Hace cincuenta años volvía Juan Domingo Perón a la Argentina, luego de casi veinte años de exilio, mayoritariamente en Madrid.
El exilio es doloroso. Se comprende siempre en la fonética de los que hablan, por cómo lo hablan y cómo cuentan las anécdotas. Se lee en las letras que escriben y los giros gramaticales que usan. El exilio forzoso es irreparable, pero en sentimientos comparados siempre es mucho más fuerte el compromiso social y político, motores también por los que tuvieron que irse.
Muchas de las personas que entonces recibieron a Perón, con los años que sucedieron, corrieron con la misma suerte que el líder: tener que buscar refugio fuera de Argentina.
Uno de esos casos es el de Dora. Ella ya se acostumbró al empedrado romano, vive en la capital italiana desde 1979, cuando la dictadura militar en Argentina la forzó a exiliarse junto a sus hijos. Meses antes la secuestraron a ella, a sus hijos y a su compañero Luis, que aún permanece desaparecido. Con la ayuda de militantes políticos de ese entonces pudo salir del país, buscar refugio un tiempo en San Pablo y luego de allí tomar un vuelo a la ciudad que al día de hoy considera como su casa.
En noviembre del ‘72, Dora era una reciente profesora de letras egresada de la Universidad de Buenos Aires. Formaba parte del grupo de militancia sindical de docentes peronistas de la Capital Federal y daba clases en educación primaria. “Fuimos a recibir a Perón a Gaspar Campos (la residencia en Vicente López donde vivió el ex presidente luego de su exilio), me acuerdo de ese día, de la alegría de juntarnos para ir en grupo y llegar y verlo llegar a él”, cuenta Dora mientras busca las pocas fotos que conserva de aquel momento, la gran mayoría las perdió en manos del grupo de operaciones que la secuestró en la navidad de 1977.
Ella era militante en Buenos Aires. Dora formaba parte de este grupo de docentes que se juntaba una vez a la semana para formarse e informarse de lo que acontecía en el país y en el mundo. “El coordinador del grupo siempre nos contaba las novedades sobre Perón y sobre su posible regreso al país, ese 17 de noviembre nos organizamos y fuimos a Gaspar Campos”, recuerda.
En esa época la divulgación era, como se sabe, limitada y clandestina. La formación militante se componía de libros que se compartían, escritos que se pasaban, revistas que se lograban conseguir y alguna que otra carta que informaba también lo que pasaba afuera.
Así y todo, no se descansaron de su compromiso social, y Dora lo sigue haciendo desde Roma. Desde el momento en que llegó a Italia continuó su trabajo de militancia política. Participa activamente en el ámbito de los derechos humanos y hoy representa a la Asociación de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas que preside Lita Boitano.
En Roma también se encuentra Diana. En 1972 ella tenía 21 años, trabajaba y militaba en la Villa Las Antenas, partido de La Matanza. El barrio donde estaban tenía muchas carencias y su compromiso social de entonces la llevó a manifestarse y trabajar por las cloacas, el agua potable y una infinidad de necesidades.
Ella y el grupo de compañeros y compañeras militantes peronistas se congregaron junto a los vecinos del barrio para ir a Ezeiza. “Reconocíamos en Perón el logro de crear un movimiento nacional y popular”, afirma Diana, dejando entrever las diferencias y posiciones que se tenían dentro del grupo militante. Eso sí, había algo que superaba las discrepancias de forma y era justamente el fondo: “Perón representaba el movimiento de la justicia social, su vuelta era una esperanza conquistada”.
Con los años posteriores, el panorama político obligó a Diana a exiliarse. Junto con su hijo, que entonces cumplía los dos años, se embarcó en un transatlántico con destino a Génova. Durante los diecisiete días que duró el viaje lo que más recuerda es que pudo finalmente dormir: “En los meses previos al exilio fue tal la persecución que nunca lográbamos conciliar el sueño”.
Una vez llegada a Italia se dirigió a Milán y desde allí, con el tiempo, llegó a Roma. Desde el primer momento estuvo en contacto con otros militantes políticos exiliados en Francia y en Italia. Poco a poco fueron conformando una red solidaria que no solamente les permitió acompañarse, sino también continuar con la actividad política desde el exterior. Al día de hoy es una activa militante por los derechos humanos y cada 17 de octubre lo festeja con otros compañeros y compañeras que fue encontrando lejos de Argentina. Esos otros también compartieron, sin conocerse en ese momento, la vuelta del General.
Cincuenta años distan de aquel lluvioso noviembre en Buenos Aires y de aquel aterrizaje del vuelo 3584 de Alitalia que traía a Juan Domingo Perón nuevamente a la Argentina después de diecisiete años de exilio. Doce mil kilómetros separan hoy a estas militantes de sus casas de origen y de la ciudad donde esta historia ocurrió. Esta noche tendrán cuatro horas de diferencia entre un meridiano y el otro al sur, donde Cristina Fernández dará su discurso a los y las militantes en su día. Desde Europa la van a ver. Ya no tendrán que leer o escuchar desde la clandestinidad, como entonces a Perón, o enterarse en un boca a boca en silencio, la verán en directo desde internet y comentarán con compañeros desde sus teléfonos. Al otro día seguirán con su trabajo diario por los derechos humanos. Los medios y algunas cosas cambiaron con el tiempo, la vocación militante, en cambio, es continua.
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