El amor en los tiempos de Lula

Izquierda y derecha es un esquema pinchado. La economía fue un factor decisivo en la visión bolsonarista, que ha llegado para quedarse

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Alberto Fernández y Lula da Silva
Alberto Fernández y Lula da Silva

Los tiempos de Lula son tumultuosos. Los grandes encuestadores pifiaron en la elección en Brasil: aquello era coser y canta, fácil. Lula arrasaba. El histórico Luiz Inacio de Silva nació en Pernambuco, casa de tierra, padres analfabetos, tierra reseca. Séptimo hijo, la familia hizo el viaje hacia el sur, San Pablo, donde el padre - separado de la madre - había adelantado el paso posible para la salir de la miseria. Pasó por todo de tipo y ganapanes a los ocho años: lustrabotas, ayudante de tintorería, vendedor ambulante.

Pasó la primaria y a los catorce consiguió aprender el oficio de tornero mecánico. Aprendió, se dejó una falange del meñique en una máquina. Hacia los diecisiete se integró a las reivindicaciones que iría a poner en práctica: mejora de salario, licencias por maternidad, vacaciones. Todo muy sindical-social, su genoma, bien distinto del político profesional clásico. Hasta ahora, de setenta y siete cuando gana por un milímetro contra Jair Bolsonaro, diría que ya también histórico al señalar que la mitad del país sigue la estela de la derecha, la alusión a la Patria, la familia, la religión y el orden sin que significara opresión o derrumbe económico por maniobras rapaces y servidumbre de intereses, que funcionan en cualquier compromiso de poder.

Compromisos de sustento financiero y militar – que allá importa- Bolsonaro también, con seguridad, aunque los hechos de corrupción en los hechos pesan sobre Lula, sobre todo si se trata del PT- el Peté-, partido de los Trabajadores-, del que el inteligente y pragmático creador se haya mostrado distante, distinto, en esas elecciones difíciles, complicadas en la gobernabilidad futura.

El hecho es que izquierda y derecha es un esquema pinchado. Hay regímenes de izquierda con matices y personalidades en cabeza con gran corrupción, autoritarismo y libertad engrillada, y los hay de derecha que ejercen sujeción a las leyes, orden institucional y progreso, que no es igual a progresismo. Bolsonaro levantó la bandera de la religión en el país con más religiones del mundo: intelectuales legítimos no dejan de echar flores al mar a Yemanyá, diosa y símbolo de la fertilidad, el origen de la vida en las aguascaldas, además de la ruta cristiana, síncresis, origen en los cuatrocientos mil esclavos que entraron en América en barcos infames, la cifra mayor en la historia.

Entre los rasgos personales de Bolsonaro aleja del hasta ahora presidente- equipos de los dos contendientes están reunidos ahora para traspasar y mostrar cuentas al cambiar-, a pesar de que grupos ultraderechistas continúan resistiendo el resultado con violencia, ciertas alusiones a las mujeres, los negros, los homosexuales son de ardua masticación. La economía fue un factor decisivo en la visión bolsonarista, que ha llegado para quedarse. Sin embargo y en la realidad, Brasil, con población de doscientos millones de habitantes y mayoría negra, no ha llegado, y con ideologías opuestas a Bolsonaro, más allá de un ministerio de música y de deporte. Un racismo enmascarado lo demuestra.

Protestas en Brasil
Protestas en Brasil

La penosa actitud argentina

Hay algo aquí que nos arrastra al bochorno: jugar la carta de Lula. No tuvo ninguna reunión con Bolsonaro en estos años, ausencia de realismo y profesionalidad diplomática resonante, demostrada por el reconocimiento público de que existía un tratado en marcha entre el Mercosur y la UE desde 1990, según el presidente Fernández y de verdad en 1995.

No lo sabía, no estaba enterado. Reconocido con gesto indescriptible, la ligó el canciller Cafiero, con menor responsabilidad solo por la evidencia de que en general no tiene idea de su empleo.

El gobierno de nuestro país quiso reflejarse y reforzarse con al retorno de Lula, como un Chapulín Colorado, cuando los dos aspirantes de segunda vuelta en Brasil nombraron a lo que Argentina no debe hacerse. Lula recibió una delegación desproporcionada de abrazos y besos, aunque seguramente no ignoraban que Lula eligió vice a Ferardo Alckmin, otrora su enemigo, un socialdemócrata de etiqueta, muy conservador, próximo a los sectores de la Iglesia más tradicionales.

No ignoraban que iba a acercarse por necesidad y unirse en cuanto a crecimiento y, en el deseo, liderar para Brasil toda la América Latina. No ignoraban que a cargo de los asuntos económicos Lula enfilaba hacia la ortodoxia y el mercado, sin dejar la urgencia social. Es decir fueron a pegarse y a mirarse en un espejo de lo que muestran la imagen distorsionada en algunos parques de diversiones. Cristina, estaba cantado, no fue: toca otra canción. El práctico presidente sindicalista estará cerca de Argentina. Con barbijo. El amor en tiempos de Lula, ya se ha dicho, no será apacible. Grandes pasiones y grandes intereses están en juego.

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