Alumnos de una escuela pública la toman en señal de protesta. Trabajadores de una fábrica de neumáticos la bloquean por huelga. ¿Qué tienen en común estas historias? ¿Y qué podemos sacar de ellas? ¿Qué podemos construir a partir de estos dos casos, que nos permita resolver mejor los conflictos futuros (e inevitables)?
Es interesante como ambas historias, que ocurrieron al mismo tiempo, no han sido tratadas por los medios como un “mismo fenómeno”, sino como noticias absolutamente independientes y diferentes. Claro, una es protagonizada por jóvenes, y la otra por adultos. Pero, en mi opinión, esta es la única diferencia y, además, es irrelevante. ¿Entonces, cuál es el puente que une tan claramente ambas historias?
La conexión que las une es un dilema, que no estamos pudiendo resolver: verdad versus paz. Un dilema es una situación incómoda en la que estamos obligados a elegir una de dos opciones. Y se caracteriza por el hecho de que, sin importar cuál escojamos, esa elección nunca será ideal; siempre será imperfecta. Siempre perderemos algo. Esto es así porque debemos elegir una de dos opciones y las dos, individualmente, son valiosas. Para que se entienda, un ejemplo muy simple y cotidiano de dilema serían las manifestaciones en la vía pública. En estos casos estamos obligados a escoger entre dos opciones valiosas: por un lado, el derecho constitucional a manifestarse públicamente que tienen los que marchan en la calle y, por el otro, el derecho constitucional a circular libremente y llegar al trabajo de las personas que no pueden lograrlo por los cortes de calle. Es un dilema porque cualquier solución será imperfecta. Si elegimos proteger el derecho a manifestarse de quienes marchan, perjudicaremos a las personas que honesta y esforzadamente quieren ir a trabajar y pierden el presentismo por no poder llegar a horario. A su vez, si nos inclinamos por garantizar la libre circulación de esas personas y prohibimos las manifestaciones, estaremos violando el derecho a manifestarse en la vía pública que la propia Constitución Nacional garantiza a todos los ciudadanos.
La conexión entre las tomas de escuelas y el conflicto del neumático es un dilema también: “paz versus verdad”. Veamos qué significa esto y qué dice al respecto el Talmud, el libro legal más antiguo e importante de la cultura judía. A pesar de su antigüedad milenaria, esta fuente de conocimiento es capaz de ayudarnos a entender muchos de los más grandes dilemas legales de la actualidad.
Los sabios del Talmud discuten sobre un tema fundamental en toda disputa legal. Qué es preferible en un conflicto: ¿llegar a la verdad o a la paz? Ellos se preguntan si lo más importante es llegar a descubrir quién tiene razón (la verdad) o si, por el contrario, lo mejor es llegar a un acuerdo a través del cual las partes pongan fin al conflicto (la paz).
Esta pregunta es tremendamente relevante cuando discutimos las dos noticias con más cobertura mediática en la actualidad: la toma de las escuelas en CABA y el conflicto de los trabajadores del neumático. ¿Cómo deben resolverse ambos conflictos? ¿Dictaminando quién tiene razón? ¿O promoviendo un acuerdo entre las partes? Como dijimos al principio, estos conflictos son dilemas; por eso es complejo decidir quién tiene razón. El dilema de la toma de escuelas está compuesto por dos valores del mismo peso que están en tensión: el derecho constitucional de los alumnos a manifestarse y reclamar condiciones dignas para estudiar, por un lado. Y, por otro, el derecho constitucional a estudiar y no perder días de clase de los alumnos que no están de acuerdo con interrumpirlas. Por su parte, el conflicto del neumático también nos muestra un dilema entre dos derechos igualmente válidos: por un lado, el derecho constitucional de los trabajadores a hacer huelga y manifestarse en su lugar trabajo, como método para reclamar mejores condiciones laborales. Y, por el otro, el derecho constitucionalmente protegido del empresario a trabajar, ejercer su actividad y proteger su propiedad privada.
Los dilemas legales nos generan un desafío muy claro: es difícil saber quién tiene razón. Porque cada una de las partes del conflicto está amparada por “un pedacito de la Ley”. Entonces, puede ocurrir que sintamos que ya no podemos saber quién de los dos está amparado por la Ley (¡porque, justamente, ambos los están!). Entonces, quizás decidimos dejar de buscar la “verdad” para buscar, en su lugar, “la paz”. Esto último implica negociar una solución que deje conforme a ambas partes. La desventaja de hacer siempre esto es que corremos el riesgo de vivir buscando “parches” con tal de evitar el conflicto y dejar contentos a todos, y terminemos olvidando qué dice realmente la Ley.
Pero entonces, ¿qué hacemos? ¿Vemos quién tiene razón? ¿O nos olvidamos de esto, y los llamamos a dialogar una tregua?
Aquí es donde el Talmud puede venir a iluminar nuestros días con sus ideas. Justamente allí, en este libro legal de dos mil años de antigüedad, los sabios discuten si los jueces deben buscar la verdad o la paz; si ellos deben promover que las partes “arreglen” sus diferencias en una mediación o si, por el contrario, deben buscar “la verdad” y aplicar la Ley de una manera rígida e inflexible con tal de buscar quién tiene razón: encontrar un culpable, y un inocente.
El problema es que, tal como siempre ocurre en el Talmud, los sabios no se ponen de acuerdo. Por un lado, un grupo de sabios dice que el único valor sagrado es la verdad. Por eso creen que resolver un conflicto a través de un acuerdo entre las partes es una aberración. Si el fin de todo juicio es llegar a la verdad -absolver al inocente y condenar al culpable- entonces una negociación entre las partes hará que nunca se pueda llegar a la verdad: las faltas cometidas quedarán siempre impunes. Por eso dice el Talmud: “Dejemos que la Ley atraviese la montaña”.
Como siempre ocurre, el propio Talmud nos ofrece la visión de otro grupo de sabios que opina exactamente lo contrario. Para ellos, la justicia debe conducir a la paz y no necesariamente a la verdad. Si ambas entran en conflicto, la paz debe prevalecer. Ellos afirman que “donde hay justicia estricta no habrá paz, y donde hay paz, no habrá justicia estricta”. O sea, piensan que buscar sólo la verdad aplicando la justicia rígida nunca nos conducirá a la paz. Y, a su vez, proponen que para que exista la paz estamos obligados a renunciar a “un poco de justicia estricta”. Según su mirada, nunca existirá la paz si la ley se aplica de forma mecánica, sin contemplar las necesidades y las situaciones de los litigantes. Ellos sostienen que “si en un juicio una de las dos partes pierde todo y la otra gana todo, los celos, la envidia y la venganza penetrarán el seno de las sociedades y no habrá shalom (paz) entre los hombres. La verdad habrá triunfado, pero la relación entre las personas se habrá resquebrajado.”
Finalmente, estos sabios nos proponen que existe una sola herramienta que nos permitiría lograr justicia y paz al mismo tiempo: la conciliación. Es más, para ellos es una mitzvá (un mandamiento; una obligación) intentar llegar a una conciliación antes de llegar a un juicio. En una conciliación, donde ambas partes deben hacer concesiones, ninguna saldrá perdiendo del todo y los rencores y odios se apaciguarán. La verdad quizás no sea llevada a su máxima expresión, pero alcanzaremos la paz social.
Finalmente, el Talmud nos ofrece una propuesta institucional: verdad y paz son hermanas. Ambas deben aprender a caminar y crecer juntas. Ambas deben encontrarse en la conciliación.
Durante estas semanas pudimos ver a periodistas y dirigentes de ambas orillas de la grieta buscando frenéticamente “la verdad” (su verdad). Claro, luego de contarnos la verdad por televisión o radio, pedían a gritos pelados que la justicia caiga con todo el peso de la Ley sobre la parte del conflicto que, de acuerdo con su verdad, era la culpable. Quizás hubiera sido más útil proponer un poco de paz: exigir concesiones a ambos bandos del conflicto; que todos pierdan algo… Para salir del pozo. Claro, como la paz no es de nadie… No es rentable; no mide; no tracciona votos. De todas maneras, creo que ciudadanos comunes, dirigentes y periodistas debemos buscar tanto (nuestra) verdad, como la paz.
Porque, como finalmente nos propone el Talmud: sin justicia no hay paz; y sin paz no habrá justicia.
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