De todos los desafíos que enfrentará el mundo, probablemente el problema de la caída en las tasas de fertilidad sea el más importante y el que se lleva, relativamente, menos miradas en Latinoamérica. Países como Japón, Corea, China, y varios de Europa continental lo empiezan a sufrir aceleradamente. En Latinoamérica parece un problema de otros. ¿Es así?
Las estimaciones son impactantes para las próximas décadas. Según Naciones Unidas, en los últimos 60 años el crecimiento de la población se redujo a la mitad (de 2% anual a 1%), y las proyecciones indican que para 2050 se estaría creciendo al 0,5% y para 2100 al 0,1%. Proyectar a tan largo plazo es riesgoso, pero, al mirar hacia atrás, las proyecciones demográficas han fallado por muy poco. Es razonable, por lo tanto, tomar estos datos con seriedad. Algunas implicancias son que la población mundial comenzaría a disminuir hacia 2090, pero con diferencias notables por regiones: en Europa la población ya está disminuyendo, mientras que en Asia y América Latina comenzaría a hacerlo hacia la década de 2050. En el resto del mundo (África, América del Norte) el descenso comenzaría después de 2100.
Hasta comienzos de la década de 1990, la economía japonesa había sido una de las más dinámicas del mundo. A principios de esa década experimentó una profunda crisis financiera
¿Por qué ocurre esto? Básicamente por la caída en la tasa de fertilidad (es decir, el número de hijos que en promedio tiene una mujer durante su edad reproductiva), que a nivel mundial está en torno los 2,5 hijos. El impacto de esta reducción es superior al aumento de la expectativa de vida, que a nivel mundial es de unos 72 años (con diferencias amplias: alrededor de 85 años en Japón y apenas por encima de 60 en Burundi).
¿Cuáles son las implicancias desde el punto de vista económico? En los países desarrollados los efectos pueden sentirse en el corto plazo a través de la presión fiscal. La tasa de dependencia (la relación entre el número de personas que no están en edad de trabajar y el número de personas que sí lo están) llegaría a 1 en Japón hacia 2050, mientras que en Europa se duplicará entre 2005 y 2050. Los desafíos fiscales en términos de gasto social (y específicamente salud) serán enormes.
Desde una perspectiva más general, es importante tener en consideración que la evolución de una economía puede explicarse al igual que cualquier mercado: por la demanda y por la oferta. Para que una economía crezca, tanto la demanda como la oferta deben ser vigorosas. En el corto plazo la demanda depende de variables como la tasa de interés, el consumo privado y la confianza. Pero en el largo plazo un país crece o se estanca dependiendo de la combinación que posea de empleo, capital e ideas (innovación). Como el capital finalmente termina siendo endógeno, la producción potencial de un país termina dependiendo del crecimiento de la población y del crecimiento de la productividad (producción por trabajador).
¿Qué ocurre si la población (y, por lo tanto, la población en edad de trabajar) deja de crecer? Un caso impactante es el de Japón. Hasta comienzos de la década de 1990, la economía japonesa había sido una de las más dinámicas del mundo. A principios de esa década experimentó una profunda crisis financiera, luego de la cual inició un período de tres décadas de virtual estancamiento de su Producto Interno Bruto y fuerte desaceleración del crecimiento de su PIB per cápita. La tendencia indica que Japón estaría cerca de empezar a experimentar caídas en el producto por habitante, a pesar de haber tenido sostenidas mejoras en la productividad de la economía. Llegado un punto, pareciese que es muy difícil que la tecnología compense la caída poblacional.
En promedio, se está convergiendo a tasas de fertilidad similares a las de los países de ingresos altos, pero teniendo niveles de ingresos medios
Existen otros países desarrollados con tasas de fertilidad incluso menores a las de Japón (España e Italia, por ejemplo). Sin embargo, en estos países la población no ha disminuido simplemente por la inmigración. En 2020, la cantidad de países con fertilidad por debajo de 2,1 era de 84, y entre ellos se encontraban varios de América Latina: Cuba (1,6), Chile (1,6), Brasil (1,7), Costa Rica (1,7), Colombia (1,8), Uruguay (2,0) y México (2,0). Para Argentina el valor era de 2,2, aunque las tasas de fertilidad están cayendo y se observan algunos movimientos migratorios negativos.
¿Qué lecciones se derivan para América Latina mirando al largo plazo? La primera es que, en promedio, se está convergiendo a tasas de fertilidad similares a las de los países de ingresos altos, pero teniendo niveles de ingresos medios. Chile, por ejemplo, tiene hoy la tasa de fertilidad que tenía España en 1985 e Italia en 1980. Por lo tanto, los recursos disponibles para afrontar las presiones fiscales serán mucho más limitados y la atractividad de la región con respecto a inmigración es, consecuentemente, mucho más baja.
Si la tasa de fertilidad es excesivamente baja, sólo existen tres vías de acción. La primera es favorecer que los ciudadanos tengan más hijos, lo cual es difícil y requiere anticipar los problemas. En China la tasa de fertilidad era de 6,0 a principios de la década de 1960 y las políticas públicas la redujeron a 2 en 30 años. Cuando a fines de esa década llegó a 1,6 las autoridades relajaron las medidas y comenzaron a “incentivar” que las parejas tuviesen más hijos. Los resultados, sin embargo, fueron muy modestos: en 2020 estaba en 1,7. Los países europeos han tenido algunas experiencias positivas en este sentido, al generar bases para facilitar la integración entre familia y trabajo, potenciando guarderías y dando incentivos fiscales que ayuden a los progenitores a costear la educación de sus hijas e hijos.
En los últimos 60 años el crecimiento de la población se redujo a la mitad (de 2% anual a 1%), y las proyecciones indican que para 2050 se estaría creciendo al 0,5% y para 2100 al 0,1 por ciento
La segunda alternativa es compensar con inmigración, pero esto involucra aspectos que no son simples de conciliar socialmente y se necesita tener un contexto económico atractivo. Latinoamérica ha sido una región relativamente amigable para la inmigración, pero la falta de oportunidades económicas hace que aún expulse más que atraer ciudadanos.
La tercera es intentar sustituir empleo con más automatización, más capital y más productividad. Más capital vía más inversión es una buena alternativa, pero se sabe perfectamente que esta acumulación de maquinaria, equipo, edificios, material de transporte, etc., tiene rendimientos decrecientes. Lo cual no ocurre con la generación de nuevas “ideas”, que derivan en nuevos procesos productivos y en nuevos productos.
Las economías de América Latina se enfrentarán en los próximos años a condiciones demográficas similares a las de los países ricos, pero sin ser ricas. Ante esto, va a necesitar reaccionar con mucha más fuerte antes que sea tarde en términos del impacto de las políticas. Podemos no mirar este abismo, pero no vamos a escapar de sus consecuencias.
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