Un debate devaluado

El debate del Presupuesto en la Cámara de Diputados evidenció una vez más la preocupante endogamia de la clase dirigente: en un escenario de cada vez mayor fragmentación y dispersión parece primar el “sálvese quien pueda”

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Votación del Presupuesto 2023 en la Cámara de Diputados (Foto: Luciano González)
Votación del Presupuesto 2023 en la Cámara de Diputados (Foto: Luciano González)

El debate y la votación en la Cámara de Diputados de la Nación del Proyecto Ley de Presupuesto 2023 acabó por convertirse en una suerte de “radiografía” de la profunda decadencia argentina y, en particular, una evidencia contundente de que pese al manifiesto y generalizado clima de frustración, enojo y tristeza que -según todas las encuestas- embarga a la gran mayoría de los ciudadanos, la clase dirigente continúa procrastinando, empecinada en una agenda cada vez más alejada de los problemas de la gente.

Si bien es cierto que ya desde hace varios años el debate del Presupuesto ha perdido la centralidad de antaño, esa que le supo granjear el calificativo de “ley de leyes” en función de su importancia a la hora de definir las prioridades políticas y la distribución de los recursos, lo ocurrido esta semana en la Cámara de Diputados pareciera patentizar la profunda distancia que separa a la política argentina de la realidad. Y al referirnos a la “realidad” no hablamos claro está de “verdades” absolutas, para eso estarán las ciencias duras o la religión según la cosmovisión de cada uno, sino de lo que percibe la mayoría de los ciudadanos de a pie.

Este año, la tradicional subestimación de las principales variables macroeconómicas a los que nos han venido acostumbrando los presupuestos que pasan por el Congreso adquirió ribetes tragicómicos. Sobre todo, en lo que respecta al principal problema económico que hoy afecta a argentinos: con una inflación que superará este año el 100% y frente a los pronósticos de prácticamente todas las consultoras que el año próximo la ubican -como mínimo- a la par que la del 2022, el gobierno elevó en el Presupuesto una proyección, a todas luces inconsistente, del 60%. A partir de ahí, y teniendo en cuenta la centralidad que tiene hoy esta variable en términos macroeconómicos, todo el cálculo presupuestario carece de consistencia con la realidad.

Pero, más allá del análisis estrictamente presupuestario, el debate en Diputados evidenció -una vez más- la preocupante endogamia de la clase dirigente: en un escenario de cada vez mayor fragmentación y dispersión parece primar el “sálvese quien pueda”. A las tradicionales desprolijidades e improvisaciones de un oficialismo que reflota sus feroces internas se le suman las mezquindades y miserias de una oposición que también está atravesada por crecientes diferencias internas y una inocultable guerra de egos.

Del lado del oficialismo, hubo tres grandes derrotas parlamentarias. La primera, por el manejo del Poder Ejecutivo de la magnitud de las retenciones a las exportaciones agropecuarias, artículo que el Frente de Todos retiró del debate cuando comprobó que no tenía el número necesario. La segunda, por la obligación para todos los jueces y funcionarios judiciales de pagar el impuesto a las ganancias, que fue rechazado por 134 votos contra 116. A estas dos, habría que agregarle la fallida inclusión de un artículo por el cual se pretendía cobrar a las prepagas y obras sociales provinciales un 15% sobre el total que los trabajadores pagan de diferencial por acceder a planes especiales de salud. Dos de estas derrotas fueron infringidas al kirchnerismo duro, la segunda a los sindicalistas que constituyen uno de los pocos apoyos del albertismo hacia el interior del peronismo.

Del lado de la principal coalición opositora, la falta de cohesión y alta fragmentación se hizo evidente ante lo más elemental: los diversos partidos que integran el espacio ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo respecto a cómo votar el Presupuesto. Mientras el radicalismo votó a favor del Presupuesto, el PRO se abstuvo, la Coalición Cívica de Lilita Carrió, y el sector de Ricardo López Murphy votaron en contra de la propuesta del gobierno.

Pero, más allá de estas posiciones diferentes, hubo muchos pases de factura internos que profundizan las suspicacias y el clima de desconfianza que reina en JxC. Sobre todo, por la supuesta cercanía de algunos referentes opositores con el oficialismo: aquí los apuntados por “colaboracionismo” fueron Gerardo Morales y Emiliano Yacobitti en la UCR, y Cristian Ritondo en el PRO.

Asimismo, desde Juntos por el Cambio -y de otros sectores libertarios como el de Espert- cruzaron a Javier Milei por no haber estado presente en el recinto cuando se votaba el nuevo “impuesto” a los tickets aéreos para financiar a la Policía de Seguridad Aeroportuaria -PSA- , que se aprobó por la simple diferencia de un voto. Quien no dejó pasar la oportunidad para fustigar a su futuro y ascendente rival presidencial fue Horacio Rodríguez Larreta.

Lo cierto es que a altas horas de la noche se acabó por consumar lo que ya muchos denominan el “Plan Siga-Siga”, es decir, el intento del Gobierno de trasladar el mayor peso del ajuste a la próxima gestión, para llegar con aire a 2023. Ya logró que el Fondo Monetario lo respaldara en esa tarea, ahora continuó dando un paso importante con un acuerdo informal con sectores de la oposición, logrado en base a concesiones puntuales, prebendas y cajas varias. Una actitud casi “suicida” de una oposición que, supuestamente, debería estar discutiendo y consensuando los lineamientos para un futuro gobierno, y no cruzada por egos, mezquindades y cálculos cortoplacistas.

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