Hoy, 17 de noviembre, se celebra el Día Mundial de la Filosofía, una fecha propuesta por la Unesco, cuya iniciativa fue en el año 2002 y proclamada en el 2005 con la Resolución 33C/45 en la Conferencia General, dando lugar a esta celebración cada tercer jueves de noviembre.
En este sentido, la Unesco propone para este día incentivar la investigación y el análisis filosófico de cara a los problemas a los que se enfrenta la sociedad, brindar herramientas para poder promover el ejercicio filosófico para cualquier persona, más allá de su situación económica y social, e incluir la educación filosófica en todos los sistemas de enseñanza.
Pero, ¿para qué sirve la filosofía? Es la pregunta que todos –seguramente- nos hemos hecho alguna vez, especialmente cuando transitábamos la escuela secundaria y no le encontrábamos sentido alguno en el sistema educativo.
Históricamente, la filosofía fue asociada con la inutilidad, aunque, suele afirmarse que la poca importancia y prestigio de esta disciplina radican en su falta de utilidad, falta que alude al hecho de que no está centrada en un fin a conseguir. Sin embargo, la filosofía es muy útil, sirve para desatar nudos, para romper estructuras, para poner en el tapete frases naturalizadas o para ensayar que hay otros modos de vivir posibles. Nos permite cuestionar y cuestionarnos nuestra vida cotidiana, si aquello que hacemos día tras día, vale la pena, más allá de la necesidad inmediata. Filosofar nos permite ser críticos frente a un mundo pasivo, acostumbrado a dar todo por sentado y que ya no busca el sentido a las cosas ni a la vida misma.
Es por eso que la filosofía es necesaria para poder plantearnos y cuestionarnos los temas que nos preocupan como sujetos en el mundo: ¿existe Dios? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la felicidad? ¿Vale la pena mi trabajo? ¿Realmente estoy enamorado/a? Y todas esas preguntas que más de una vez nos quitan el sueño y a las que no les encontramos respuestas, pero el solo hecho de plantearlas nos trae algo de tranquilidad.
En la escuela, solemos trabajar la alegoría de la caverna y los estudiantes repiten las palabras de Platón sin encontrarle un sentido. ¿Por qué no reflexionar con ellos sobre las cadenas que los atan a la vida cotidiana y, al igual que el prisionero que vuelve una vez que ve el verdadero mundo, acompañarlos a tomar conciencia de las sombras que día a día se nos presentan como válidas? ¿Por qué no ayudarlos a cuestionar esas prácticas naturalizadas o esos discursos que se les muestran cerrados?
Epicteto, el estoico del siglo I, sostiene que el origen de la filosofía en cada uno es el percatarse de la propia debilidad e impotencia, impotencia de la que se puede salir poniendo en claro y en libertad la forma y el contenido de las representaciones.
Una buena estrategia para encontrarle cada uno la utilidad a la filosofía es abrir la mirada para modificar una verdad anterior, incompleta o mal formulada, es deconstruir los discursos y las prácticas que naturalizamos a diario. Deconstruir no como sinónimo de destruir, ni siquiera reflexionar o analizar, sino de buscar la paradoja, de enfrentarse a los discursos hegemónicos, a los supuestos, al sentido común, a lo que creemos que va a suceder. En palabras de Derrida (1997), no se trata solamente de levantarse contra las instituciones, sino de transformarlas mediante luchas contra las hegemonías, las prevalencias o prepotencias en cada lugar donde estas se instalan y se recrean.
El filósofo Hegel (1820) refería a la filosofía como el tiempo posterior a una época que permitía reflexionar sobre la misma y señalaba: “El búho de Minerva solo levanta el vuelo en el crepúsculo”. Mediante esta misteriosa frase, el filósofo alemán expresaba que se llega a entender un momento histórico una vez que este ha concluido. La lechuza de Minerva, diosa griega de la sabiduría y entendimiento, solo trae su mensaje cuando el día ha terminado, simbolizando que los eventos históricos y las causas que llevaron a ellos solo se vuelven transparentes al final en una retrospectiva.
Pensar nuestro tiempo, reflexionar sobre qué sociedad tenemos y queremos implica buscar creativamente otras formas de habitar este mundo. No esperemos que las soluciones lleguen como producto de un milagro; solo será posible encontrar respuestas si educamos en la convivencia, si desarrollamos habilidades sociales y emocionales y si nos involucramos en una comunidad más justa y solidaria.
Ya no hay respuestas universales ni hay recetas válidas para todos; solo queda encontrarle cada uno el sentido a su propia vida, y quizás este podría ser el puntapié para una vida más feliz.
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