La frase que se recuerda de ese mediodía de 1999 es de Mirtha Legrand: “Yo no necesito de vos para tener audiencia, Silvana Suárez. No te necesito”. En el video que ahora suma miles de reproducciones en Youtube, la ex Miss Mundo argentina, que ya se había levantado de la mesa de la diva, retruca desde un rincón del estudio: “Hoy sí”. Eso fue lo que quedó en el imaginario colectivo nacional sobre aquel escándalo televisivo y lo que se destacó incluso esta semana, tras la muerte de la modelo el viernes pasado: Silvana Suárez fue la única invitada que desairó a Mirtha en vivo en las más de cinco décadas que llevan al aire sus almuerzos.
Pero hay otra frase de aquel día que tiene mucho más peso, porque marca la mirada de la época sobre la mayoría de las mujeres que denunciaban por violencia a un varón poderoso: “Si yo te invito, vos estás en todo tu derecho de decir que no: ‘No me gusta ventilar mis cosas personales públicamente’”, le sugiere la anfitriona a Suárez, que acababa de contar con claridad que sufría amenazas concretas por parte de Julio Ramos, que su ex marido seguía entrando en su casa mientras estaba ella y hasta que le había disparado a su custodio. Mirtha le preguntó entonces si salía con su custodio, algo que, en todo caso, Suárez también estaba en todo su derecho de hacer.
La lectura actual sobre el episodio me resulta un poco corta, con el foco puesto en la conductora y en su reciente autocrítica. “Me lo merecía”, dijo hace algunas semanas al recordar en su programa lo ocurrido 23 años atrás. Y eso también explica su récord de permanencia en la televisión: Mirtha tiene un don que no es usual en los medios ni en la vida, sabe disculparse cuando es necesario.
“Quiero decir que formulé mal la pregunta. Y que nunca hay un motivo para que una mujer sea golpeada”, dijo en 2015, semanas antes de la primera marcha de #NiUnaMenos después de un comentario poco feliz en su mesa. Poco feliz, sí, pero representativo de la voz social del momento, tan acostumbrada a culpar a la víctima. A continuación, emocionada, invitó a su audiencia a acompañar la marcha del 3 de junio.
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El reconocimiento de un error colectivo marcaba la medida de un aprendizaje que también parecía serlo. Si una reina indiscutida para propios y detractores pudo a los 90 años cambiar su punto de vista, el cambio cultural era posible para todos.
Por eso me resulta limitado centrar sólo en la diva la revisión del cruce con Silvana Suárez: Mirtha siempre fue –y es– un reflejo de lo que la sociedad, en general, naturaliza. En este caso, lo natural era pasar por alto la violencia machista, que a fines de los 90 todavía era considerada un asunto doméstico, privado, en el que nadie tenía por qué intervenir. “Ventilarlo”, aunque fuera para buscar ayuda o exigirle una respuesta a la Justicia, era de mal gusto, como también le dijo Mirtha a Suárez ese mediodía.
Lo más fácil es reconfortarnos pensando que fue sólo ella la que le dio la espalda a Silvana, o que somos mejores al juzgarla desde la comodidad del paso del tiempo. La verdad es que el modo en que la mayoría de los medios cubrió el divorcio de la ex Miss Mundo y el dueño de Ámbito Financiero fue igualmente asimétrico. “El que tenía el poder era Julio”, dijo Suárez sobre aquello hace unos años.
Las crónicas de entonces, aún las de diarios que decían considerar la perspectiva de género, comparaban la violenta separación de los Ramos con “una versión criolla de La guerra de los Roses (1989)”, la película en la que Kathleen Turner y Michael Douglas se trenzaban en una batalla fatal por la división de sus bienes conyugales. En el programa de Mirtha, Suárez lo explicó bien: “Esto no es La guerra de los Roses, ahí eran los dos los que se tiraban cosas, yo te rompo y yo también. Acá yo estoy defendiéndome de todas las cosas que él está haciéndome a mí y por ende a mis hijos que son testigos”.
Apenas dos días antes, Página 12 había publicado una nota titulada “Escenas de la guerra conyugal”, donde pese a que confirmaba que el propio Ramos había admitido a ese diario que disparó contra el custodio de su ex mujer en la puerta de la casa en la que se turnaban para compartir la tenencia de sus hijos y que había contratado una combi para filmar el frente de la propiedad mientras la ocupaba Suárez, se hablaba sólo de una pelea entre el empresario y la modelo que había “pasado a mayores”.
Después de relatar los detalles del cruce que terminó con dos tiros de la Colt 38 de Ramos en medio de la calle, el redactor remataba: “La mujer, por su parte, lo denunció por tentativa de homicidio. Todos fueron a parar a la comisaría del exclusivo barrio de Barrancas de Martínez, pero pese al escándalo, nadie quedó detenido. El enfrentamiento, cada vez más feroz, apunta en el fondo al reparto de bienes millonarios: la propiedad del diario Ámbito Financiero y sus empresas satélites”. Es decir que la violencia tenía una justificación; había una respuesta explícita al qué hiciste para que te pegara –o para que tratara de matarte–.
En una entrevista con Julia Talevi para Hola en 2012, Suárez dijo que “uno de los dolores más profundos de esa etapa fue cómo bastardearon y vapulearon” su imagen. “En Buenos Aires conocí gente que me trató de una manera muy inescrupulosa y machista –dijo desde su casa de Nono a la revista–. El mundo del poder es, en general, muy machista. Creen que una mujer linda se casa con un hombre veintitrés años mayor por plata y que tiene hijos sólo por interés”.
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Parece que no, pero parte de ese pensamiento sigue vigente en nuestros días. Boca acaba de consagrarse campeón de la Liga Profesional con el gol de un hombre acusado tres veces de lesiones, violación e intento de femicidio, como es Sebastián Villa. En mayo último, después de que se hiciera pública una de las denuncias, el vicepresidente 2º del club –y uno de los mayores ídolos del fútbol nacional–, Román Riquelme, lo respaldó en conferencia de prensa: “Como profesional con ese chico nos tenemos que sacar el sombrero. Después, lo que pasa fuera de la cancha es otro tema, pero es una maravilla tener un jugador que durante dos años y medio no te faltó a un solo entrenamiento”, dijo. Lo que pasa fuera de la cancha no es ni más ni menos que la violencia que la sociedad volvió a meter en el clóset.
Muchos de los hinchas que festejaron el domingo y de los periodistas que escriben con naturalidad pasmosa que fue el “héroe” del partido a pesar de haber tenido un año “complicado” por sus propias lesiones deportivas (no las que le causó a su ex pareja), pero también por sus “problemas judiciales” –como si un intento de femicidio fuera una simple complicación y como si no fuera más complicado para las denunciantes– imaginan que las mujeres que se atrevieron a acusarlo contra la presión de los barrabravas buscan dinero o fama. Y evidentemente están de acuerdo con Riquelme, la violencia machista parece ser de nuevo una cuestión íntima, minimizada más todavía cuando el violento es poderoso.
Que en la misma semana el INADI haya difundido un manual de comportamiento con pautas sobre el lenguaje apropiado para cubrir el mundial de Qatar –un país en donde las mujeres son tuteladas por los hombres– parece un mal chiste. Celebramos como héroe a un violento en casa pero afuera no podemos decir burro, como si la violencia terminara con la pose.
Silvana Suárez murió hace una semana con las disculpas del caso. No fue una víctima, sino una mujer que se plantó con valentía ante uno de los hombres más poderosos de la década del noventa y también frente a una sociedad que, en el mejor de los casos, eligió mirar para otro lado y, en el peor, culparla; por mujer, por joven y por bella, por no hacer lo que se esperaba de ella, que era quedarse callada. Como dijo ella misma hace una década: “El mundo (del poder) era muy machista, entonces ¿cómo una mujer iba a hacer esto?”. La pregunta es si realmente cambiamos o somos puro manual de instrucciones.
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