Día de la Militancia: la autocrítica es hoy más necesaria que el festejo

La política merece una generación que la reivindique, que la vuelva a instalar en su lugar de arte y trascendencia que solo resurge en los pueblos que la merecen

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Militantes de Montoneros el 17
Militantes de Montoneros el 17 de noviembre de 1972, día del retorno de Perón a la Argentina

Un recuerdo que abarca toda una vida. Llovía y de todas las puertas surgían caminantes. Sin edades ni condiciones sociales, aquel retorno contenía infinitas versiones de la esperanza. Llovía en un silencio cargado de murmullos. Una larga procesión que finalmente se enfrentaría a la amenaza policial. Eran tres patrulleros y el avance de una joven que portaba una bandera y acompañaba su paso apoyada en una consigna, “adelante muchachos”. Ya se iba quedando en soledad. Esos momentos se plagan de tensiones, ella tardó en asumir su difícil situación. Siento todavía la misma sensación trayendo a este texto esa imagen, un joven se abrió la camisa gritando “tiren, hijos de puta”. Fueron pocos segundos inolvidables de tensión, la policía decidió retirarse y todos seguimos avanzando. Mi amigo Perico, dueño de aquel grito nos dejó hace unos meses. Caminamos horas esquivando patrulleros y no llegando nunca pero sabíamos que era nuestro homenaje al que esperábamos desde siempre.

Aquel día fue un principio, con su muerte se daría un final. Luego la dictadura se animaría a destruir el proyecto colectivo al servicio de un grupo de intermediarios. Mucho de lo destruido se ejecutó en su nombre. Sabemos que su único heredero fue el pueblo por eso las traiciones y sus frutos se amontonan en las miserias de los responsables. Hubo un logro que fue el retorno del General Perón, fue una causa compartida entre trabajadores y estudiantes. Luego todo fue decadencia. La violencia guerrillera solo sirvió para justificar el golpe de la peor derecha. Los derechos humanos quedaron sólo asignados a los desaparecidos, negando las víctimas generadas por la misma guerrilla, una división que parece digna pero es irracional. Pacificar implica asumir que se asesinaba de los dos lados, después, si eran o no dos demonios es solo un debate semántico.

La militancia nació en la dictadura y no logró integrarse totalmente en democracia, surgió como virtud de entrega y solidaridad pero terminó en manos de una burocracia mayoritaria. Hace muchos años, escribí una nota titulada “El fin del militante” donde expresaba el conflicto entre el funcionario rentado y el militante. Difícil ecuación entre la virtud del soñador que vive en la víspera de un mundo mejor y el participante de un gobierno del que muchas veces se siente enfrentado. No logramos construir una “generación de amigos” y hoy sentimos el dolor de ser parte de una sociedad en retroceso, de una injusticia creciente. Surgimos para imponer el hombre nuevo y terminamos en manos del verdugo. Nacimos en una sociedad sin subsidiados, con una deuda externa secundaria, con un desempleo manejable y sin ninguna inseguridad. Nuestros errores son responsables de muchos fracasos que hoy intentamos superar. La autocrítica es hoy más necesaria que el festejo, esa es la única manera de devolverle la dignidad a aquel glorioso pasado.

El marxismo en sus peores versiones sustituyó al peronismo, deformando sus virtudes y confrontando con el mensaje pacificador de aquel Perón del retorno. Cuando el kirchnerismo intenta identificarse con los movimientos justicieros de países hermanos deja al descubierto la distorsión de sus ideas. Los Kirchner le dieron poder a quienes se decían de izquierda que no es lo mismo -ni siquiera parecido- a gobernar para los necesitados. Lo triste para nuestra realidad es que tenemos una derecha real y una izquierda falsa, con lo que terminamos obligados a optar entre dos derechas, una que se asume y otra que se disfraza.

Somos una sociedad asolada por la concentración económica, donde la distancia entre pobres y ricos no deja de crecer con el acuerdo de los dos frentes electorales. Las burocracias se agreden en temas formales mientras comparten corrupciones varias, con los negocios no se juega y con la política no tienen límite. Dos burocracias enriquecidas, unas más, otras menos, pero políticos y sindicalistas pobres no hay ni para muestra. Desde el último golpe todo es desregular para permitirle al poderoso aplastar al necesitado. Ese es el verdadero logro de la dictadura, destruir la integración económica fruto de una idea patriótica y convertirnos en una sociedad proveedora de materias primas más allá de las miserias y desastre humano que genere. Somos una sociedad sin otra dirigencia que los gerentes de las empresas privatizadas y extranjerizadas al mismo tiempo. En Brasil el patriotismo se divide alrededor de lo ideológico, entre nosotros el anti patriotismo ocupa ambas orillas y en consecuencia no paramos de empobrecernos.

Nací en un país con obreros de clase media pero ahora vivo en uno con profesionales de clase baja. Éramos un espejo de Europa, el golpe nos transformó en colonia de Estados Unidos, el país más rico del mundo donde los pobres abundan y molestan, donde los ricos exitosos consideran a profesionales de clase media como fracasados. Aquí es igual, los enriquecidos toman distancia del resto, no sea cosa que los contagien. Necesitamos una lápida de mármol que contenga todos los nombres de los caídos, los desaparecidos y los asesinados por la guerrilla. Exigimos autocrítica y ejemplaridad que ambas hoy carecen de representantes en nuestra empobrecida realidad política. Cuando las ideas conducen los negocios hay democracia, cuando los negocios conducen las ideas nos vamos degradando sin detenernos jamás.

Acaba de publicarse una entrevista de tres jóvenes periodistas a Jorge Rulli donde acompaño. Rulli es de los pocos ejemplos de militante entregado a una causa, cuenta en su haber con muchos años de cárcel y cicatrices. Ya sabemos que la coherencia no abunda pero solo desde ella se puede defender una causa. El resto es solo usurpación de un pasado inventado o ausente, convirtiendo el sacrificio y la entrega ajena en negocio propio. La política merece una generación que la reivindique, que la vuelva a instalar en su lugar de arte y trascendencia que solo resurge en los pueblos que la merecen. Y el nuestro es de sobra un acreedor de noblezas que todavía le adeudamos. Irse del país es una salida respetable, asumir el desafío de devolverle un destino es imprescindible. Jóvenes dignos se necesitan, eso es hoy convocar al militante.

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