Luego de haber pospuesto su publicación a raíz de la invasión rusa a Ucrania, la administración Biden presentó finalmente su Estrategia de Seguridad Nacional el pasado 12 de octubre. El documento llega en tiempos de inflexión global en los cuales la pandemia, la reaparición de la cuestión nuclear, y las propias turbulencias internas de Estados Unidos abren la puerta a cambios trascendentes en el orden internacional. En este contexto, la Casa Blanca priorizará la competencia geopolítica con China y Rusia, la cooperación en desafíos transnacionales como el cambio climático y la seguridad alimentaria, y el fortalecimiento de reglas internacionales. Pero, ¿qué rol ocupa Latinoamérica, una región alejada de los conflictos globales y económicamente estancada, en todo esto? Según la Estrategia de Seguridad Nacional 2022, el foco estará en fomentar la democracia, la prosperidad económica, y la seguridad ciudadana, a través de una cooperación hemisférica basada en lazos comunes.
Más en concreto, la nueva estrategia proclama que el hemisferio occidental es la región cuyo devenir más directamente impacta a los Estados Unidos. Sin embargo, la Casa Blanca expresa preocupación por los altos niveles de conflictividad política y el debilitamiento de la democracia, problemas que atribuye en gran medida a las secuelas sociales y económicas de la pandemia. En este sentido, la estrategia explica que mayor prosperidad para Latinoamérica significa más seguridad nacional para los Estados Unidos. Argumenta también, que las iniciativas multilaterales serán los medios para lograr esta prosperidad regional, siendo La Alianza de Las Américas para la Prosperidad Económica la principal apuesta regional de Biden. Esta última fue lanzada el pasado julio durante la novena Cumbre de las Américas en Los Ángeles y planea ser una fuente de financiamiento para el desarrollo alternativa a la potente inversión china.
La sección sobre Latinoamérica también llama la atención sobre las crisis migratorias, el cambio climático, el crimen organizado, y las amenazas a la gobernanza democrática, entre los cuales incluye la intervención china, rusa, e iraní. Si bien el documento mantiene un nivel análisis regional, México se menciona un socio económico destacado. Venezuela, Nicaragua, y Cuba aparecen como países donde Estados Unidos continuará condenando los regímenes de gobierno, y finalmente el caso de Haití cómo uno donde la comunidad internacional debe actuar para evitar un colapso humanitario aún mayor.
A priori, muchos de estos puntos pueden parecer vagos e imprecisos, sin embargo, la misión de la estrategia de seguridad nacional no es prescribir acciones detalladas de política pública. Más bien, sirven para que la Casa Blanca explique los grandes lineamientos de su visión global, sus objetivos políticos, y sus medios para alcanzar estos últimos. Por ejemplo, la Estrategia de Seguridad Nacional de Trump en 2017 marcó el cambio de un paradigma centrado en la “Guerra contra el Terrorismo”, y el inicio de una era de competencia con China, Rusia, y otras “potencias revisionistas” del orden mundial liberal.
En términos comparativos, el apartado sobre el hemisferio occidental es más extenso que el de otras regiones cómo África y el Medio Oriente. Sin embargo, la región está lejos de ser una prioridad principal para Estados Unidos. El grueso del documento - un total de 36 de 42 páginas - se centran en la competencia por el poder mundial, la inversión en la propia fuerza estadounidense, y las prioridades temáticas globales como la seguridad energética y climática. Mientras que adversarios como China y Rusia, aliados como la OTAN, Japón y Corea del Sur, y socios como India, se mencionan con frecuencia a lo largo del documento, fuera de la sección regional, apenas se habla de los países latinoamericanos.
Ahora bien, ¿en que impacta esto sobre el futuro de América Latina? Dado que la estrategia sale a la luz después de más de un año y medio desde comienzo de la administración Biden, gran parte del texto se centra en los logros ya ha alcanzados. Por ejemplo, la donación de 72 millones de vacunas, la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección para responder a la crisis migratoria, y la Asociación para Abordar la Crisis Climática 2030. En otras palabras, hay pocas novedades de cara al futuro. Asimismo, resulta llamativa que apenas se mencionen las organizaciones narcotraficantes transnacionales en el contexto regional, quizá la mayor amenaza a la seguridad nacional de varios países en la región. Más aún teniendo en cuenta que Latinoamérica llegó a tener en 2019 casi el 30% de los homicidios del mundo con solo el 8% de su población, y que solo en 2021 la DEA incauto más de 300 toneladas de cocaína, 20 millones de pastillas fraudulentas, y 440 millones de dosis de fentanilo, una droga absolutamente letal.
Más allá de no ocupar un lugar estelar en la Estrategia de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, los países de la región podrán maximizar el beneficio de sus relaciones con Estados Unidos siempre y cuando lean con atención e inteligencia por dónde pasan sus prioridades. En esta administración el foco seguirá en promover la agenda verde, las políticas de transparencia institucional, y en contrarrestar la influencia china en la región.
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