El fenómeno se empieza a conocer como “síndrome Alberto”: todo aquél que llegue a candidato por delegación de un tercero o con la sombra de un padrino o una madrina está destinado al fracaso. La teoría no es sólo aplicable al oficialismo. Le cabe también a la oposición. Es por eso que, cual deja vú, la centralidad de la disputa política volvió en estos días a ser encarnada por Cristina Fernández y Mauricio Macri. El votante polarizado empieza a preferir los originales y no las fotocopias.
Está claro que para definir las candidaturas presidenciales falta una eternidad. Siete meses son una vida en la vorágine a la que nos tiene acostumbrados nuestro país. Pero así como en el 2015 había en la sociedad muestras de hartazgo por un liderazgo verticalista y poco flexible (los dos candidatos de entonces, Macri y Daniel Scioli, apelaron a recursos amigables en sus respectivas campañas) hoy el cansancio está relacionado con la falta de tolerancia a la descarnada disputa de poder.
El ruido constante tanto en el gobierno como en la oposición enoja al votante. No sólo se nota en las encuestas. Si bien Gran Hermano fue siempre un éxito asegurado en televisión, hoy Alfa, Juan, Frodo, Coty y Thiago (protagonistas de la actual edición que emite Telefé) monopolizan las charlas en las redes las 24 horas. La grieta perdió interés. Se nota hasta en las últimas mediciones de rating radial. Hay una tendencia a la baja en las audiencias de los programas periodísticos matutinos de las AM, históricamente enfocados en la actualidad, sobre todo política. Y sin distinción de ideología. Es sólo una cuestión temática. La gente huye del ruido político.
La percepción de que “nos está yendo como el traste y encima estos se pelean” está extendida tanto en el votante oficialista como en el votante opositor. Por eso aunque infantil en el planteo, lo mejor que puede hacer Juntos por el Cambio es tener un protocolo de procedimiento y un kit de urgencia para cualquier berrinche público en el que entren los candidatos. En la confrontación todos pierden. El votante los quiere unidos y en lo posible que no lo hagan dirimir sus internas. Los quiere Juntos, justamente, para desbancar una vez más al peronismo. Manejar ese fino límite va a ser para entendidos.
El problema central de la oposición no es que no haya PASO el próximo año, (que por otro lado parecen ya aseguradas porque Cristina nunca se convenció de levantarlas) sino cómo confrontar por el premio mayor sin que corra sangre.
Mucho de esto percibe Cristina. Por eso dejó de hablar de Alberto en público. No es que lo esté cuidando. Es un reflejo de auto preservación. La vicepresidenta no lo reconoce en público ni en privado. Pero ya actúa como candidata.
Para algunos sólo está sentando las bases para recuperar centralidad y, por ende, la lapicera del armado de listas el próximo año. Pero hay mucho más que eso.
Cristina es víctima de su propio desaguisado. Puede explicar una y mil veces que no se equivocó en el 2019 ya que su fórmula mágica le devolvió la victoria al peronismo. Pero tiene que reconocer -y entre los íntimos lo hace- que la UTE (Unión Transitoria de Empresas) en la que se transformó el gobierno peronista con el poder descentralizado fue un rotundo fracaso de gestión. A la vicepresidenta no le queda otra más que jugar. Le estaría pidiendo demasiada paciencia a su votante histórico si una vez más lo invita a votar a otro en su nombre.
Básicamente porque ya no hay paciencia. Ni tiempo. Es cierto que Axel Kicillof demostró en la provincia que es quien mejor retiene los votos kirchneristas. Tan cierto como que el gobernador, si bien demostró absoluta lealtad en la gestión, sigue sin entender los códigos políticos más elementales. En La Plata ese defecto es manejable. Para la política nacional esa falta de empatía con sus pares es letal. Axel habla otro idioma. Y está claro que no puede ni quiere cambiar. Y menos quiere que lo promuevan para removerlo.
Es decir, quienes dejan trascender una hipotética candidatura presidencial del gobernador en nombre del kirchnerismo, no hacen más que intentar que esa silla quede vacía para poder ocuparla. Sobre todo los intendentes que preferirían comandando Buenos Aires a alguien con el que pudieran hablar sin traductores de por medio como pasa con Axel. De más está decir que Axel es quien mejor mide en la provincia. Y por ahora ese es el guarismo que manda.
Ahora bien. Como gran lectora política, CFK sabe que si hubiera elecciones hoy el gobierno pierde. No sólo porque post pandemia todos los oficialismos con excepciones muy puntuales perdieron. Sino porque no hay registro histórico de que un gobierno gane las elecciones en Argentina con una inflación de más del 50%. Y la actual gestión está a punto de duplicar ese guarismo.
Ella misma cuando se sincera y habla da los argumentos para acrecentar la imagen negativa de la gestión del gobierno nacional. Un gobierno que, como bien ella remarca, sigue teniendo una deuda pendiente con los de mas abajo. Ahora que se animó a usar la lapicera Alberto se niega a dar un aumento por suma fija como pide el kirchnerismo hace rato. El Presidente no puede darse el lujo de pelearse con la CGT.
En el medio, Sergio Massa hace malabares. Más cercano en este tema a lo que piensa la vicepresidenta, es probable que el ministro sí logre para fin de año algo parecido a un bono para los trabajadores del ámbito privado. Pero está claro que no hay nada más lapidario para el poder adquisitivo del salario que la inflación. Y esa es una batalla está lejos de ser ganada.
¿Está dispuesta Cristina a ser candidata sabiendo que lo más probable es que pierda?
Ahí es donde su entorno describe la posibilidad más como un sacrificio que como un premio. Y es la puesta en escena que se vio el pasado viernes en Pilar ante los metalúrgicos y que posiblemente se vuelva a ver el próximo jueves en el Estadio único de La Plata.
En el “haré lo que tenga que hacer” hay lugar para todas las especulaciones. Eso está claro. Antes de las elecciones en Brasil, CFK analizaba el panorama argentino según los dos cristales. Para ella era central que ganara Lula. No sólo por la obviedad en su relato de parangonar la persecución judicial a Lula en Brasil con la que ella siente sufrir en Argentina. Sino porque para CFK y para Alberto, el próximo presidente brasileño puede ayudar al país.
Si bien lo que deslizó Lula en su campaña sobre transitar el camino hacia una moneda común regional es un camino a muy largo plazo, no son pocos los que saben que los casi 400 mil millones de dólares que Bolsonaro le deja en el Banco Central son un colchón más que envidiable para las arcas de nuestro país.
Falta una eternidad. Eso está claro. Pero por demérito ajeno más que por mérito propio, hoy las candidaturas de Cristina y Mauricio están más vigentes que nunca.
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