Hace cuarenta y cinco años, España y la Argentina eran dos países económicamente equivalentes. Los españoles acababan de salir de las cuatro décadas de la dictadura de Francisco Franco y los argentinos ya llevábamos un año y medio en la dictadura militar de Jorge Videla y Eduardo Massera. Tiempos oscuros.
Lo curioso es que, a pesar de la violencia guerrillera en los años del peronismo, del “Rodrigazo” que con Isabel Perón nos puso al borde de la hiperinflación y de la tablita financiera, de la recesión y de la feroz represión militar desatada desde 1976, la Argentina parecía estar incluso un peldaño por encima de España.
La joven democracia española tomó entonces una decisión que cambiaría su destino. El presidente de transición, Adolfo Suárez, acordó con los líderes políticos, sindicales y empresarios pactar una serie de reformas económicas, financieras y laborales para salir de aquel pozo. Lo ayudaron el socialista Felipe Gonzalez, el conservador Manuel Fraga Iribarne y el comunista Santiago Carrillo. Acordaron, entre otras cuestiones, limitar la suba de salarios al 22% anual (la inflación era del 26%), permitir despidos libres a las empresas hasta el 5% de su personal y se plantearon metas de déficit fiscal, emisión monetaria y devaluación de la peseta. Todos tuvieron que ceder un poco en sus demandas.
Los acuerdos, uno político y el otro económico, se firmaron el 25 de octubre de 1977 y se conocieron como Los Pactos de La Moncloa, por el palacio de gobierno donde se celebraron. Con aciertos y con errores, sentaron las bases de un crecimiento económico que transformó a España en una potencia europea de primer nivel. Las diferencias con la decadencia ininterrrumpida de la Argentina están, lamentablemente, a la vista de todos.
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Cada vez que vuelve a Buenos Aires, Felipe González se encuentra con la misma pregunta: “¿Cómo hacemos para lograr un Pacto de La Moncloa argentino?”. El sagaz socialista sevillano, que ya superó los 80 años y pasó 14 de ellos gobernando España, se ríe y esgrime siempre la misma respuesta. “No me pregunten más; haganlo argentinos de una buena vez”, repite ante las audiencias criollas que van cambiando a través de los años.
Sus argumentos son simples y exponen la impotencia de las dirigencias argentinas para cambiar las cosas. “Es mucho mejor equivocarse y corregir juntos que equivocarse por separado y en contra del otro”, explica Felipe Gonzalez. Pero, evidentemente, no lo hemos entendido. O jamás lo quisimos entender.
Como si fuera otra secuencia de El Día de la Marmota, Felipe González volvió esta semana a escuchar las mismas preguntas y a regalar las mismas respuestas como invitado de un ciclo que hacen los empresarios del Grupo de los 6, donde se nuclean los banqueros de Adeba, la Bolsa de Comercio, la Sociedad Rural Argentina, las Cámaras de Comercio y de la Construcción, y la Unión Industrial Argentina. Una manera sencilla y glamorosa de ganarse unos atractivos honorarios en moneda europea.
A Felipe lo escucharon el Jefe de Gabinete, Juan Manzur; el ministro y embajador kirchnerista en el gobierno de Alberto, Wado de Pedro, y un tándem de opositores de paladar socialdemócrata integrado por Facundo Manes, Martín Lousteau, Mario Negri y Ernesto Sanz. Hubo peronistas disidentes (Juan Manuel Urtubey); jueces de la Corte (Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti), empresarios varios, el economista Martín Redrado y el sindicalista y hombre de negocios, Hugo Moyano.
Un Gallego suelto en Buenos Aires
Más discreto y sin el marketing del Pacto de la Moncloa, en estos días hubo otro español del poder real que recorrió la Argentina. Se trata del presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, un dirigente que gobernó Galicia hasta hace unos meses y que ahora es el gran candidato a reemplazar al socialista Pedro Sánchez como presidente de España. En el parlamentarismo ibérico, el titular del partido opositor tiene banca en el Congreso para interpelar al Jefe de Estado y, salvo alguna catástrofe, siempre es el postulante seguro a competir por la presidencia.
El objetivo de fondo para el viaje de Núñez Feijóo era hacer campaña entre los 600.000 votantes gallegos que viven en la Argentina, Chile, Uruguay y Ecuador, los países que visitó para tratar de ganarse a la colectividad española más importante en Sudamérica. Pero no podía dejar de juntarse con los principales dirigentes del PRO, el partido político argentino con el que los populares españoles siempre tuvieron la mejor sintonía.
El gallego nacido en Ourense cenó en la casa de Mauricio Macri; se reunió con Patricia Bullrich en el NH de la calle Bolívar y compartió dos actividades con Horacio Rodríguez Larreta, a quien conoce desde cuando era el jefe de gabinete macrista en la Ciudad. El sábado recorrió la Avenida de Mayo, donde hubo pasodobles y desfilaron integrantes de la colectividad española. Dos días después, tuvieron un encuentro bilateral antes de compartir una charla con estudiantes de la Universidad Di Tella.
Si el kirchnerismo se siente más cómodo con el electo presidente de Brasil, Lula da Silva, y con el socialista que preside España, Pedro Sánchez, las principales figuras del PRO (enfrentadas al menos hasta que se diriman las candidaturas del 2023), se abrazan con Núñez Feijóo como si todos fueran a ser parte del gobierno en los dos países a fines del año próximo. El diario español El Mundo, por ejemplo, presentó la gira por Buenos Aires titulando que el ex presidente de Galicia parece disponerse a “co gobernar con la derecha moderada de Argentina”.
Precisamente, el discurso de Núñez Feijóo va en esa línea. “Nuestros oponentes ofrecen utopías para acabar en distopías, un malabarismo que no debemos dejar sin respuesta, so pena de quedar inermes frente a los populismos”, se animó el español ante sus anfitriones del PRO. A los tres les planteó las mismas inquietudes: como retomar el vínculo entre la Argentina y España, al que Néstor Kirchner llegó a darle estatus de asociación estratégica para destrozarlo cuando reestatizó a los sopapos la YPF que Repsol había comprado en los ‘90 con Carlos Menem.
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Las respuestas de los argentinos del PRO se mantuvieron en el estilo de cada uno. Macri se preocupó porque “hay una narrativa (la de Cristina, Alberto y el kirchnerismo) que está comenzando a destruir también a la querida España”, le dijo, haciéndose eco de las críticas que otra dirigente, la madrileña y temperamental Isabel Díaz Ayuso, le viene haciendo al peronismo. Los acusa de llevar al gobierno socialista por el mal camino del populismo.
El que señalan Macri y Díaz Ayuso es un punto clave en la relación futura que pueda darse entre Argentina y España. Los opositores del Partido Popular insisten cada vez más en asustar a los votantes españoles con que su país se pueda transformar en un espejo que replique la tan temida decadencia argentina.
“La economía española comienza a mostrar signos de la de Argentina, con la diferencia de que España está en el euro. Pero un 10% de inflación es para nosotros una catástrofe. Teníamos un 2%…”, recordó preocupado Núñez Feijóo durante una recepción en el Club Español. Los argentinos se miraban y sonreían, pensando en el 100% de inflación anual al que se dirige el país sin rumbo. “Dejanos el 10% a nosotros y somos potencia”, susurró un dirigente opositor que aprovechaba la distracción para hacerse de una croqueta de inigualable jamón ibérico.
En su encuentro con Núñez Feijóo, Patricia Bullrich le planteó la búsqueda de mecanismos de protección para las democracias bajo riesgo y escuchó con especial atención los reclamos por el escenario de incertidumbre que transitan las empresas de capitales españoles en la Argentina. Estuvo acompaña por Federico Pinedo y juntos comprobaron lo lejos que se encuentra aún cualquier proceso de regreso de las inversiones españolas.
En la Universidad Di Tella y ante un público más académico, Rodríguez Larreta se permitió jugar con el perfil de dirigente moderado que lo acerca a Núñez Feijóo. “La moderación tiene poco rating, pero es en lo que creemos”, arriesgó el Jefe de la Ciudad de Buenos Aires, quien sigue apostando todo su capital político a lograr que el consenso le gane la pulseada a la grieta de los halcones.
El “canciller” de Rodríguez Larreta, como le llaman a Fernando Straface, se reunió con Esteban González Pons, vicepresidente del Partido Popular y encargado en este viaje de explorar las relaciones exteriores con la Argentina. El eje del vínculo futuro con España para los larretistas, pero también para los equipos de Macri y de Bullrich, es la reactivación de los acuerdos entre el Mercosur y la Unión Europea, un enorme mercado de 750 millones de personas que involucra a un cuarto del PBI mundial.
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Aunque no lo vayan a decir en voz alta por ahora, para los presidenciables del PRO resultó un alivio que en Brasil triunfara Lula y no el imprevisible Jair Bolsonaro, un enemigo declarado de la integración entre América Latina y Europa. El miércoles, se reunieron los especialistas de política exterior de las cuatro fundaciones de Juntos por el Cambio (Pensar, Alem, Hannah Arendt y Encuentro Federal) para empezar a revitalizar el vínculo económico y diplomático con el Brasil que va a gobernar Lula.
Pero la apuesta principal en Juntos por el Cambio es que España pase a jugar un papel de protagonista en esa resurrección del eje Mercosur-Europa, un camino de ida y vuelta para el intercambio de bienes y la posibilidad de una recuperación económica. A comienzos del año próximo, el gobierno español pasará a ejercer la presidencia de la Unión Europea, una oportunidad que quien vaya a gobernar la Argentina no puede perder de ningún modo.
Aunque hoy parezca ciencia ficción, hace apenas nueve meses, el Presidente le ofreció a un país importante que la Argentina sea su puerta de entrada a América Latina. No era EE.UU., claro, ni tampoco España. Se lo dijo Alberto Fernández a Vladimir Putin, mientras almorzaban en un salón imponente del Kremlin.
Alberto no sabía, o no lo preguntó, y si lo preguntó no le dio importancia a la información dramática que ya recorría los circuitos del poder en todo el planeta. Que las tropas de la Rusia de Putin cruzaban la frontera para invadir Ucrania y provocar una crisis económica y geopolítica de epílogo imprevisible.
Habrá que darle la razón a Felipe González cuando se ríe de nosotros. Tal vez no haya Pacto de la Moncloa ni cuatro décadas desperdiciadas que puedan resolver el enigma de un país al que tanto le seducen los caminos que conducen al infierno.
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