el Hollywood del cine mudo, nacido, por cierto, en Sicilia.

Fue un tiempo en el que Buenos Aires aglutinaba alrededor del Instituto Di Tella y su director, Romero Brest, un aire de modernidad libre, gobierne quien gobernara. Eran los sesenta y tantos, la Galería del Este, la insolencia de Nacha Guevara, Marta Minujin, Carlos de la Vega -en la canción, increíbles, estupendas canciones, y gran artista plástico-, Federico Manuel Peralta Ramos, y la lista es larga.

En rebrote feliz de la ciudad, junto al río inmóvil, El Café-Concert era central. Surgieron I Musicisti, luego llamados Les Luthiers. Regían diversas formas de censura: allí se desafiaba lo que otros callaban. No se trataba de arte como protesta preñada de ideología fija, sino de libertad y de irreverencia.

Gasalla y Perciavalle llenaban espacios de un público ávido de cortar el umbilical de un orden opresivo y la gente se lo pasaba de maravilla. Próximo al music hall, pero íntimo, a la mano, fue tal el éxito que los grandes del cine y el teatro se plegaron al género.

Al abrirse caminos, Perciavalle mantuvo su figura y estilo, a veces mejor que en otras realizaciones, y Gasalla aumentó hasta ser, poco a poco o de modo explosivo, un actor casi patrimonial del país, en particular de Buenos Aires. Una gran figura que pasó con éxitos enormes en la televisión, en el Maipo, como capo cómico diferente, incursiones en películas -“La tregua”, dirigida por Sergio Renan y propuesta para el Oscar, o “La cigarra no es un bicho”, de Daniel Tinayre-.

Con “Más respeto, que soy tu madre”, formidable criatura de Hernán Casciari, sacudió la calle Corrientes: un marido desocupado, tres adolescentes terribles, un suegro drogadicto, y la madre, Gasalla, que hace lo que puede, conforma un mundo donde todo se da vuelta y labra el envés de lo que puede concebirse como una familia tradicional, sus integrantes y papeles sociales.

El triunfo fue absoluto, no sin cierto escándalo, protestas y abominación que no detuvieron las salas llenas, entradas agotadas y pedidos con anticipación.

Antonio Gasalla, por estos días en el blanco de un momento de enfermedad y depresión expresado en programas de televisión, ya hacía tiempo que todos sus personajes fueron femeninos. No se falta si se define como un gran actor travesti. Claro que no para refulgir y seducir, sino encarnados por ancianas desternillantes, la empleada pública espantosa, la nena. En cada caso, con un don de refinamiento extraordinario y observaciones sostenidas por una inteligencia irrefutable, despojada, de poca amabilidad con sus propios personajes: se diría que Gasalla, artista mayor, partió de una lucidez amarga (o agria, si se quiere).

En un programa, Perciavalle sostuvo que sufría de cáncer en los huesos. No tardó Gasalla en pedirle a Pierri, su abogado, que iniciara una querella. Luego, la disculpa, pero con el célebre doctor Burlando en contacto, por las dudas.

No hay ninguna certeza de la imprudente revelación, pero alrededor de Antonio Gasalla no falta una probable estafa, olvidos bruscos, un cuadro agudo de melancolía que tal vez lo haya acompañado siempre.

No vive en la pobreza –de ningún modo-, pero vive con pocas ganas de seguir rodando. Es lo que se deja ver. Como quiera que sea, no vendría mal un poco de discreción, de distancia. Hay tantos candidatos en busca de fama y jaleo entre separaciones, insultos, discusiones, que los conductores y los panelistas tienen para hacer dulce.

Este actor de tan enmarañado y valioso estilo, de tal talento y brillo lo merece.

Más respeto, que es Gasalla.

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