La ardua tarea de reactivar la economía en países que han perdido el alma

Resulta clara la necesidad de restituir el orden fiscal y el superávit comercial sobre la base de la inversión, la producción nacional, el desarrollo del mercado interno y de las exportaciones

La fachada del Ministerio de Economía, en Buenos Aires (REUTERS/Cristina Silles)

De acuerdo a la Real Academia Española el alma es un “principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida”. Haciendo un paralelismo, sería algo así como los engranajes de un motor que logran, gracias al trabajo sincronizado, generar movimiento. Al hablar del motor de un país o de su alma (como prefiero llamarlo), pienso en aquello intangible pero vital que logra hacer que las cosas se muevan. Es aquello que impulsa a seguir, a crecer y a progresar.

Las sociedades que abandonan la esperanza y el interés por el bien común pierden la capacidad de generar mancomunadamente esa sinergia necesaria para que el país avance. Esta metáfora sirve para entender por qué aquellos países que han perdido el “alma” han comenzado a ver, poco a poco, sus economías devastadas y con ellas el deterioro de las sociedades e individuos que allí habitan. Son países cuyas “almas” entran en desuso, y como sucede con todo motor que no se usa, pueden requerir cuidados especiales.

Lo que sucede en Argentina también pasa en el resto del mundo, y en América Latina en particular. Producto de los vaivenes de sus economías, muchas personas han perdido la esperanza en los últimos años, lo que los ha llevado a la pérdida de lo más preciado que puede tener un hombre de bien: el trabajo y su capacidad de resguardo. El dinero representa el trabajo de la gente, y cuando esto no está asegurado, y más aún cuando se pierde el ahorro producto del esfuerzo puesto en años de trabajo, se pierde mucho más que plata.

Producto de los vaivenes de sus economías, muchas personas han perdido la esperanza en los últimos años

Un país en cuya plana informativa se habla constantemente de crisis económica, devaluación, inflación, refinanciamiento de deuda externa, faltante de reservas, déficit fiscal, presión impositiva, cambio monetario y más, inevitablemente terminará perdiendo su aliento. Todos estos términos son más que palabras, análisis y conclusiones de especialistas y expertos en micro y macroeconomía, es la realidad de muchas personas que conviven con una estructura que intenta no desmoronarse pese a pronósticos desalentadores y alarmistas con los que a diario se encuentran. Inestabilidad, intranquilidad, desconfianza y angustia son algunos de los sentimientos que caracterizan a los habitantes de países desalmados. Cuando estos sentimientos gobiernan la razón, es preciso hacer algo al respecto.

Es por eso que, con la imperiosa necesidad de reactivar las economías desalmadas, el foco no se debe poner en discusiones del pasado como qué modelo económico seguir, si conviene cambiar la moneda, o si es posible alcanzar el equilibrio fiscal. Resulta clara la necesidad de restituir el orden fiscal y el superávit comercial sobre la base de la inversión, la producción nacional, el desarrollo del mercado interno y de las exportaciones. Es momento de pensar en cambios profundos que propicien una economía sostenida en el tiempo. Será necesaria una economía que logre comprender el rol que la tecnología ocupará y cómo reemplazará la mano de obra, dejando al ser humano frente a un nuevo desafío: ocupar su tiempo ocioso, distribuir su energía y encontrar motivos de vida, pese a no tener que trabajar.

Con la imperiosa necesidad de reactivar las economías desalmadas, el foco no se debe poner en discusiones del pasado como qué modelo económico seguir

La noticia alentadora es que quienes mantienen el espíritu logran progresar, aún en contextos complejos de esos que sacuden la estabilidad económica. Es que para que a un país le vaya bien, no solamente debe haber un Estado presente que proteja el bienestar político, social y económico de las personas; cada individuo es artífice de su propio destino y para que un país goce de buena salud económica, sus ciudadanos deben tener aliento suficiente para generar acuerdos que permitan unificar los diversos sectores de la sociedad.

Un país no es rico ni exitoso, únicamente, en base a los recursos naturales con los que cuenta. Si esto fuera así, no existirían países con recursos naturales abundantes y pueblos pobres; tampoco los que con recursos naturales escasos o nulos, sus pueblos son ricos en educación, trabajo y alma. La raíz del problema es la pérdida de confianza. Sin espíritu ni educación no hay posibilidad de encontrar nuevas alternativas de progreso; por eso hay que recuperar el deseo de estudiar, trabajar y las ganas de progresar para que los países vuelvan a reactivar sus economías y encuentren nuevamente el horizonte.

Argentina es un país repleto de recursos naturales, sin embargo, y en comparación con países como Japón y Singapur en los que los recursos de este tipo son inexistentes, no ha podido en las últimas décadas encaminar su economía y generar la estabilidad necesaria para que los argentinos vuelvan a confiar en su país. Los inmigrantes que hicieron de nuestro país su hogar hace muchos años atrás, lo eligieron porque veían en Argentina un país de oportunidades. Hoy, la Argentina ha perdido eso: ya no hay un sueño por alcanzar. Por eso, hay que sanar el alma de los argentinos si lo que queremos es ser nuevamente un país generador de trabajo, riquezas, esperanza e ilusión.

Será necesaria una economía que logre comprender el rol que la tecnología ocupará y cómo reemplazará la mano de obra, dejando al ser humano frente a un nuevo desafío

Sin dudas, para reactivar la economía de países como el nuestro es preciso ocuparse del fortalecimiento del espíritu, pero también de promover y fomentar la educación de sus habitantes. Los países más exitosos son aquellos que entienden que la educación es una prioridad. Los que apuestan a la educación y la ven como una gran inversión tienen una parte importante resuelta. Un indicador que nos marcará cuán exitoso es un país, es la inversión que hace en educación: Taiwán se convirtió en un buen ejemplo cuando allá por la década del 60 logró incorporar el presupuesto de educación en la partida de inversión.

Lo que hizo grande a nuestro país fue, justamente, que era un país con alma, espíritu y energía. Los argentinos compartían una ilusión, la de ver crecer el país. Aquellos inmigrantes que eligieron hace décadas Argentina no lo hicieron porque aquí se repartieran planes trabajar, lo hicieron porque había idea de futuro, deseo de progresar, intención y energía puesta en conseguir aquello que toda persona anhelaba. La argentina de hoy ha perdido eso, y los argentinos se encuentran desmotivados, por eso Argentina debe recuperar su energía. Quizás la meta sea ahora recuperar aquello que supimos tener y volver a ser un país con alma.

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