Una vez más, junto a más de 190 países, la Argentina se sienta en las mesas de negociación de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) para discutir acciones concretas frente a un problema que es global y urgente. Con cita en Sharm El-Sheij, Egipto, este año llegamos con un Plan Nacional de Adaptación y Mitigación al 2030 y con la expectativa de acordar, de un modo definitivo, cómo vamos a implementar la acción climática. Es decir, de qué manera accedemos al financiamiento, la transferencia de tecnología y las capacidades para llevar adelante nuestras transiciones hacia un desarrollo sostenible.
La cuestión del financiamiento es un elemento central no sólo para la Argentina, sino también para los países del Sur Global. Es que la discusión sobre el cambio climático es profundamente económica y se desarrolla en un escenario en el que la desigualdad es el denominador común. ¿O acaso la Argentina, que contribuye con menos del 1% de las emisiones de gases de efecto invernadero del planeta, tiene la misma responsabilidad que países industrializados como Estados Unidos, que contribuye, según el Banco Mundial, con el 13 % de las emisiones?
Algo similar ocurre al momento de distribuir recursos para afrontar la crisis climática. En el análisis que hicimos para elaborar nuestro Plan al 2030, concluimos que la Argentina necesita 185 mil millones de dólares para traducir sus compromisos climáticos en iniciativas que lleguen a los territorios. Nuestro Plan incluye más de 250 medidas concretas y cuantificables, que van desde el incremento de las energías renovables como la eólica y la solar, hasta el manejo de ganadería integrada con bosques.
Pero a la par de nuestros esfuerzos por reducir emisiones e impulsar esas inversiones, y mientras atendemos problemas estructurales como la pobreza o la restricción externa, vemos cómo los países más desarrollados incumplen el compromiso que asumieron en 2009 de movilizar 100 mil millones de dólares anuales para impulsar la acción climática. Sólo para graficar: 100 mil millones, pero de euros, es lo que Alemania asignó a través de un fondo especial para dotar a sus Fuerzas Armadas tras la escalada del conflicto en Ucrania.
¿Cómo pensar entonces en un presente y futuro justo para el país y la región sin un reconocimiento de estas desigualdades? Asistimos a esta COP con al menos un punto de acuerdo entre todas las partes: las reglas que ordenan el sistema global nos conducen a una catástrofe ambiental. Ergo, tenemos que cambiarlas. De ahí los tres planteos concretos de la Argentina en las negociaciones: más fondos para nuestra acción climática, mayor énfasis en la agenda de adaptación y financiamiento específico para pérdidas y daños.
En relación al primer planteo, se está negociando la nueva meta de financiamiento que se implementará a partir de 2025. Las discusiones son arduas y algunos países -sobre todo aquellos que deberían desembolsar fondos- sugirieron que podrían ser “aspiracionales”. La respuesta del Sur Global fue contundente y en bloque. Es inaceptable y contradictorio hablar de metas sin montos. La ambición climática -término de moda entre estos países- si no se mide y no se cuantifica, simplemente no existe.
El segundo planteo, de mayor énfasis a la agenda de adaptación, es particularmente importante para América Latina y el Caribe, porque refiere a las medidas para reducir los riesgos del cambio climático, que se agudizan en regiones tan vulnerables y desiguales como la nuestra. Por eso el reclamo argentino es que la asignación de fondos no sólo haga foco en la mitigación de gases de efecto invernadero –una agenda a tono con los intereses de los países desarrollados–, sino también en aquellas iniciativas que van desde preparar la infraestructura frente a inundaciones hasta construir espacios verdes para disminuir efectos de olas de calor en las ciudades.
Y tercero, el financiamiento para pérdidas y daños a causa del cambio climático, ya que los ejemplos, lamentablemente, sobran. Lo vemos en las catástrofes en el Caribe por el aumento del nivel del mar, pero también en nuestro país con las heladas que afectaron recientemente a las economías cordilleranas, o en los más de 24 mil millones de dólares en la producción de soja y maíz que perdió la Argentina a causa de las sequías en las últimas dos décadas. Todas estos impactos evidencian daños que no pueden evitarse con medidas de adaptación. Son irreparables. Costó que incluyeran el tema en la agenda, con discusiones que duraron hasta las 5 de la madrugada un día antes de empezar la COP. Una pequeña victoria de nuestros equipos que abre la puerta a negociaciones económicas para que esas pérdidas no profundicen nuestras vulnerabilidades.
Sin dudas, para un desenlace exitoso en los debates de la COP, es fundamental unificar posturas con los países de la región: hoy en día nos sentamos en las negociaciones junto a Brasil y Uruguay (con quienes integramos el Grupo ABU). Y uno de los grandes hitos en Sharm el-Sheij fue que a partir de nuestra presidencia pro témpore de la CELAC, y fruto del aporte de todos los países integrantes, presentamos una Declaración que sintetiza nuestras prioridades y objetivos regionales en esta COP. Por primera vez nos sentamos en la mesa de negociación con varios puntos de consenso.
El aumento de la temperatura en el planeta, la intensidad y frecuencia de tormentas, el avance de sequías o el derretimiento de los glaciares, entre otros tantos impactos, nos demuestran que la acción climática es una prioridad global. Desde el Gobierno Nacional somos conscientes de esa urgencia, pero también de todas las oportunidades que la acción climática ofrece para el desarrollo: porque contribuye a la innovación y la creación de empleos, porque busca abastecer a nuestros pueblos con energía limpia, porque quiere hacer más sostenibles nuestros campos, y así seguir garantizando los alimentos que exportamos al mundo.
Los países como la Argentina, de ingresos medios, menos contaminantes y con enormes capacidades científicas, tenemos mucho para aportar a la transición global. Necesitamos recursos para hacerlo. Necesitamos la recapitalización de los fondos globales y los bancos multilaterales. Y necesitamos que alternativas como el canje de deuda por acción climática o el pago por servicios ecosistémicos se integren a la cartera de instrumentos financieros de países, bancos y organismos de crédito.
En los días de negociaciones que quedan vamos a seguir reafirmando estos planteos. No hay más tiempo para compromisos globales vacíos. Es hora de la implementación.
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