¿Qué será de nosotros sin Coldplay?

Las horas recientes, las de ayer, fueron de sufrimiento. Muchedumbre en peregrinación hacia ya no se sabe del todo qué cosa

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La banda británica dio 10
La banda británica dio 10 recitales en Buenos Aires

Es que hemos sido destetados de Coldplay y tenemos que volver a estas realidades que nos inventamos con grotescas pifias a la hora de elegir y votar. Cuando se puede, aclaremos: siempre hemos sido algo frondosos en golpes militares que en ocasiones se sucedían unos a otros por diferencias de mando. En las décadas del 50 y el 60, casi como una manera de ser casi natural. Llegó la dictadura del 76, de gran ferocidad y método, que produjo un miedo horizontal, enfrentados por los grupos armados entendidos como revolucionaros en el traslado desde el nacional-catolicismo de extrema derecha hasta el guevarismo. Después de la derrota en las Malvinas, el advenimiento jubiloso de la democracia con símbolo en Alfonsín, quien no pudo terminar su período. Asomaron entonces las señales de la tendencia recurrente a ser estafados por nosotros mismos. Así nos va.

Sí, claro, hay puntos de la Tierra donde apenas se sobrevive, que las enfermedades son masivas y crónicas, la vida es corta. Solo que aquí podríamos vivir con proteínas, sol, kilómetros de mar (saqueado por barcos-factorías de China, de España, de todas partes sin una acción: no les importa), una producción agroindustrial ejemplar que un progresismo sin progreso imagina, territorio de privilegios. A los médicos se les paga poco, después de aplaudirlos y cantar el Himno -¡El Himno!- cuando ponían todo durante la pandemia y la esperpéntica y brutal cuarentena. Ahora les importa un pepino. Ya no se abren las ventanas para alentar a los médicos, ninguna soprano se arranca con alguna aria bajo la luna.

Así no va. Todo se pide, todo se quiere regalado y sostenido por haber nacido aquí o la oportunidad de hacer de la pobreza -cincuenta por ciento, setenta si se trata de niños- un negocio subsidiario del negocio de poder. Se construyó el oficio de ser pobre. Una transacción entre la responsabilidad -que se entrega- a cambio del manejo de las vidas encajadas en la pobreza.

Así nos va.

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¿Qué haremos sin las diez presentaciones de Coldplay, 600.000 personas de varias generaciones, chicos, veteranos de unos cuantos almanaques, 10 estadios de River que pudieron ser otros 10, porque el país tiene una tremenda sed de felicidad, ocio, entretenimiento y olvido?

Cuatro músicos británicos adoptados por argentinos en una ceremonia emocional, no de emoticones, participantes de una peregrinación en cada concierto. Aquí no se trata de calificar o juzgar el grupo como una crítica profesional: son muy buenos, no corren detrás de la ola iracunda o súper electrizante: música y cariño, un pacto, ida y vuelta. Chris Martin es “bueno”, no rompe guitarras ni hoteles. Todo tranquilo, todo bien. Con entradas caras -en la reventa se podía comprar un monoambiente con cada una- sobra decir que muchísimos no pudieron, aunque, creo, vale por el hecho: ¿Cuánto cuesta el kilo de una bella canción para los que fueron y los que no?

A la intemperie, nuevamente a la falta de imaginación o, mejor, a la contemplación de lo que hicimos: un país como esperanza del mundo, el mismo que en ochenta años fabricó una crisis fenomenal, la incorporación de la mala calidad de una gran cantidad de gente que ha perdido capacidad intelectiva, se trata mal y trata mal a todo el mundo. Al punto de que se hace como consigna política internacional: “Como la Argentina, no, por favor”. Por un roce de coches, un lugar en la cola de lo que sea, golpes y aún tiros. Millones sin educación, los cierres de escuelas defendida como una causa nacional y patriótica por el COVID y los paros, fue repugnante.

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Y ahora sin Coldplay, ¿se dan cuenta? Sin Martin, compositor, cantante, filántropo, luchador contra la polución y el envenenamiento de la Tierra.

Desde luego todas esas facetas de su personalidad le parecen estupideces a los que creen que lo único importante es “la revolución”, ectoplasma que en principio hacen babear a los intelectuales hasta que empiezan los paredones, las cárceles, la expulsión y la asfixia de la libertad.

Las horas recientes, las de ayer, fueron de sufrimiento. Muchedumbre en peregrinación hacia ya no se sabe del todo qué cosa. Unos señores guían a los manifestantes con triste mansedumbre: en el año se produjeron ocho mil cortes y piquetes. Los señores piden, manejan planes y otros instrumentos de sostenerse, los administran a placer. Solo que la pobreza no disminuye, cientos de miles de argentinos viven en cuchas subhumanas en el barro y el abandono. Tal vez, un país formidable despierte de lo que ocurre, aun si se reconoce –el batallón de la corrección política protestará- que trabajar no es honroso ni digno para miles y miles de personas: es para los giles. Una extensa y cínica tangología lo canta con claridad.

Es arduo admitir que el timón es sostenido demasiadas veces por seres despreciables o insuficientes, holgazanes y despiadados. Siempre podrá entenderse que el malentendido y el alud argentinos se producen por nosotros, que jugamos el juego. Siempre es, quizás, palabra excesiva. Digamos que no es imposible.

Mientras tanto, que regrese Coldplay para el placer, el juego, la música, el lado festivo y cálido que tan injusta y torpemente nos hemos robado.

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