En ambas trincheras de la grieta triunfó el “riquismo”

Las elecciones que vienen no abundan en candidatos. Varios podrían ganar, pero otra cosa es gobernar. Macri contra La Cámpora, sea quien fuere el vencedor, nos dejaría al borde de una guerra civil. Un radical enfrentando a un peronista no kirchnerista nos devolvería al cauce de los adversarios

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Máximo Kirchner junto a militantes de La Cámpora en la Plaza de Mayo
Máximo Kirchner junto a militantes de La Cámpora en la Plaza de Mayo

Mauricio Macri vino a condicionar al radicalismo, a ese mismo partido con el que compartió su gobierno y dejó la amarga sensación de ni siquiera respetar. Es una fuerza política que como todas las del presente está dividida entre los que sueñan un destino y los que dan la vida por un cargo. Las consecuencias están hoy a la vista, cada uno debe asumir personalmente la dimensión de su fracaso. Por consejos del coaching o por vocación propia, su fuerza política se esmera en encolumnarse en el espacio de la grieta, en definirse más por sus denuncias que por sus propuestas. Es un partido de economistas expertos en cuidar las inversiones de los ricos en contra de las necesidades del conjunto. Son como todos los grupos de empresarios, gente que solo puede hablar de bajar impuestos y leyes laborales. Del resto que se haga cargo la política, ese espacio que expresa a la patria y que ellos no respetan ni les interesa y solo soportan como una molestia. Minimizar la deuda con el FMI resulta patético para una sociedad que quedó dependiendo de ese gesto irresponsable y carente de sentido. Y está prohibido hablar de la concentración económica, ese fenómeno impuesto por Martínez de Hoz y Domingo Cavallo en el último golpe militar, instalando cuatrocientas financieras encargadas de destruir millares de industrias. No olvidemos que del otro lado existen “los cuadernos”, ese triste relato de las coimas al desnudo, que se pueden debilitar como testimonio, pero que no se podrán borrar como fotografía de una forma de actuar demasiado reiterada para ser puesta en duda.

El kirchnerismo, degradando al Estado, se ocupa de acumular riquezas que con la excusa de “servir a la política” terminan casi siempre enriqueciendo funcionarios. Al servicio de esos dos fracasos conviven dos negocios muy rentables, ambos coincidiendo en impedir el surgimiento de una síntesis superadora. Dos versiones coloniales conscientes de que solo la pacificación puede devolvernos al camino de ser patria.

El Presidente, más allá de las culpas ajenas y excusas propias, se dedica a asegurarle el triunfo a la oposición, dato que ni sus propias encuestas ponen en duda. La aparición de Juan Manzur expresó la necesidad de los gobernadores de hacerse cargo de sacar al gobierno de la inercia del “todes” y estupideces varias. El segundo aporte angustioso fue el de Sergio Massa, ambos destinados a evitar que la frivolidad nos impida llegar al futuro proceso electoral. Nos sacaron de terapia intensiva, Alberto y sus amigos del bar no están en condiciones de gobernar.

Mauricio Macri en el municipio de Tres de Febrero
Mauricio Macri en el municipio de Tres de Febrero

Sin embargo la oposición no la tiene fácil. Declarar estar unidos no es lo mismo que elegir un candidato, en especial en un momento donde la mediocridad empodera a la publicidad paga junto a la carencia de ideas. El coaching es a la política lo que los críticos al arte, sirven para reflejar el talento ajeno y en momentos de escasez de artistas, solo para apabullar con la mediocridad propia. La inteligencia convoca a la grandeza tanto como su ausencia enamora a los fanáticos. Dudar es virtud de personas responsables, el mundo de las certezas suele coincidir con el de las limitaciones.

El kirchnerismo transita un final con su fracaso al hombro, nos deja odios de izquierda con logros de discutible veracidad. Reivindicaron en exceso a la guerrilla llegando a saturar en su deformación de la historia. Están en el ocaso parecido al del menemismo, esa distorsión del peronismo que solo puede ser elogiada por los ricos gorilas a los que favoreció. En ambas trincheras de la grieta triunfó el “riquismo”, conjunto de gente enriquecida por la política, alejadas de la vocación de forjar un destino colectivo. Todavía no apareció el periodista que escriba el libro de los negociados, exponiendo en especial a aquellos que son compartidos por las dos trincheras. Administraciones compartidas, heredadas del último golpe, momento donde se decide que producir riqueza y dar trabajo puede ser sustituido por importar de todo y convertir los bancos y las financieras en el eje de un nuevo sistema colonial.

Las elecciones que vienen no abundan en candidatos mientras definen en exceso el futuro por el que optaremos. Sabemos que varios podrían ganar. Pero otra cosa es gobernar. Macri contra La Cámpora, sea quien fuere el vencedor, nos dejaría al borde de una guerra civil. Un radical enfrentando a un peronista no kirchnerista nos devolvería al cauce de los adversarios, un futuro más digno y superador de la decadencia.

La concentración económica es la causa central de la miseria donde habitamos. Pagamos royalties por cualquier cosa que nos venden los intermediarios. Los países en serio son libres de pagar por todo lo que hacen. Nosotros compramos un liberalismo sin patria que se lleva más dólares de los que genera nuestra riqueza la cual está, cada vez más, en manos extranjeras. Deberíamos defender el trabajo, la producción nacional, impedir la concentración. Deberíamos convocar a la inversión de nuestros ahorros dando una seguridad que los bancos extranjeros y muchos de los nacionales no están en condiciones de dar. Los que necesitan inversión no tienen donde pedirla, los que poseen ahorros, no saben dónde invertirlos. Ese lugar del Estado que dejó de existir desde el último golpe militar es el que nos falta recuperar. Nuestro problema no son las conductas individuales, sino la urgencia de un rumbo compartido. Lo atroz es ser colonia. Debatir si de izquierdas o de derechas son solo formas de asumir la dependencia.

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