De 30 años, de 1,75 cm., 68 kilos, el jugador acumula millones, encandila estadios y no hace solo muchos goles, sino que regala y divierte con el placer del virtuoso: su habilidad, casi circense, llegó con el don nacido al mundo, con el futsal y las calles.
Neymar da Silva Santos Júnior, de padre, futbolista y administrador de sus contratos y ganancias de asombro: a los 17 años ganó la Copa Libertadores, goleador máximo, mejor jugador del torneo, lo que no ocurría desde 1963 con Pelé y con el mismo club. De paso, Pelé eligió a Bolsonaro.
Pródigo entre los jugadores extraordinarios, es una súpernova de personalidad magnética, carácter rebelde, actor de peleas, un buen número de lesiones y la habilidad -juran- para tirarse al pasto para provocar una falta rival. Pasado el punto futbolero, es también huésped de la prensa del corazón por sus amores resonantes, largos o cortos, pero uno detrás de otro sin contar episodios del camino. En 2017 emigró del Santos al Barça por 222 millones de euros, lo que derivó luego en acusaciones sospechosas en los números -absuelto al demostrar que 40 más fueron por una cláusula de prima-, donde formó el triángulo Messi, Neymar y Luis Suárez que llegó a todo lo que podía ganarse en las alturas: Liga, Copa del Rey y UEFA Champions.
En gran medida es un semidiós forjado en la potencia ilimitada del fútbol, un negocio invencible. En la elección librada y sus prolegómenos en campo minado, tensión constante y una polarización que Brasil no había conocido.
Neymar no se limitó a pronunciarse por Bolsonaro. Se mostró con el candidato, mantuvo una hora de diálogo por streaming y remató con una afirmación y una decisión expresa: “Soy bolsonarista por sus valores, en los que creo, nuestra patria, la libertad, la familia y Dios, sobre todo”. Declaraciones destinadas y difíciles de digerir por parte de Bolsonaro en ciertos momentos -mujeres, negros, indios, homosexuales, aprobación de la dictadura de veinte años, incluida la tortura-. No estuvo solo. Lucas Moura y Felipe Melo -Tottenham y Fluminense- se mostraron de manera abierta a favor del hasta entonces presidente meses antes de expresarlo, lo mismo que Ronaldinho, Rivaldo y Cafú.
El entrenador y seleccionador, Tite, fue claro: “Esa no es mi batalla, la batalla del fútbol es la de la educación, la competencia para ser mejor, pero con límites éticos, ser el más osado y el más creativo, respetar nuestros orígenes. Que esa gente (Neymar. Rivaldo, Cafú, los grandes del automovilismo, Emerson Fittipaldi y Nelson Piquet) pueden decir lo que quieran. Yo no iré a Brasilia, aunque ganemos el Mundial. En ningún caso -aclaró-, porque el fútbol se ha impregnado de política”.
Romario, hoy senador por Río de Janeiro, con una victoria del 30 por ciento y en línea, desde luego sigue la estela de Jair Bolsonaro. Pero Bebeto, compañero de equipo de mucho entendimiento en la cancha, salió a las calles encabezando una columna para pedir “la caída de Bolsonaro”.
Con menos énfasis que Neymar -agradeció a Bolsonaro por ayudar a demostrar que era inocente de una violación en Italia, pero no se iba a olvidar que tiempo atrás defendió con ardor a Vinicius Junior, atacado por racistas en Madrid-, se definieron por Bolsonaro, Dani Alves y Thiago con alusión al lema “Dios, patria y famiila”. Jugaron la carta Bolsonaro, Julio Baptista y Robinho, condenado a nueve años de prisión por violar a una mujer en 2013, cuando jugaba en el Milán.
En la Selección, podemos poner a Ney(mar) -su apodo afectuoso- y del otro lado a Raí, hermano de Sócrates, el gran jugador y médico de los 80 de casi dos metros, elegante en el juego y uno de los mejores del fútbol brasileño, muerto por septicemia.
Rivaldo, otra vez, dijo en redes sociales: “Nosotros somos Bolsonaro, hagan ustedes su parte también”.
Pero el gol en contra para Lula fue Neymar: dirigido a los jóvenes, con mucha resolución por el regreso de Lula: “Neymar ha hecho una jugada. Apostó por Bolsonaro para que le arregle los líos que tiene en Hacienda, y son muy complicados”.
El tipo que escribe este atardecer de domingo recibe la idea de no tropezar con el simplismo. Partido en dos el país, sería suponer como un teorema que quien optó por Bolsonaro lo hizo por ser rico. Las cosas necesitan algo un poco más digno, un pensamiento más complejo. A mi espalda, desde la televisión, dice al hablarle a una mujer: “Soy pobre, soy negra. Tendría que votar a Lula, pero soy evangelista, ¿se da cuenta?”.
El resto es historia en plena construcción.
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