La mujer tenía un barbijo negro – ojos oscuros también, parecía una chica guapa y musulmana percibida bajo el nicab- y se veía un poco vacilante después de encontrar en el pelo un plomo de un calibre grande que antes, es probable, había rabotado en algo firme, dio en el esternón y subió, ya sin la potencia inicial, a la cabeza. La bala que iba para alguien, porque hubo muchas armas y se tiró a matar.
La Policía le dijo que tuvo suerte porque era una de las disparadas por los matones y criminales de la UOCRA filial La Plata, trabajadores de la construcción.
Sus jefazos, enriquecidos y sin ley, se enfrentaron entre bandos por el poder del sindicato con la coartada de defender derechos y salarios. Trafican y arrebatan albañiles y pintores, soldadores, trabajadores de los oficios necesarios para tener más gente en nuevos edificios. Tienen vínculos con la política y con la Justicia, urden todo tipo de negocios, tienen coches carísimos, barcos, ejércitos de culatas provistos por los arsenales que todo gremio o sindicato como se debe tiene. A unos cuarenta kilómetros debatía el presupuesto del país. Un oficial se quedó con la bala de pelo inusitado para investigar, algo parecido. Requisaron algunos autos. En uno blanco, un Hyundai, encontraron unos ahorros de Brian: tres millones.
Tranquilos estaban en una parrilla de Ensenada “Lo de Seba” los platos brillantes de achuras y llenos lo vasos de vino, los que se habían reunidos partidarios y familiares que domina la zona y la actividad el célebre Pata Medina, líder violento que ostenta y no oculta su modus operandi: eliminar a todo rival. Sucedió que cien hombres armados al mando de un barrabrava que intenta, no solo patear al Pata sino borrarlo del mundo, Raúl Tobar.
Entró a la parrilla “Lo de Seba”, donde estaba atento a chorizos y costillares Brian Medina, nieto del boss. Destrozaron el local del pobre Seba y salieron a la calle en procura de matarse unos a otros durante una hora mientras la policía intentaba detener aquello pero debió replegarse: las balas de goma no tienen la elocuencia de las de plomo. De uno de ellos, algo abollada, cayó desde el pelo de la chica con el barbijo negro.
El nietito del Pata mostró unas heridas producto de las escopetas de la bonaerense y, derrotado por los enemigos, gritó: “¡Se me vinieron como quince! ¡Los voy a matar a todos! No pasa nada.
Lo ocurrido - escena de El Padrino o de El Irlandés filmada por Scorseses sobre la vida de Jimmy Hoffa, gangster y sindicalista de los muelles y camiones de Nueva York- resultó menos que la falta de detenciones, interrogatorios, desarmar a los sujetos que en el revuelo del ruido, los gritos y los insultos no pudieron conseguir homicidios, objetivo principal.
Son cosas. No pasa nada. Hay una ristra de tiroteos entre brutales pistoleros de sindicatos. Cualquiera puede recordar cuando, en 2006, se hizo el traslado el féretro sin manos de Perón hasta hasta San Vicente y, como homenaje, integrantes de la UOCRA y Camioneros montaron una gresca con todo lo que tenían a mano. Alcanzó notoriedad el guardaespaldas de Camioneros apodado “Madonna”, que se lució con una automática contra los otros, olvidado ya al general en un costado.
Es el tema: que no pasa nada. Que se convive, se duerme en la misma cama con los tiradores de Ensenada, sus barrigas obscenas y su ferocidad. Se permite, está admitido. Al día siguiente, silencio.
Los días de desintegración en que se vive todo está permitido y rápidamente olvidado. Aquí somos así, en una convivencia de miedo y de brutalidad normalizada, corriente. El estallido ético no se oculta y el hombre y la mujer comunes que entendieron otras cosas - trabajo, honestidad, gentileza- ambulan abrumados por el desencanto. Y el desencanto es fertilizante para los iluminados y autoritarios, que son muchos y esperan la oportunidad de enmohecer desde dentro la democracia.
Se llevan muchos años de democracia con pérdida clarísima de entusiasmo y de confianza. Los gobiernos fracasan . Millones de chicos sin proteínas en su momento, quedan fuera del menor futuro salvo en un territorio tenebroso, extramuros.
Como quiera que sea, Ha de haber maneras de advertir lo que ocurre y modificarlo, de mejorarlo. Claro, cuesta vislumbrarlo, hay que reconocerlo.
Por ejemplo, ¿Será alguna vez posible tamizar y cambiar el modo Pata del sindicalismo, que es necesario? Tiene que haberlo. Pero con seguridad por razones de cortedad mental me cuesta cada día más imaginarlo hasta que, finalmente y contra un optimismo algo artrítico termino por decirme: no lo creo.
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