Empecemos por lo más simple, lo que se vio ese día de 1972, al que concurrí con compañeros de estudios. Fue una movilización constituida básicamente por sectores estudiantiles y clases medias urbanas sobre Ezeiza, para recibir, luego de diecisiete años de exilio, al general Juan Domingo Perón. Los sectores obreros, potentes por aquellos años, no aparecieron en esa jornada, como tampoco lo que podríamos llamar genéricamente, sectores populares. En este sentido, fue una movilización de militantes y activistas. Con una novedad: la mayoría, recién llegados al peronismo.
Las condiciones del retorno
La dictadura militar instaurada en junio de 1966 inició su camino de escape, luego de las violentas jornadas de rebeldía en el interior del país. Chaco, Corrientes, Rosario, Córdoba, General Roca, Tucumán, Mendoza, vivieron días de furia iniciada por el movimiento estudiantil y desbordada hacia el conjunto de la sociedad, fundamentalmente en Córdoba. El impacto provocó el alejamiento del general Onganía y nueve meses después, del general Levingston. Asumió finalmente el general Lanusse para resolver el asunto vía electoral. Este general venía conversando con el general Aramburu, militar de prestigio en aquel Ejército, quién había pergeñado el plan de dar por finalizada la experiencia militar, asumir como Presidente y convocar a elecciones, habilitando el retorno de Perón al país y su participación electoral. Esta idea de Aramburu le fue transmitida al general Perón en diciembre de 1969, por Ricardo Rojo, para seguir conversando a partir de marzo de 1970. Los conflictos provinciales postergaron los acuerdos y el asesinato de Aramburu en mayo de ese año, a manos de los Montoneros, los clausuraron definitivamente. Es pertinente observar las razones de este asesinato: “Aramburu conspiraba contra Onganía. Pero el proyecto de Aramburu era políticamente más peligroso. Aramburu se proponía lo que luego se llamó el Gran Acuerdo Nacional, la integración del peronismo al sistema liberal. Aramburu había superado hacía mucho la torpeza del ‘55 en materia política” (La Causa Peronista, Razones del asesinato).
El general Lanusse retomó el proyecto, pero le dio una impronta propia, digamos muy antiperonista. Sentimiento que al parecer Aramburu había dejado de lado. Asumió la Presidencia y abrió el juego político. Así se inicia 1972, un año decisivo que torció para siempre el devenir del peronismo. En enero de ese año era reconocido el Partido Justicialista. Y se ponía en marcha el GAN, Gran Acuerdo Nacional, que consistía en reivindicar la figura histórica de Juan Perón. Se colocó su busto junto al de todos los presidentes, se restituyeron los restos de Eva Perón, se le devolvió la jerarquía militar, los sueldos adeudados, y el uniforme y todo eso para que Perón renunciara a su candidatura. No era el plan de Aramburu. Lanusse lo torció. En su delirio pretendía que Perón lo nominara como candidato de la unión de los argentinos. Dijo al respecto su amigo Paco Manrique: “Pretendía Lanusse que lo ayudase a que fuera Presidente porque se lo había prometido Perón. En una palabra, se sentía el candidato natural de Perón en las elecciones. Era una barbaridad” (Todo es Historia, 190).
Fuera de juego
Como el exiliado no entró en el juego, Lanusse se enojó mucho y en la cena de camaradería de las FF.AA. de aquel año estableció las siguientes exigencias: “Estar presentes en el país antes del 25 de agosto y residir permanentemente después de esa fecha y no podrían ser candidatos quienes viajasen al exterior por más de quince días sin informárselo al Ministro del Interior. Perón no vino como el Gobierno Militar pretendía: “Que volviera condicionado por las Fuerzas Armadas” (Lanusse: Mi Testimonio).
El tema preocupaba también a las organizaciones armadas, el 20 de julio de ese año, Alicia Eguren le envía una carta a Perón pidiéndole que retorne antes del 25 para desarmar la trampa de Lanusse. “A partir de una palabra suya formaremos los comandos Juan Perón con palos, gomas, pistolas 22, escopetas de caño recortado, todas armas de calibres permitidos y paralelamente, las otras pesadas” (A.G.N. Archivo J. Perón).
Pavada de dilema el de Perón. Entre Lanusse, que pretendía mojarle la oreja, y las organizaciones armadas, que aspiraban a resolver el asunto con balas. Perón volvió después.
Como el exiliado retornó a destiempo y por fuera de las exigencias de Lanusse, su situación se complicó gravemente. Intentó desbaratar la maniobra, generando las condiciones de un golpe militar, o una pueblada que expulsara del poder a Lanusse. Nada de esto ocurrió. “La concentración multitudinaria no se produjo y tampoco hubo reacción militar de ninguna naturaleza” (Lanusse, Mi Testimonio). ¡Eso fue el 17 de noviembre! Desde la perspectiva peronista, un fracaso. Fue un regreso sin gloria. Indudablemente, alguien engañó a Perón respecto de lo que ocurriría a su llegada. El viejo General, dispuesto a seguir peleando, intentó una vuelta más. Reunió a todos los partidos políticos en un restaurante en Vicente López llamado Nino. “Esta reunión constituyó un ámbito en el que Perón procuró ejercer la última presión para abolir la cláusula proscriptiva del 25 de agosto. Pero no contó con una decisión favorable de los radicales. Los radicales pensaban que la proscripción era responsabilidad de quien no se hallaba en el país antes de la fecha límite fijada por el gobierno” (F. Pardo y Frenkel: La unidad nacional entre el conflicto y la reconstrucción).
Al día siguiente, Balbín visita a Perón en Gaspar Campos y al salir afirma que Perón es concurrencista. Esto es, el General no logró desbaratar el plan de Lanusse.
Ni el 17 de noviembre, ni Nino lograron la candidatura de Perón.
¿Cuál fue la consecuencia de este fracaso? Que Perón se hartó y nombró como candidato a Cámpora. Que no podía serlo, pues violaba la misma norma que invalidaba a Perón: había abandonado el país en dos oportunidades sin informarle al Ministerio del Interior. Es en esos días que comienza a hablarse de la fórmula Perón-Balbín al solo efecto de arrastrar a la proscripción al jefe radical también, y desinflar la salida electoral. Un imposible porque, si bien el 26 de noviembre Balbín se había impuesto en la interna a Raúl Alfonsín, que criticaba el acercamiento de Balbín a Perón, el triunfo había sido por escasos cinco mil votos.
Cámpora, el candidato imposible
Perón no propuso a Cámpora como candidato efectivo. Lo hizo para que lo proscribieran y luego llamar al voto en blanco. Dice Lanusse: “La fórmula indicada por Perón incluía a Cámpora, que no se había ajustado a la norma preelectoral de no abandonar el país sin el conocimiento y autorización previos del Ministerio del Interior. Perón no ignoraba esa imposición. ¿Por qué, pues, hizo esa designación? Es razonable pensar que lo fue para encontrar en el veto de su candidato el pretexto para resolver el voto en blanco que le permitiera, o bien continuar ejerciendo su influencia a distancia como en 1963, o bien provocar un clima de honda perturbación política y social que pudiera influir inclusive sobre las FF.AA. y, en consecuencia, llegar a provocar la caída del gobierno” (Mi Testimonio)
Estando Perón en España y ante una pregunta del periodismo de por qué había designado a Cámpora, el General contestó: “Yo no le he designado, sino el Congreso Partidario. El movimiento tiene sus organismos, su congreso, donde hay 250 representantes de casi 8 millones de personas” (Fermín Chávez. Todo es Historia. 190) ¡Que diferencia con aquel congreso radical que debió insistir tres veces para que Yrigoyen fuera candidato en 1916!
Lo que vino después ya lo he narrado en diversos artículos, lo cierto fue que Cámpora se la creyó; sin poder en el partido y menospreciado por Perón, aceptó las malas juntas y se rodeó de Montoneros.
El 17 de noviembre es una mala fecha para el peronismo. Es muy buena para el kirchnerismo, que descubrió en este fracaso su razón de ser. Para decirlo sin vueltas, el camporismo es fruto del fracaso del peronismo, siendo, así mismo, el hijo putativo de Lanusse.
Errores que se pagan caro
Este error de apreciación histórica ha permitido que el kirchnerismo se haga dueño del peronismo. Lo sodomice. Al asumirse de izquierda, centro izquierda o progresistas, como lo fue el camporismo, el peronismo, al menos por ahora, ha desaparecido. Cuando Alberto Fernández, Cristina y muchos auto percibidos peronistas, advierten que el problema que se avecina en el 2023 es el triunfo de la derecha. ¡Está todo dicho!
¿Qué creen que ha sido el peronismo?
En 1946, el entonces Coronel Perón venció a una alianza de izquierda que lo acusaba de nazi-fascista, sin comprender que se puede ser de derecha y antifascista, como fue el caso de Perón. El peronismo ha perdido el cuadrante al que pertenecía. ¿Lo recuperará?
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