Durante mucho tiempo se buscaron los atributos o las características que definían al buen profesor. Este tema nos lleva a ratificar la consolidación de dos trilogías: por un lado, saber (conocimientos), saber-hacer (capacidades), saber-ser (actitudes) y, por otro, la interrelación entre estudiantes, docentes y contenidos.
Sin embargo, aún hoy seguimos mirando la clase de manera técnica e instrumental y se sigue realzando la figura del docente como única fuente de conocimiento. Y, si bien son fundamentales sus saberes a la hora de dar clases, la interrelación que se establece con ese saber determinado que enseñamos y con los estudiantes es fundamental a la hora de evaluar si cumplimos o no con los objetivos.
No caben dudas de que un buen profesor debe tener ciertas características. Shulman (1993) planteó algunas:
-Conocimiento del contenido: incluye el conocimiento de los saberes de la disciplina y el conocimiento didáctico, donde entra en juego la capacidad del profesor de transformar su conocimiento del contenido en formas que sean pedagógicamente poderosas y se adapten a la diversidad de los alumnos.
-Conocimiento de alumnos y aprendizaje: conocimiento de teorías de aprendizaje, del desarrollo de los alumnos en diferentes áreas, sobre motivación, el trabajo en la diversidad y el tema de género.
-Conocimiento del contexto: refiere a las características de las variables donde se desarrolla el trabajo profesional del profesor; conocimiento de sí mismo, de creencias y disposiciones, de poder reflexionar sobre sí.
También es muy importante el conocimiento práctico del profesor que no se construye aisladamente, sino que el docente es parte de una institución educativa y de una sociedad; se construye desde su experiencia.
Por otro lado, Novoa (2009) plantea dimensiones personales y profesionales en la producción identitaria de los profesores. El conocimiento, es decir, conocer bien aquello que se enseña y, a su vez, qué relación guardan esos saberes con otros saberes al interior de la disciplina científica, y qué cambios históricos ha habido a lo largo de los siglos; la cultura profesional; comprender los sentidos de la institución, integrarse en una profesión, aprender con los compañeros más expertos y el tacto pedagógico, esa capacidad de relación y de comunicación sin la cual no se cumple el acto de educar; y, también, esa serenidad de quien es capaz de ganarse el respeto, conquistando a los alumnos para el trabajo diario. Otra dimensión fundamental es el compromiso social, que incluye los principios, los valores, de la inclusión social y de la diversidad cultural. Educar es conseguir que el estudiante supere las fronteras que tantas veces le han sido trazadas como destino, por nacimiento, por la familia o por la sociedad.
Es por eso que hay que prestar atención constante a la necesidad de cambios en las rutinas de trabajo, personales, colectivas u organizativas. La innovación es un elemento central del propio proceso de formación. Formarse como profesor debe implicar una atención especial a las dimensiones personales de la profesión docente, trabajando esa capacidad de relación y de comunicación que define el tacto pedagógico.
En definitiva, los rasgos más importantes de un buen docente son compartir su pasión y entusiasmo por su materia, explicitando a los alumnos su importancia, usar ejemplos claros y relevantes para ilustrar el tema, indagar sobre las experiencias del estudiante y plantear preguntas claves para señalar los puntos controversiales de un campo o los problemas no resueltos. Es disfrutar la clase mientras se enseña y los estudiantes aprenden.
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