Hay tres certezas que el gobierno que asuma en 2023 debe tener para reconstruir una relación estratégica con el país vecino. La primera es que el vínculo con Brasil es fundamental para la Argentina. De los países con los que convivimos en la región, Brasil es el de mayor peso geopolítico: representa más del 40% del territorio de Sudamérica y cuenta con la mitad de la población. Económicamente, es nuestro principal socio comercial -representa el 13% de nuestras exportaciones y el 80% de las que enviamos al Mercosur-, y es uno de los principales emisores de inversión extranjera directa. Al mismo tiempo, la relación entre la Argentina y Brasil es también el termómetro del Mercosur, de la misma forma que Francia y Alemania fueron el termómetro del proceso de creación y consolidación de la Unión Europea.
Además, recomponer la relación bilateral es un paso necesario para recuperar la relevancia del Mercosur, que debería ser la plataforma de negociación comercial de la Argentina con el resto del mundo. Negociar en forma conjunta nos favorece, pero el Mercosur continúa mostrando, en términos generales, bajos niveles de comercio intra y extra bloque. El comercio intrazona cayó un 45% entre 2011 y 2020. Y si bien en 2021 se observó una recuperación, la integración relativa sigue siendo baja: apenas un 10,9% de las exportaciones se destinaron al propio bloque. A su vez, comparado con los acuerdos regionales comerciales en el mundo, es el que menor ratio de exportaciones sobre el PBI ha conseguido: exporta menos de 15%, contra un promedio mundial de más de 30%. Menos comercio es menos incentivos al Mercosur.
La segunda certeza es que la relación con Brasil no puede depender de la afinidad ideológica de los presidentes. Hoy el vínculo entre la Argentina y Brasil pasa por un momento bajo porque está regido casi exclusivamente por la afinidad ideológica de los gobiernos de turno y por cómo se llevan los mandatarios. Es un síntoma de baja calidad institucional que afecta la inserción argentina en el mundo. Hay mucha evidencia: en el transcurso de dos años el único encuentro presencial entre Fernández y Bolsonaro fue en el G20 del año pasado. A su vez, el acto del gobierno nacional con Lula en Plaza de Mayo generó malestar en el gobierno brasileño, que poco tiempo después anunció que la Cumbre del Mercosur se realizaría de manera virtual. Y quedó en evidencia aún más la falta de coordinación en temas centrales, como la pandemia o la implementación del 5G.
La tercera certeza es que la victoria de Lula debe significar para nuestro país una vuelta al pragmatismo. Entre 2015 y 2019, el presidente Mauricio Macri convivió con tres presidentes distintos -Dilma Rousseff, Michel Temer y Jair Bolsonaro- de manera pragmática y fluida y la relación estratégica no se dañó, mucho menos en los términos de hoy.
En el actual contexto internacional, no hay posibilidad de que el Mercosur negocie en términos más competitivos con el resto del mundo si Brasil y la Argentina no trabajan juntos. Así como la colaboración regional logró cerrar el acuerdo con la Unión Europea, una alianza estratégica con Brasil podría convertir a nuestro país en un importante proveedor de gas -a través de la concreción del gasoducto-, mientras nos ofrecemos como interlocutor ante las preocupaciones ambientales europeas. Otras potenciales áreas de cooperación incluyen la coordinación en organismos multilaterales, energía nuclear y turismo.
Por eso, el gobierno que asuma en 2023 deberá ser lo suficientemente pragmático para fortalecer la relación y trabajar en la integración. No hay posibilidad de lograrlo sin un diálogo fluido entre los dos gobiernos, independientemente de la familia ideológica de sus presidentes. En 1985, Alfonsín y Sarney, con base en el diálogo y el interés común, relanzaron la relación bilateral y la llevaron a un nuevo nivel. Hoy necesitamos una reconstrucción de este vínculo.
El contexto internacional le abre hoy una nueva oportunidad a la Argentina y a América Latina. Somos una región de paz, productora de alimentos y energía, con excelentes capacidades científico-tecnológicas. Para aprovechar esa oportunidad, necesitamos una inserción internacional que empuje nuestra frontera de desarrollo potencial. Reconstruir el vínculo estratégico con Brasil y relanzar el Mercosur es una parte sustancial de esa inserción.
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