Éric Sadin es un escritor y filósofo francés, crítico de la tecnología con fundamentos sólidos. Se podrá coincidir o no con su pensamiento, pero ignorarlo sería un error. En 2020 escribió La era del individuo tirano. El fin de un mundo común. Su lectura nos deja mucho para reflexionar, algunas coincidencias y varias opiniones encontradas. Vale la pena rescatar el concepto de la “era del individuo tirano”, pues de su análisis no puedo menos que extrapolar ciertos conceptos que logran explicar determinadas conductas de Cristina Fernández de Kirchner, que, en tiempo actual, resultan reveladoras y tormentosas. En palabras del propio Sadin: La era del individuo tirano, el advenimiento de una condición civilizatoria inédita caracterizada por la abolición progresiva de todo cimiento común para dejar lugar a un mundo en el que el “yo” representa la fuente primera -y en general definitiva- de verdad, como ocurre con una de las dirigentes políticas más importantes de los últimos tiempos, bajo cuya influencia tenemos el país distópico y empobrecido en el que nos toca vivir hoy.
Motiva estas reflexiones la constante inclinación de la Vicepresidenta a expresarse por Twitter, asumiendo que su palabra está por encima de todos. La expone como una verdad, que nos revela la luz, iluminándonos y marcando el rumbo que deberíamos seguir. Las críticas que formula Sadin al tecnoliberalismo, son perfectamente aplicables a quien hoy es la principal referente de un gobierno a la deriva e inmerso en sus rencillas internas -como se desprende de la ausencia de Máximo Kirchner durante gran parte de la cesión que debatió el Presupuesto o los aprietes públicos de “Wado” al presidente-. CFK es la responsable del peor gobierno que nos ha dado la democracia, sus políticas erradas, sus rencores y por sobre todo sus odios, han hundido a la sociedad en un estado de pesadumbre. Impotente de brindar soluciones, se esconde en sus silencios, habla por Twitter, o en soliloquios que la protegen de cualquier tipo de interacción con otro ser humano que pudiera interpelarla.
El universo irreal en el que vive la Vicepresidenta la aleja de cualquier tipo de contacto directo con la gente común, con los problemas reales de los humanos de carne y hueso, dejando de lado todo atisbo de sensibilidad por el prójimo. Cristina es una tortuga encerrada en su caparazón, asomando la cabeza en contadas ocasiones. La forma en que se expresa y cómo nos habla, no es ni más ni menos que la autopercibida supremacía de su individualidad por sobre el resto de los argentinos. Su palabra -según ella misma- es la verdad revelada, juzgada solo por la historia, se siente ajena a la justicia de los hombres. Las reglas comunes no aplican para ella. Las jubilaciones de privilegio, su fortuna personal, todos los gastos pagos por el Estado, y decenas de prerrogativas con las que cuenta y hacen su estilo de vida lujoso, la dejan a salvo de las penurias diarias del laburante que todos los días se levanta a las cinco de la mañana. Vive en otro mundo. Uno muy diferente al del resto de los argentinos. Eso es lo que da sustento a sus ideas equivocadas que se materializan en el fracaso de su gobierno.
La desconexión con la realidad al mismo tiempo que vive en modo “tirana” conforma un combo que da origen al principio del fin de su reinado. La alejan del movilizador social que supo ser. Los últimos 20 años, que la tuvieron como principal protagonista, fueron los peores. Hoy somos un país más pobre que antes de su llegada a la escena nacional. Las estadísticas frías no mienten, solo reflejan los resultados. Y precisamente esas estadísticas son las mismas que CFK está analizando y la llevan a pensar que replegarse en la provincia de Buenos Aires, es el único camino que le puede garantizar una “senaduría” para seguir manteniendo sus tan necesarios fueros -esos mismos que seguramente la mantendrán alejada del peor de sus miedos: un cuarto de 2x2-. Es una foto que de ninguna manera va a dejar para la posteridad. Esta sería la principal razón que la llevaría a no presentarse directamente como candidata a presidenta en 2023. Pero pensar que el cristinismo no va a dar pelea hasta el último voto y que solo jugarán a replegarse sería un grave error de cálculo. Van a jugar a fondo para ganar en 2023, como la jugarreta electoral de intentar eliminar las PASO, para lo cual no faltarían más que un puñado de votos en la Cámara baja (¿Milei?). De lograrlo se abrirá otro panorama en el que sin dudas tendrá una gran influencia la oposición si termina patentizando su resquebrajada unidad.
Cristina -como ya nos tiene acostumbrados- va a jugar su propio juego y si tiene que dar un paso al costado lo va a hacer -como ya lo hizo en 2019 ungiendo a su peor error de cálculo- ya que sostener su nada despreciable cuota de votos (en torno al 25%) es la forma de poner un muro que la proteja de las consecuencias de los posibles fallos adversos que la Justicia le depararía en el futuro. Va a jugar a seguro, especular con movidas exóticas, al menos en estos momentos, sería una imprudencia. Esa necesidad -política- es la soga larga que le permite al actual ministro de Economía moverse e intentar la patriada histórica de llevar al Titanic a puerto antes de que se hunda en las profundidades del océano del fracaso populista que es el gobierno de Cristina con Alberto sentado de prestado en el sillón de Rivadavia.
Es importante entender que en CFK hay tantos rencores y resentimientos, como una necesidad imperiosa por saldar sus cuentas. Una -la principal- con la justicia. La otra -no menos importante- con Macri, a quien odia profundamente -como todos pudimos ver el 10 de diciembre de 2019 en una foto que quedó para la historia-. El modo “tirana” con que suele manejarse surge (en palabras de Sadin) “cuando el otro no es que deja de existir, sino cuando mi palabra vale más que todo”. Y eso precisamente es lo que sucede con la Vicepresidenta. Sus tuits son un soliloquio constante sin posibilidad de interacción con otro “humano”. Nos ilustra, en 280 caracteres, con su supremacía junto con el poder de su palabra, sabiendo que será amplificada infinidad de veces. Esa previsible y ya aburrida forma de comunicación es la que ha generado, entre otras cosas, la debacle cristinista como movilizador social, aislándola aún más. Como dice Sadin: Hoy estamos en una situación que consiste en creer que la palabra sirve como política. Pero hoy, la palabra sirve para la vanidad. Sería como un fascismo de un nuevo tipo que no estaría dirigido por figuras sino por una crispación de todos contra todos.
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Cristina además de negar la realidad, la ignora. No se trata de un oxímoron sino de dos cuestiones distintas. La niega, en primer lugar, porque no quiere -o no puede- asumir el fracaso de sus políticas, por la sencilla razón de que sigue pensando que son las adecuadas. Además la ignora porque no tiene contacto con ella. Vive encerrada en su mundo sin comunicación real con el exterior, solo interactúa con sus “empleados” quienes le tributan, más o menos, obediencia debida. En esta situación una Cristina radicalizada, puede hacer cualquier tipo de locura -menos inmolarse ella misma (políticamente hablando). Ese laberinto cristinista es la otra razón del alejamiento de quienes una vez fueron sus votantes y hoy ya no lo son. Se ha roto la confianza, lo que quedó patentizado en 2021 dónde perdió 5,2 millones de votos. Esto es lo que está viendo CFK en relación a las elecciones de 2023. Cristina pretende que todo el malestar social sea cargado sobre las espaldas de Alberto Fernández -con quien ya no se habla, o llegado el caso sobre las de Sergio Massa. No va a permitir que el costo político del desastre económico de su gobierno sea cargado en su cuenta personal (que lo consiga o no es harina de otro costal).
En palabras de Paul Valéry: “Lo que más irrita al tirano es la imposibilidad de ponerle grillos al pensamiento de sus subordinados”.
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