La acumulación de las prebendas de los sectores es responsable de la miseria colectiva. La última dictadura militar, fundadora esencial de nuestra decadencia, impuso el discurso de que “producir es cazar en el zoológico” y que el destino es impuestos bajos y obreros indefensos. Habían aprobado el curso de “administradores coloniales” y decidían imponerlo a sangre y fuego. Los Kirchner asumen el discurso nacional, el viernes lo expresó la Vicepresidenta con claridad, solo que detrás del discurso la burocracia y los negociados le quitan respaldo a las ideas. Entre el partido de los ricos que solo endeudan y el de los que opinan lo que no ejecutan, entre ambos fracasos nos seguimos hundiendo sin recuperar ni el rumbo ni la esperanza.
La revolución industrial fue un dechado de virtudes, generaba riquezas, trabajo, desarrollaba una clase empresarial productiva respetada por su creatividad. Una antigua docente solía explicar hace algunas décadas que México y Brasil eran difíciles de integrar por tener dos tercios de su población fuera del sistema. Luego opinaba que Argentina era viable por tener dos terceras partes de su sociedad integrada. Pero, así sucedió antes de 1976, momento en el cual se abren unas cuatrocientas entidades financieras e imponen la idea de que las finanzas son más importantes que las industrias. Asesinaron en exceso para imponer tan despreciable pensamiento. El golpe que vino a instalar bancos y eliminar créditos nos dejó una concepción parasitaria de la que hasta hoy no fuimos capaces de salir y como resultado tenemos a la mitad de la población sumida en la pobreza.
Tuvimos avances en el agro, como la siembra directa y el silo bolsa, mientras paralelamente dejamos de producir decenas de bienes que algún desorientado nos convenció que era más barato importar. Inventamos un liberalismo sin patria ni bandera y entonces vivimos una segunda colonización, sin que a nadie se le ocurra expulsarlos con aceite hirviendo como a las invasiones inglesas. Peor aún, persuadieron a un grupo de gerentes de que la indefensión enriquece a los pueblos y arman fundaciones para convencer que la economía de los pobres tiene las mismas urgencias que la de los ricos, son un poco perversos. Muestran claramente que la libertad del fuerte para aprovecharse del débil no resiste dogma que la altere. Los fuertes exigen libertad y los débiles, protección. En nuestra enferma sociedad, imitamos a los fuertes imaginando -ilusos- que llegaron a serlo por no protegerse, hasta que tomamos conciencia de que todo era al revés. Y el culto al esfuerzo en el que nos formaron nuestros padres, esa síntesis que expresa la frase del General “quien no produce al menos lo que consume no tiene derecho a vivir” desapareció.
Debemos forjar una integración con lo mejor de cada quien, la democracia y la libertad de los radicales, la vocación distributiva y esforzada del peronismo, la lucidez de los conservadores en educación y en vocación de grandeza, el desafío de los liberales para competir y mejorar nuestra producción.
Hoy ninguna opción política nos devuelve la esperanza, todas y cada una apuestan a ser la versión de enemigos. Estamos en una crisis profunda, sin estadistas reales o vocacionales. La mitad de nuestra población está afuera del sistema, hay mayoría de sumidos en la pobreza. Debemos encontrarnos en un propósito que de una vez por todas articule las necesidades de los distintos sectores. Volver a la educación y al esfuerzo como definiciones de vida, a las escuelas y a los proyectos docentes impuestos a nivel nacional.
Asimismo, regresar a la explotación de los recursos porque hay un federalismo creativo que debemos incentivar y superar al otro federalismo frívolo y sin razón que también está. Prohibir por diez años todo nombramiento en el Estado porque la prebenda que premia obsecuencias destruye la economía y degrada la moral convirtiendo a los supuestos beneficiarios del nombramiento en frustrados burócratas sin tarea. Imponernos que la jubilación mayor no supere diez de la mínima, sea en la Justicia o donde fuere, todo exceso debe asumirse como explotación del necesitado, del débil, del que no se pudo defender. Aplicar una ley que desaloje y castigue duramente toda usurpación de propiedad, el delito no se puede destacar sobre el esfuerzo. Terminar con la corrupción permanente del Estado, incitar la denuncia y aumentar los castigos porque hoy los gobiernos cambian y las coimas permanecen. Salir de la excusa ridícula de que “la culpa la tuvo el otro”, todo es compartido en especial los errores y las corrupciones. Debemos animarnos a discutir nuestra estructura sindical y el sistema de salud pública y privada que nos rige. Resulta irracional que decenas de miles tengan su dinero escondido o fugado mientras toda iniciativa carezca del crédito accesible que abunda en el resto de la humanidad. Estamos obligados a recuperar un sistema bancario que se ocupe de apoyar inversores e incentivar desarrolladores. Hemos terminado destruyendo hasta lo más elemental que es el crédito y la inversión lógica de toda sociedad capitalista.
Alguien imaginó que los salmones tenían problemas, en consecuencia, prohibieron la producción, pero no el consumo. Perdimos el trabajo y las divisas, hasta la ecología la desarrollamos en nuestra propia contra. Alguien imagina que los humedales pueden dejar de incendiarse por ley, deberían avisarles que todo espacio abandonado, sin hacienda ni forestación, genera pajonales que se incendia en las sequías, la ignorancia no es ecología. Prohibir las pasteras implicó limitar la forestación. La ecología es esencial al servicio de la racionalidad y no de las modas y los miedos. Otro tema semejante es la defensa de los pueblos originarios que cuestionan la misma esencia del orden al que todos nos debemos someter. Una cosa es la reivindicación de los derechos humanos y otra, muy distinta, reivindicar la violencia guerrillera en democracia.
Son asuntos esenciales a discutir, primero la educación que nos permita integrar a nuestros niños y jóvenes, junto a la cultura del trabajo y la autoridad del Estado. Grandes argumentos que pueden también incluir los impuestos y las leyes laborales, pero todo como parte de la recuperación de un proyecto colectivo. Es un desafío a convocar y que vale la pena asumir. Parece imposible, pero es imprescindible volver a encontrar nuestro destino. No están los teman centrales en los discursos de nuestros candidatos, instalarlas es una obligación a cumplir, decidirse a hacerlo es asumir la crisis y lo más importante, entender que continuar como hasta ahora implica que solo sigan creciendo la pobreza y la deuda. Es tiempo de soñar, la única manera de salir de esta atroz pesadilla.
Seguir leyendo: