Hace 39 años atrás los argentinos asistían a las urnas para votar en una elección clave que cambiaría el rumbo del país. El partido más antiguo de Argentina tenía en aquel entonces la oportunidad de construir un país nuevo y moderno. Oportunidad que supo aprovechar reuniendo las condiciones para ser el partido del futuro. Esto último no fue producto de la casualidad. El proyecto político que el radicalismo proponía en 1983 no era un proyecto más, sino que expresaba la voluntad de generar el consenso necesario para la construcción de un Estado legítimo y acabar con los intentos fallidos de restauración de la democracia.
La UCR fue un partido que supo reivindicar los principios de progreso, libertad y equidad y que al mismo tiempo proponía un proyecto de país que debía tener como principales ejes la democracia participativa y la modernización de las estructuras sociales.
La elección del 30 de octubre de 1983 constituyó la gran oportunidad que tuvo Argentina para desterrar las repetidas frustraciones de restauración de la vida democrática.
En la campaña de 1983 la esperanza era Raúl Alfonsín, porque reivindicaba la vida, el imperio de la ley, el final de la violencia política y la impunidad. El proyecto de Raúl Alfonsín era restablecerla democracia de una vez y para siempre, y es ahí donde radica la grandeza de esta gran elección de la sociedad argentina.
El proyecto político del radicalismo suponía algo más que el saneamiento y la reconstrucción de las instituciones. Eso constituía solo un primer paso para instaurar las bases de un orden político que debía fundarse a partir de una ética de la solidaridad que fuera capaz de construir un acuerdo basado en la cooperación, el pluralismo y en nuevo orden político que garantizara los derechos fundamentales y la construcción de una democracia plena, moderna y eficaz.
Los grandes cambios políticos de la historia de un país solo pueden comprenderse y dimensionarse con el paso del tiempo. Hoy, luego de 39 años, existe un consenso en la sociedad de que aquel proceso que se inició en 1983 significó la inauguración de un ciclo de democracia ininterrumpida hasta nuestros días y el período constitucional más largo de la historia. La etapa que se inició en 1983 significó el final de medio siglo de inestabilidad política. También significó una ruptura con el régimen militar y con un período marcado por la violencia política y la violación de los Derechos Humanos.
El balance de estos 39 años de democracia solo es bueno si pensamos en la construcción de un sistema político sólido con fortaleza institucional que ha erradicado la violencia política como forma sistemática de acceder al poder. Sin embargo, todos los índices en materia social y económica han retrocedido, la calidad institucional se ha deteriorado y no hay expectativas de futuro que garanticen una mejor calidad de vida a los ciudadanos. Tenemos 36,5 % de pobreza; 17,3 millones de personas en situación de pobreza y 4,2 millones de personas en situación de indigencia. En 2022, la inflación cerrará con 3 dígitos, siendo la más alta de los últimos 30 años.
En Argentina hay pobreza, desigualdad, crisis educacional, inflación descontrolada y una enorme falta de credibilidad en la política. Esa falta de credibilidad tiene su origen en la incertidumbre política y económica, y en la ausencia de un marco de referencia que genere expectativas para salir de la crisis actual.
Sobrevivir en la incertidumbre sin un modelo de país a futuro es el principal problema que tenemos que resolver y el primer desafío para que la democracia vuelva a garantizar previsibilidad y certidumbre. En definitiva, la democracia es la lucha permanente por la extensión y la profundización de los derechos y de las oportunidades de vida. En este momento particular de la historia argentina, es requisito indispensable que la sociedad vuelva a creer en un país que sea capaz de garantizar más y mejores oportunidades para poder vivir mejor.
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